Xavier Ferrer Gallardo
Investigador, Departament de Geografia, Universitat Autònoma de Barcelona
Cada cuatro años, las ceremonias inaugurales de los Juegos Olímpicos sirven en bandeja una secuencia apoteósica de pura plástica geopolítica. Tejido, colorido y territorio. Las delegaciones de países participantes desfilan uniformadas tras el abanderado y la preceptiva bandera del país al que representan.
El ritual contribuye a recordarnos algo que parece obvio: aunque ningún imperativo natural obligue a ello (y por tanto podría ser de otro modo), la superficie de la tierra está parcelada en Estados. Pero además, vistas en perspectiva, y conservando en la retina los desfiles de ediciones anteriores, las cabalgatas inaugurales de delegaciones olímpicas también sirven para advertirnos de algo que parece menos obvio: la parcelación del mundo en Estados es mutante, un tanto arbitraria y sigue un patrón en cierto modo imprevisible.
En cada desfile de apertura suelen aparecer banderas nuevas. Es también habitual que desaparezcan de forma repentina estandartes que han sido portados en ediciones anteriores. Tampoco resulta excepcional que algún deportista ande bajo banderas distintas en ceremonias de Juegos diferentes. O incluso que vicisitudes geopolíticas de índole variada obliguen a algún participante a desfilar tras la bandera olímpica, a falta de enseña oficial propia.
Al término de los Juegos, durante la ceremonia de clausura, tiene lugar otro lucido ritual de peso y paso. La ciudad sede de la edición que termina cede la bandera olímpica a la ciudad que albergará los próximos Juegos. Se escenifica así el trasladado a otra urbe, y al Estado del que forma parte, de una supuesta lluvia de inversiones y visitantes, y de la capacidad de proyectarse al mundo que de ella deriva. Acción y representación geopolítica de alto voltaje. Un auténtico caramelo para mandatarios políticos.
En los próximos Juegos de Rio de Janeiro volverán a repetirse las mismas prácticas de escenificación geopolítica. Los mismos rituales recordaran la vigencia del artificial fraccionamiento de la superficie terrestre en Estados. Desde el pasado sábado sabemos que cuando acaben los Juegos de 2016, Rio no cederá el relevo a Madrid. Se lo cederá a Tokio. Igual que Londres se lo cedió a Rio en 2012, a Londres se lo cedió Pekín en 2008, Pekín lo recibió de manos de Atenas en 2004, Atenas de Sídney en 2000 y ésta de Atlanta en 1996, que, a su vez, lo recogió de las manos de Barcelona en 1992.
¿Se acuerdan de Barcelona? ¿Se acuerdan de su ceremonia de clausura? ¿Se acuerdan de Constantino Romero? Romero, speaker oficial de los Juegos, protagonizó uno de esos momentos bizarros que quedan grabados en la memoria colectiva del olimpismo. Con su voz portentosa y de forma retirada, Romero pedía a los atletas a través de la megafonía del Estadio, en castellano, en inglés y en catalán, que bajaran del escenario. En plena celebración de cierre, eufóricos y bailando a ritmo de los Manolos, algunos de los atletas participantes se habían encaramado a las tablas. Se resistían a bajar.
Se volvió a hablar de la anécdota hace poco, tras el fallecimiento de Constantino Romero. Y también con motivo de la salida al mercado del nuevo disco del cuarteto barcelonés Manel. Éstos, jugando con el recuerdo, han titulado su último trabajo precisamente así: "Atletes, baixin de l’escenari.".
Tras confirmarse que Madrid no iba a ser ciudad organizadora de los Juegos de 2020, y mientras en la red hervía el relajante café con leche de Ana Botella en la Plaza Mayor, alguien volvió a pensar en Constantino Romero, en los Manolos y en Manel, y tecleó un Tweet sugerente: "Políticos, bajen de escenario."
A los políticos a quienes les ha sido inoculado el virus del olimpismo suele sucederles algo similar a lo que experimentaron los atletas en la clausura de Barcelona. La palestra de los grandes acontecimientos engancha. Una vez subidos, una vez arriba, y ya ante los focos de la potencial gloria olímpica, no parece fácil lograr que atletas y políticos abandonen la escena.
Sigamos atentos a lo que se cuece ahora en Barcelona. Más si cabe tras el descalabro de la candidatura madrileña para 2020, el alcalde Xavier Trias no descarta presentar a Barcelona como candidata a los Juegos de Invierno de 2022. Se avecina, tal vez, otra ración de plástica geopolítica. Tejido, colorido y territorio.
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