Otras miradas

Basta

Beatriz Gimeno

Basta
Fotografía de archivo fechada el 28 de septiembre de 2021 que muestra una manifestante con el rostro pintado que protesta, a favor del aborto en la Plaza de Bolívar en Bogotá (Colombia).- EFE

El aborto es un derecho de las mujeres y es un derecho humano y hay que defenderlo tanto como defendemos la democracia, porque este derecho es consustancial a la misma. Si las mujeres no pueden hacerse dueñas de sus cuerpos, mal podrán hacerse dueñas de sus vidas y mal podrán llamarse ciudadanas. Eso quiere decir que no se trata únicamente de defenderlo en caso de peligro de muerte, sino de defender leyes que garanticen que las mujeres puedan abortar dentro de límites legales amplios. Pero por mucho que digamos esto, siempre nos tenemos que enfrentar a la peor de las situaciones, a aquella que pone a una mujer en riesgo de perder su vida por la no realización de un aborto. Eso no sólo pasa en países empobrecidos o sin derechos, está pasando en la Unión Europea, es un riesgo que pende sobre nuestras cabezas.

Hace unos años, en 2012, escribí un artículo sobre una mujer que murió en Irlanda, a la que se dejó morir en Irlanda, porque nadie quiso practicarle el aborto que le hubiera salvado la vida. Tenia 31 años y el Estado decidió que su vida valía menos que la del embrión que portaba en su vientre. Años después Irlanda legalizaba el derecho al aborto que le habría salvado la vida a esa mujer. Esta misma semana nos hemos enterado que en Polonia una mujer ha muerto porque nadie le practicó el aborto que necesitaba para seguir viviendo. Es obvio entonces que, en realidad, las dos vidas no valen lo mismo, es obvio que vale más la vida de un embrión, el proyecto de una vida humana, que puede llegar a serlo o no, que una vida humana plena. Lo que eso significa en todo caso es que la vida de las mujeres vale desde luego menos que las de los hombres, pues si se quedan embarazadas y necesitan abortar, sus vidas pasan a ser portadoras de una vida futura que, literalmente, puede acabar con la suya propia. Las mujeres en aquellos países en los que no existe el derecho al aborto pierden sus derechos de ciudadanía cuando están embarazadas para traspasarlos a un embrión a un feto.

En España, vemos que aunque tengamos una buena legislación, se permite que unos fanáticos se pongan en la puerta de las clínicas para impedir que las mujeres ejerzan su derecho con la libertad y la tranquilidad que merecen. Y se ha permitido durante demasiado tiempo en nombre de una libertad que a las mujeres que quieren abortar se les niega. Quienes impiden que otras ejerzan sus derechos tienen que ser detenidos y multados, ya basta. ¿Cómo es posible que en todos estos años se haya permitido que lleguemos a esta situación? Ahora hay varios proyectos legislativos que, por fin, van a ocuparse del asunto.  La ley del aborto tiene que garantizar que este se pueda realizar sin problemas y en la sanidad pública porque no es una prestación excepcional que merezca un tratamiento médico excepcional sino ordinario y eso tiene que garantizarse en el anonimato y la normalidad de un centro público. Si las instituciones no garantizan ese derecho las feministas deberíamos salir a defender a las mujeres que quieren entrar en los centros de interrupción del embarazo; las feministas y cualquiera que crea en la igualdad en realidad.

Quienes luchan contra el aborto luchan porque las mujeres sigan valiendo menos, menos que los hombres por supuesto, pero menos también que un feto. Los cuerpos de las mujeres no están en el mundo al servicio de ninguna idea, de ninguna ideología, de ninguna moral, de ningún proyecto más que del suyo propio. Con el tiempo, las palabras se gastan pero los antivida no cejan. Lo que hay que gastar ahora son acciones contundentes. Deberíamos acudir  a las clínicas y ponernos como una barrera frente a los que pretenden negar a las mujeres su derecho de ciudadanía.

Y hace apenas dos días una chica de 16 años fue violada en Igualada.  Salió a divertirse igual que hacen ellos, que pueden hacer ellos sin miedo, cada fin de semana. Esta agresión es particularmente brutal y casi le cuesta la vida a la joven, pero cada día se denuncian 3 agresiones sexuales en Cataluña que serán cifras similares a las que se denuncien en el resto del estado. Aun así, algunos medios han tenido a bien informarnos de que ella iba borracha y seguramente había tomado alguna droga. Con todo lo que ha pasado en estos años, todavía hay medios que se atreven a contarnos eso de la víctima.

No todas hemos vivido una situación tan grave pero todas vivimos con las antenas puestas, con la guardia levantada, con el miedo. Preguntándote si el tipo que parece simpático seguirá siéndolo cuando estéis solos, cómo hacer para que ese te mira con insistencia deje de hacerlo, pensando cómo volver a casa segura, buscando quién te acompañe, escuchando pasos, sintiendo miedo al abrir la puerta del portal; todo eso, siempre, es consustancial a ser mujer, vivimos así. Siempre habrá crímenes, siempre habrá violencia, sí, pero los hombres no tienen miedo cuando salen por la noche, cuando se emborrachan, cuando tienen que volver a casa. Es un miedo que evidencia una brecha de género que es un abismo. Un abismo que condiciona nuestras vidas y que a veces nos la arrebata.

No tiene que ver con la cadena perpetua ni con la prisión permanente revisable, ni con más policía, ni con más luces. No tiene que ver con las leyes, ni tiene que ver con los presupuestos...aunque sean necesarias leyes y presupuestos. No tiene que ver tampoco con nada que nosotras podamos hacer. Tiene que ver con ellos. Con que ellos sean beligerantes contra el machismo, con que corten de raíz cualquier comentario machista, con que se nieguen furibundamente a engrosar las filas de los que callan, de los que no quieren renunciar a sus privilegios pero, al mismo tiempo, pretenden ser feministas; con que combatan con fiereza los intentos cosificadores, deshumanizadores, que se nos echan encima desde tantas plataformas: la prostitución, el porno, la publicidad, la cultura general... Es el sistema, sí.

Es el patriarcado y su estrategia es la deshumanización y la cosificación de las mujeres en la mente, en las emociones, fundamentalmente sexuales, de los hombres. El desafío es conseguir que nos vean/sientan como plenamente humanas, iguales. La lucha será larga y se da en muchos frentes, pero pasa por que ellos se rebelen y se nieguen a ser los hombres que se espera que sean y porque combatan a quienes, a su lado, sí lo son.

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