Otras miradas

Sobreactuación y extrema derecha

Guillermo Zapata

Escritor y guionista

Javier Ortega Smith durante la sesión para su reprobación en el Ayuntamiento de Madrid.- EFE/ Mariscal
Javier Ortega Smith, durante la sesión para su reprobación en el Ayuntamiento de Madrid a 4 de enero de 2024.- EFE/ Mariscal

Nunca es fácil saber cual es el punto razonable para una actuación. Cuando se dice que un actor (o un actriz) sobreactúa, se parte siempre de una posición subjetiva. No sólo porque no existe una norma concreta que determine cuál es la buena actuación (o la que se pasa), sino también porque la idea misma de buena actuación ha ido mutando con el tiempo y las circunstancias. No es lo mismo el valor de una actuación durante el cine mudo que cuando irrumpió el cine sonoro. No es lo mismo una actuación en plano general que un primer plano. ¿Sobreactúa Gloria Swanson en El Crepúsculo de los Dioses cuando interpreta a Norma Desmond, una mujer histriónica? Hay periodos de la historia del cine que fijaron en un cierto naturalismo la medida de "lo bueno". La comedia española bebió durante muchísimos años del neorrealismo italiano. Y, por último, hay quién ha hecho de la sobreactuación una suerte de estilo propio; pienso en las comedías físicas de Jim Carrey o en alguno de los papeles de Nicolas Cage, que modula con precisión cómo de lejos debe llevar sus excesos.

La extrema derecha necesita nutrirse de sobreactuación. No tiene razón de ser si no es a través de una imagen del mundo que se separe de la cómoda rutina. Necesita épica, necesita amenaza, necesita caos y colapso. No puede haber épica sin batallas. No puede haber adversarios políticos: tienen que ser enemigos. No puede aceptar el juego democrático, sino que debe desestabilizarlo. El proyecto en sí, el método de la extrema derecha, es la sobreactuación como forma de debilitar a la sociedad y volverla dependiente no de las instituciones que conocía, tampoco de formas corregidas, mejoradas, nuevas, de dichas instituciones, sino de liderazgos absolutos y verticales. El ejemplo de Milei en Argentina es clarísimo en ese sentido.

Estos días hemos vivido dos momentos especialmente interesantes en materia de sobreactuación política de nuestra extrema derecha patria que han tenido su correspondiente reacción en cada uno de ellos. Por un lado, tenemos la agresión del concejal y diputado nacional Ortega Smith al concejal de Más Madrid Eduardo Fernández Rubiño. Por otro, tenemos la concentración de Nochevieja en la calle Ferraz y el ahorcamiento simbólico de una piñata representando a Pedro Sánchez.

Las dos son acciones basadas en la sobreactuación, en la exageración y en la pérdida de papeles. No han tenido la misma respuesta por parte de las fuerzas democráticas. A la agresión, digamos, real, en el pleno del Ayuntamiento de Madrid se ha respondido con política. Se ha reprobado al agresor en el Ayuntamiento y pronto se hará en otras cámaras de representantes. A la acción, digamos, simbólica, se ha respondido judicialmente, activando investigaciones fiscales. La acción política en el caso de Ortega Smith no tendrá consecuencias materiales directas. La reprobación no implica nada más que eso: un gesto político de las mayorías parlamentarias que marcan una línea sobre lo que es tolerable y lo que no. Las acciones judiciales a los responsables del ahorcamiento simulado pueden tener o no (dependerá de los jueces) consecuencias materiales en forma de multas u otras medidas.


Me pregunto cuál de estas dos respuestas a estos dos gestos de sobreactuación es más efectiva y responde mejor a la sobreactuación y me atrevo a defender que la de la reprobación frente a la judicial. Lo hago sabiendo que, como decía al principio, la medida de la sobreactuación es difícil de identificar a primer vista y es, sobre todo, subjetiva.

La medida política de la reprobación baja la intensidad con respecto a la acción real. A una agresión física se responde con una condena simbólica e institucional sin consecuencias materiales. Se desplaza lo sucedido a un plano de la política. Se devuelve, digamos, al territorio de las instituciones que la extrema derecha intenta socavar y se las defiende. Esa acción, también por su carácter simbólico, rompe los bloques izquierda/derecha y representa una mayoría más amplia. A través de esta acción, el espacio político de la extrema derecha queda encapsulado. Por supuesto, esta acción simbólica no sustituye el conjunto de las dinámicas políticas y las tensiones de nuestro país, ni anula a la extrema derecha. De hecho, una parte de su interés es que parte de la necesidad de la persistencia. Asume una dimensión parcial de la respuesta, no totalmente satisfactoria y que requerirá de un trabajo mucho más grande para ser totalmente efectiva.

La otra respuesta, la judicial ante "el ahorcamiento", funciona de una manera diferente. Podemos debatir si la acción eleva o no lo sucedido en términos de intensidad (yo creo que sí), pero lo que sí es seguro es que desplaza la resolución o a un plano distinto de la expresión política a la judicial. Al hacerlo, convierte la acción en si -simular un ahorcamiento a un muñeco que representa al presidente – y no sus implicaciones políticas en el centro de la cuestión. De esta forma, los jueces juzgaran no por qué, sino qué. Y el resultado de esa decisión marcará de forma inevitable una mala salida suceda lo que suceda: si los jueces no ven delito ninguno y defienden que se trata de una expresión en el marco de la libertad de expresión, la acción en sí quedará validada no sólo en el qué, sino en los porqués, ya que la extrema derecha la venderá como una victoria de la acción en sí. Si por el contrario condena, quedará condenada la acción en sí a futuro y para cualquiera. Y ustedes dirán... ¿Y qué problema hay con que una acción abyecta y miserable quede condenada para siempre jurídicamente? Para responder a esa pregunta les remito a un popular cántico de las movilizaciones contra la guerra de Irak del año 2003: "Aznar te toca, el cinco de copas", que venía a indicar simbólicamente que el por entonces no procesado "Asesino de la baraja" debía asesinar al presidente del Gobierno.


Pero, sobre todo, habremos asumido que la resolución judicial es la única que puede restituir el orden que la propia acción rompe. Es decir, que es una acción absoluta la única que nos devuelve a un orden perdido y que, por tanto, no nos queda mucho más que hacer que ganarle a la extrema derecha que buscar una resolución judicial tras otra.

La sobreactuación, como digo, es subjetiva.

Más Noticias