Hace pocos días los medios de comunicación se hacían eco de la llegada de una patera a las costas de Gran Canaria. La noticia se dio con más detalle del habitual porque había una historia épica que contar. La del salvamento de una criatura muy pequeñita a la que lograron reanimar los sanitarios de Cruz Roja en el puerto de Arguineguín. Se dijo entonces que su nombre era Nabody y que tenía unos 2 años de edad.
Las imágenes de la beba envuelta en mantas isotérmicas se vieron por todas partes. Había una gran noticia que dar al mundo y todos y todas debíamos compartir la dicha del acontecimiento. Como si aquella beba hubiera sido víctima de un atropello o paciente de una compleja operación de trasplante. Como si hubiera salido airosa de una intervención médica y tocara felicitar a su familia, a la medicina y a la humanidad por avanzar tan positivamente hacia la curación y el bienestar de la niña y, de paso e inadvertidamente, de nuestras conciencias.
Pero la niña a la que los medios llamaron por un error, que encubre un deslizamiento poético y psicoanalítico, Nabody, a pesar de su corta edad, era un ser viviente antes de arribar a costas europeas. También lo eran su madre y las otras criaturas que viajaban en la patera, con madres y sin ellas. De todas esas vidas no sabemos nada. No sabemos nada de todas las que se truncan antes de llegar a Europa. Ni de lo que sucede en los trayectos que se deben cubrir desde el lugar de origen hasta la costa donde espera la embarcación que promete que hay algo allí, al otro lado de una mar inasequible en un mundo global en el que lo único que tiene derecho a viajar sin salvoconducto es el capital.
Tampoco sabemos nada de qué sucede con esas criaturas una vez que las tutelan instituciones españolas. Nada. Si están bien o mal, si se quedan o se van. Si, caso de quedarse estudian, son queridas y atendidas o víctimas de redes de narcotráfico y trata. No sabemos nada. De manera que no pasa nada.
Nabody resonó en mi cabeza y seguro que en la de mucha otra gente como nobody: "nadie". Este lunes hemos sabido que la niña rescatada en Arguineguín y por un error de comunicación llamada Nabody no se llamaba en realidad así. De manera que aquella criatura de ojos inmensos y cuerpito menudo oculto bajo las mantas brillantes y los flashes al fin y al cabo no era ella, Nabody, sino nobody: "nadie"; una "nadie" más. Nadie a la que, de no haber sido rescatada, no le hubiera pasado nada.
Hemos llegado al punto en el que ni siquiera la llegada de cuerpos pequeños y vulnerables es noticia si no es porque se puede narrar su rescate como una gesta y convertir así su existencia en un suceso. La prueba: hoy los medios generalistas hablaban de una niña muerta porque, oh, qué pena, hace tres días la habían dado por viva. No se ha profundizado ni dedicado tiempo a entender, investigar y difundir quién es esta criatura, su madre o su país de origen. Hoy, otra vez, nadie habla de "nadie" muriendo diariamente en desesperados intentos de huida ni nadie saca a "nadie" de agujeros oscurísimos de cuyos diámetros no está permitido hablar.
Cientos de miles de personas huyen todos los días en todas partes de sus lugares de origen hacia un otro desconocido en el que creen que es posible aquello para lo que viene la vida al mundo: desenvolverse como existencia, ser, ocupar el futuro. Europa es el lugar -para quienes huyen- en el que su futuro tiene sentido. Pero además, Europa es, para algunas que nos educamos en ciencias sociales hace 20 años, ese lugar en el que -me hago eco de las palabras de Garcés, que tanto inspiran- "una vida humana, única e irreductible, sin embargo, no se basta nunca a sí misma" (Marina Garcés, Un mundo común).
Europa puede y debe seguir siendo el lugar del "sin embargo"; el espacio del compromiso y el vínculo ético con la vida: la tierra de los derechos humanos. No dejemos que Europa sea solo espectáculo y territorio de lamento a beneficio de líderes sin entidad ni proyecto ni discurso. Cuando Casado dice que el asunto de la inmigración debe tratarse al margen de "radicalismos y buenismos" no ha definido los ejes opuestos de la política europea sobre inmigración; ha transparentado su antieuropeísmo. Las derechas españolas están cada vez más cerca del grupo de Visegrado; cada vez más lejos de representar un proyecto conservador sostenible y compatible con el espíritu de la Unión en el que la disyuntiva, hoy por hoy, sigue siendo: derechos humanos o barbarie.
Comentarios
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