Les juro que en el aniversario de la proclamación del rey, cuando oí que Leonor decía eso de "perdón por colarnos" creí que se refería a cómo se colaron los borbones en nuestro país gracias al Generalísimo Franco. Como la alegría dura poco en casa de la plebe, Leonor y Sofía solo se disculpaban por interrumpir el almuerzo con la sorpresa que tenían preparada para sus padres. Una sorpresa rarísima, por cierto, pues las copas estaban llenas y a punto para el brindis, el micro preparado justo delante de don Felipe, y doña Letizia llamaba al orden golpeando su copa con un tenedor. Si me permiten una digresión sobre el protocolo, el gesto de la reina habría quedado mejor con una moneda de euro, la verdad, más campechano, y más simbólico si hubiera usado uno de los que llevan grabados los perfiles de nuestras Majestades. El caso es que ahí estaban, un porrón de gente dándose un banquete un poco a nuestra salud y un mucho a nuestra costa, y las hijas de los reyes —la que heredará el reino y la que no— improvisando la lectura de un texto que llevaban preparado.
Esto de que una vaya a reinar y la otra no me genera una amarga incomodidad. Estoy segura de que un día no muy lejano, Sofía creyó que también sería reina como su hermana, y quién sabe si entonces Felipe y Letizia decidieron montar una de esas escenitas americanas de "cariño, siéntate con nosotros que queremos hablar contigo...no, en el trono no, Sofía, mejor aquí, en el sofá". "Pero papá", diría Sofía, tras saber que no se sentaría en el trono ni ese día ni nunca, "si la Constitución dice que todos somos iguales ante la ley, ¿por qué Leonor va a ser reina y yo no?" y los papis: "Pues porque es la mayor", y ella: "Anda, papá, ¿y por qué tú eres el rey si eras el hermano más pequeño?" y su madre: "Ven, siéntate otra vez, que te vamos a contar otra cosita". En fin, un follón.
Hay que reconocer que si obviamos que están donde están gracias a un dictador, que el abuelo además de haber robado dinero a espuertas disfrutaba matando animales indefensos y hasta se cargó a su hermano de un tiro, que el tito Urdangarín es un ladrón, que sus primos Marichalar son dos indigentes morales e intelectuales, que el "compiyogui" de Letizia era López Madrid, un individuo relacionado con Villarejo y que tiene juicios pendientes por acosar y amenazar a una mujer, que han engañado durante décadas al amado público (nosotros) al fingir un matrimonio feliz a pesar de llevar años separados (me refiero a Juan Carlos y Sofía, por supuesto) y que se necesita muy buena fe para pensar que Felipe VI no conocía ni se benefició de los fregaos en los que andaba metido su padre, si obviamos, decía, todo esto y tenemos en cuenta que nos restriegan a los críos por las narices desde que son bebés, tan rubios, tan de ojos azules, tan con esos mofletes, pues se les coge cariño porque una es, ante todo, súbdita. Lo malo es cuando crecen y Leonor, ay, ya es mayor de edad. Cómo pasa el tiempo, parece mentira. A quienes hemos nacido con la democracia nos han metido la monarquía con calzador y, aunque el zapato no sea de nuestro número, no podemos evitar sentir a esta familia como cercana. Cercana no quiere decir querida, aclaro. Yo los siento cercanos porque, por ejemplo, Letizia y yo nos llevamos un mes y medio y nuestras hijas mayores se llevan solo seis meses. Y porque a Letizia le duele un pie y a mí me duelen las cervicales, las lumbares, la rodilla izquierda y, seguramente para compensar, el hombro derecho. También porque Leonor estudió el bachillerato en Gales y mi hija querría irse de Erasmus un año de estos pero le hemos dicho que ya veremos, hija, ya veremos. Almitas gemelas somos.
Otra cosa que nos une es que a la princesa, como a cualquier chica de su edad, ya le habrán explicado nuestra Guerra Civil y nuestra Dictadura. Me pregunto en qué papel de celofán le habrán envuelto el relato para que no exclame: "¿En serio? O sea, ¿de verdad?", con esa voz de clase alta madrileña con la que habla, y que a continuación, guiada por la devoción y el afán de servicio que siente hacia to-dos-los-es-pa-ño-les no diga: "Uy, pues casi que lo dejo, eh, porque esta historia familiar da como vergüenza". Claro que Leonor no es tonta. Eso lo ha demostrado. Y a santo de qué renunciaría a colarse cuando quiera y donde quiera, con lo que mola que la reina exija silencio con un clinc-clinc-clinc de copa y tenedor cuando ella pide la palabra, qué sentido tendría no reinar cuando puede hacerlo porque sí. O igual será que no. Vivimos tiempos convulsos. Dejémoslo en un quién sabe.
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