¿Por qué Yolanda Díaz era la preferida en todas las encuestas? ¿Qué representaba? ¿Qué ilusión prendió a partir de ella?
Yolanda Díaz era la eficacia y la empatía. Su brillante papel al frente del Ministerio de Trabajo, consiguiendo acuerdos históricos entre la patronal y los sindicatos, y sus formas rotundas, a la vez que templadas y amables, la convirtieron en eso. Pablo Iglesias lo vio tan claro que en marzo de 2021 la nombró su sucesora sin consultárselo ni a las bases ni a ella misma.
Iglesias además debió creer que era tan buena mandada–compañera como lideresa teledirigida. Los simpatizantes tal vez creyeron que podía hacer de verdad y por fin nueva política: la política de la suma, en vez de la de la resta; la política de las mujeres que agrupan y cuidan, en vez de la de los machos alfa que expulsan y machacan.
Luego la realidad todo lo complica.
Al principio todo prometía. Seis meses estuvo la nueva lideresa en 2022 recorriendo España para escucharla y, con lo escuchado, hacer un programa, forjar un proyecto de país y poner los cimientos de una organización de izquierdas que fuera la casa de más de veinte partidos con historia propia y de la sociedad civil que se sumara.
Pero entonces llegó la realidad con sus prisas, con su yincana de campañas electorales, con su necesidad imperiosa de marcar perfil, de dar titulares, de elegir personas, de hacer listas.
Sumar dejó de escuchar y se enrocó en su torre de marfil con los fieles –en el peor sentido–, como se enrocaron tantos otros, en otros intentos de hacer vieja o nueva política.
Alguien importante en Podemos me confesó, en los primeros años del partido, que el problema de los círculos es que eran "un coñazo", y eso mismo es aplicable a Sumar ahora. La horizontalidad, la escucha activa, la cosa comunitaria es mucho más cansada y compleja que la verticalidad que hasta ahora siempre ha terminado imponiéndose por puro pragmatismo desesperado o por la borrachera explosiva de mezclar hiperliderazgo con prisas.
Por todo esto el error de Yolanda Díaz es más grave que el de otros que se creyeron por encima de la comunidad que les sostenía. Porque el hiperliderazgo de Yolanda Díaz, además, tiene las patas más cortas todavía. Ella, que llamó "partidiños" a los partidos que suma, no tiene sedes, no tiene militancia, ni recorrido, ni historia. Ella solo tiene una marca y en Sumar hay otros que tienen otra más sólida. Así que está obligada a generar poderosos motivos para que quieran seguir bajo su paraguas, ya que sin él no se mojan.
Si continúa ninguneándolos no solo arrastrarán los pies cuando les pida colaboración, como hasta ahora. Si no consigue un reparto más equitativo del poder, en las siguientes generales se va a ver sola. Los principales partidos de Sumar, los territoriales, pueden concurrir tranquilamente por su cuenta, como hace el BNG, Bildu o ERC.
Y esto no está reñido con que nadie, ni ella, duden de que será la mejor candidata posible cuando llegue la hora. Siempre le han asustado sus posibles competidoras, a las que, sin embargo, ni se les pasa por la cabeza quemar sus naves territoriales bien sólidas, por una frágil, a medio hacer y mancomunada. Dijo en su dimisión que da "un paso al lado", no atrás, aunque se vio obligada a aclararlo. La mayoría lo veíamos claro porque declaró que sigue dirigiendo la parte del Gobierno que le toca y el grupo parlamentario.
Seguro que, cuando llegue el momento, vuelve a hacerse de rogar, vuelve a hacerse la deseada porque funciona. No será mala estrategia si para entonces ha conseguido encontrar la horizontalidad imprescindible para que Sumar tenga alguna oportunidad.
Por eso no hay preocupación real ni en la organización ni en el Gobierno. Nadie cree que lo ocurrido acabe con Sumar, ni con la candidatura futura de Yolanda Díaz. No hay belicosidad interna. Nadie va contra nadie ni quiere su silla. Lo que quieren es que funcione como lo que es, una organización colectiva. "Tus naves las sumas a otra cosa en la que participas, no las arriesgas en algo en lo que no te dan bola", explican.
La acción de Gobierno funciona y será fundamental cuando llegue la hora de la verdad. Tienen ministerios haciendo cosas, saben gestionar y lo demostrarán. Eso es y será trascendental para hacer emerger al proyecto, a pesar de los errores en su construcción política. Hacen bien en concentrarse en eso. Pero si, cuando llegue el momento, el barco no está listo, naufragará sin remedio y con él la esperanza de otra manera de hacer política.
Sumar tiene que olvidar la idea de Sumares paralelos en los territorios donde operan sus socios. Sumar nunca será el partido a la izquierda del PSOE, como fue IU o Podemos. Tiene que convertirse en un Sumar Plus. En una representante de la España plural de izquierdas, respetando los objetivos territoriales de cada uno.
La cuestión es si este "paso al lado" que ha dado Díaz, poniendo al frente de la organización a cuatro afines (Elizabeth Duval, Txema Guijarro, Lara Hernández y Rosa Martínez) es un golpe de efecto o implica un cambio real que lleve a una mesa de partidos donde se acuerde una manera de funcionar en la que todos se sientan escuchados e implicados.
Sobre si habría que integrar a Podemos en el proyecto, me quedo con la teoría de una fuente que me lo explica con una pregunta muy gráfica: ¿tú meterías en tu casa a alguien enfadado con un lanzallamas en las manos?
Antes de plantearse la unión con posibles socios desestabilizadores, tiene que conseguir inventar e instaurar algo muy difícil que requerirá de la generosidad y la colaboración de tod@s.
En Francia acaban de unir a toda la izquierda en un nuevo Frente Nacional para evitar que gobierne su país la extrema derecha. Se han unido partidos históricamente brutalmente enfrentados. La necesidad obliga y aquí, aunque la situación no sea tan desesperada, también estamos necesitados.
Por ahora Sumar tiene tiempo y buenos mimbres. Le falta asumir lo que es y lo que no. El ejercicio de responsabilidad de Yolanda Díaz ha sido un buen primer paso, muy vendible. Además de venderlo, hay que hacer que sea el principio de algo importante: Sumar es la única alternativa a la atomización de la izquierda en España, con lo que eso supone de pérdida de fuerza real en las urnas.
No será tanto como cantaba Pablo Milanés ("eternamente Yolanda"), pero todavía puede haber Yolanda para rato. En ella y en su Sumar siguen habitando trascendentales esperanzas.
Comentarios
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