Otras miradas

La tragedia de Lorca

Isabel Serrano Durán

Estudiante de Sociología y Ciencias Políticas y de la Administración

La tragedia de Lorca
La policía traslada a uno de los ganaderos que asaltaron ayer el pleno del ayuntamiento de Lorca.
MARCIAL GUILLÉN (EFE)

Marx decía esa idea que ha sido toqueteada por tantas manos de "la historia se repite dos veces: la primera vez como tragedia, la segunda como farsa". Sin embargo, Herbert Marcuse nos señalaba lo contrario, que las lecciones históricas nos habían enseñado que primero se manifestaba como una farsa y posteriormente como tragedia. No logro fijar el precedente a la tragedia acontecida en Lorca el pasado lunes, quizás podríamos situarlo en la composición grotesca reproducida en Núñez de Balboa con personajes que protestaban contra un gobierno considerado ilegítimo ataviados con sus palos de golf y sus camisetas de Versace, o quizás la farsa se representó mucho antes y eso tan sólo era un reflejo más de los diferentes episodios de esta tragedia a la que estamos asistiendo. Lo que sí tengo claro es que el asalto al ayuntamiento de Lorca es, sin lugar a duda, una tragedia.

En el consistorio se estaba votando un cambio en el Plan de Ordenación Urbana para que las nuevas granjas y macrogranjas de cerdos o las ampliaciones de las ya existentes tuviesen que estar a una determinada distancia del núcleo urbano y de manantiales naturales para garantizar la higiene y la salubridad de las personas. Este es el motivo por el que una treintena de personas decidió romper el cordón policial con violencia e interrumpir en una institución democrática para coaccionar la votación al grito de "vamos a prender fuego al Ayuntamiento" hasta poner en peligro la seguridad de los concejales y suspender el pleno. Y este hecho, a pesar de la poca cobertura mediática y las inexistentes medidas policiales al respecto, no es un asunto nimio. Estamos hablando de que el lunes 31 de enero a las 10 de la mañana no sólo se asaltó el Ayuntamiento lorquino, sino que fue una embestida hacia nuestra democracia.

En la Grecia Antigua, las tragedias tenían por finalidad purificar al espectador. Pero asistir a esta representación no ha purgado de sus pecados a la derecha y ultraderecha de este país. Todo lo contrario. Han atizado las pasiones normalizando esta agresión a la sede donde descansa la voluntad de los vecinos como una reacción lógica a las políticas socialistas que pretenden ahogar al sector primario. Lejos de poner límites a la proclamación de bulos que hacen que la crispación tense más y más la cuerda de la convivencia, le echan leña. Una de las partes de las tragedias griegas es el párodos en donde un coro se dedica a situar la obra a los espectadores. Y es que este acto no hubiese tenido lugar sin toda una maquinaria desplegada por el coro formado por medios de comunicación y burlescas intervenciones políticas delante de un forillo de ovejas que han contextualizado la representación a través del bulo del Ministro Alberto Garzón y las macrogranjas. Pero, sobre todo, este episodio dramático no se hubiese llevado a cabo si no se hubiese empujado la política hacia ese lugar donde reina la inquina y la mala educación y en el que la derecha y ultraderecha se siente como Pedro por su casa.

Hay señales que nos muestran que este solo ha sido un episodio más de esta obra ya estrenada. Según datos del Eurobarómetro, tan sólo el 7% de los españoles muestra confianza en los partidos políticos. El centro de estudios Pew Research Center publicó unos datos en el que situaba a España entre uno de los países más descontentos con el funcionamiento democrático, siendo un 54% de los españoles quienes consideran que el sistema político español debe ser completamente reformado y subiendo este porcentaje al 65% quienes no están satisfechos con la democracia. La desafección política sumada al desapego democrático y multiplicado por el escenario político beligerante es un caldo de cultivo perfecto para quienes quieren defender los privilegios de unos pocos en nombre de la libertad y ostentar el poder en nombre de la antipolítica.

Esto no implica que tengamos que venerar las instituciones dadas. No se trata de tratar de mantener lo existente como si fuese perfecto y nada pudiese alterar su funcionamiento. No. Consiste en entender que hay una sociedad descontenta con unas instituciones que necesitan ser transformadas y que, o bien la fuerza se ejerce desde la justicia social o la reforma de las instituciones se hará en clave reaccionaria y autoritaria. Mientras esta pugna por el devenir de nuestra estructura se da, debemos poner cortafuegos de información, esperanza y de política, que es lo único que tenemos quienes no podemos llamar a la puerta de los poderes fácticos para que hagan el trabajo sucio ni tenemos la seguridad de una cuenta corriente con muchos ceros para no depender de un Estado de Derecho. Tenemos la necesidad de diseñar nuestro propio escenario en donde los otros sean visitantes y tengan que moverse bajo nuestros marcos y tratemos, con todos nuestros medios, que el éxodo de esta obra dramática que estamos viviendo no termine, como todas las tragedias, en un desenlace funesto.

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