A pesar de lo que anarcocapialistas como Javier Milei se empeñen en repetir, la sociedad no es solo un conglomerado de individuos. Una comunidad es mucho más que la suma de sus partes y por eso existe un hilo invisible que recorre a todas las personas que vivimos en ella, que nos une de manera no intuitiva: la ideología. No me refiero a eso que distingue a la izquierda de la derecha, sino a lo que nos da sentido tanto como grupo como individuos: eso que nos permite levantarnos por las mañanas y tener una vaga idea de qué hay que hacer, por qué y para qué. Esos motivos, por muy especiales que se crean algunas personas, no salen de la nada y se van forjando a través de lo social: aprendiendo de lo que otros hacen, viviendo nuestros errores, escuchando lo que dicen nuestros referentes, etc., porque no hay nada más compartido y social que pensar.
Y para pensar qué hacer necesitamos mucha ideología. En primer lugar, porque cada periodo histórico tiene ciertos conceptos políticos que adquieren una importancia particular debido a las circunstancias específicas en las que vivimos la gente. Durante la Revolución Francesa, por ejemplo, los conceptos de "libertad", "igualdad" y "fraternidad" se convirtieron en pilares fundamentales de la ideología revolucionaria. Estos conceptos no solo reflejan las preocupaciones y aspiraciones de un momento, sino que moldean las acciones políticas y las estructuras institucionales que emergen de una época. En segundo lugar, porque sin un plan, no podemos responder a la pregunta eterna: ¿qué hacer?
El problema es que hacer planes en abstracto es fácil. Todos nos hemos encontrado alguna vez ideando situaciones perfectas en las que salimos airosos y consiguiendo todo lo que queríamos. Incluso hemos ganado, en nuestras cabezas, las discusiones más difíciles de nuestras vidas sin despeinarnos. El problema es cuando queremos poner en práctica esas ideas: porque no siempre una buena idea trae buenas consecuencias, ni siempre los mejores arquitectos son los mejores albañiles. A lo primero lo llamó Max Weber la "irracionalidad moral del mundo", o lo que es lo mismo: que por mucho que nos gustaría que el mundo social premiase a los buenos y castigase a los malos, el mundo visto desde la moral no funciona racionalmente, sino con una lógica propia, la lógica política.
Lo segundo fue lo que constituyó el nudo gordiano del pensamiento de la teórica política Hannah Arendt. Esta teórica, filósofa y escritora, criticó toda la tradición occidental de la filosofía política por haberse encerrado en el pensar y, con ello, haber dado de lado a la acción. Arendt se esforzó por hacernos entender que la filosofía había construido una torre de marfil para la política y con ello permitió que quienes la llevan a cabo la convirtiesen en lo contrario que debía ser: algo que amenaza la vida en vez de protegerla.
Así que para tener un plan que no sea una ilusión masturbatoria necesitamos partir de lo concreto y pensar desde lo que hay. Soñar con los pies en el suelo, porque no es posible pensar el mundo social como si fuera un cuaderno en blanco sobre el que podemos dibujar lo que queramos. La vida política no es una coctelera que podamos rellenar con nuestros ingredientes preferidos. Hay que entender cuál es el contexto de posibilidad, el marco mental y los esquemas sociales en los que nos desenvolvemos socialmente: la ideología hegemónica. Efectivamente, las clases dominantes mantienen su poder no solo a través de la coerción, sino mediante la construcción de consensos que someten nuestra forma de pensar y nos hacen naturalizar, así, que unos dominen a otros. En este sentido, las ideologías dan la batalla por los conceptos políticos clave a través de las definiciones: intentado generalizar la definición que legitima su particular visión del mundo y, a la vez, deslegitime la de sus oponentes.
Solo desde la realidad se puede dar esta batalla por los conceptos. Hay que partir de los significados, las experiencias y los sueños existentes, porque los conceptos políticos están cargados de historia, de experiencias del pasado y del presente, que nos dan unos límites desde los que pensar y vivir. De ahí que tengamos que comprender su pasado, reciente y lejano, para entender hacía donde los podemos dirigir. Saber de dónde venimos para hacernos dueños de hacia dónde vamos.
¿Pero qué tienen que ver los conceptos políticos con las ideologías?
Todo, ya que las ideologías son, en lo fundamental, marcos interpretativos que organizan y dan sentido a estos conceptos. Las ideologías no solo se componen de ideas aisladas, sino que constituyen sistemas que articulan cómo se deben entender y vivir los conceptos fundamentales de un momento.
Por ejemplo, la libertad puede ser interpretada de muchas maneras, como veremos en próximas entregas. Así, la ideología liberal clásica entiende la libertad principalmente como lo que denominamos ‘libertad negativa’, es decir, la ausencia de interferencias externas en la vida de los individuos. Sin embargo, hay otra forma de entenderla, que llamamos libertad positiva, que se refiere a la capacidad de los individuos para llevar a cabo acciones y tener acceso a los recursos necesarios para tener una vida digna. Así, aunque ambos enfoques hablan de "libertad", cada ideología proporciona significados distintos y, a menudo, opuestos a este concepto.
¿Y por qué necesitamos ideologías para tener un plan?
A diferencia de la cultura, que nos da sentido en general sobre la vida humana, la ideología nos interpela sobre la pregunta eterna de la teoría política: qué hacer. Y ahora más que nunca, en medio de un cambio de ciclo político nacional e internacional, atravesadas por una crisis climática sin precedentes y atendiendo atónitas a un cuestionamiento generalizado de las libertades que creíamos fundamentales; necesitamos tener un plan para poder dar respuesta. O lo que es lo mismo: tener un mapa que nos permita dar la batalla por los conceptos políticos fundamentales que estructuran nuestro mundo. Tener un plan es tener una ideología, y tener una ideología es el único medio para no olvidar qué queremos, por qué lo queremos y, sobre todo, para qué lo queremos.
Las ideologías son fundamentales para formular y ejecutar un plan político coherente porque proporcionan una visión del mundo, un conjunto de valores y una serie de objetivos que guían la acción política. Sin una ideología, las acciones y decisiones políticas carecerían de dirección y coherencia, resultando en políticas fragmentadas y a menudo contradictorias. Una política estéril, en definitiva.
Así que persona que estás leyendo estas líneas: te propongo para las próximas semanas de calor intenso una guía o un mapa sobre cómo dar la lucha ideológica por los conceptos políticos fundamentales de la sociedad liberal. Porque las derechas están dando ya esta lucha con éxito y la tarea de la izquierda es actualizar esta batalla ideológica sin perder de vista que los conceptos políticos son la clave de la misma. Y para ello te propongo entender que la libertad, la igualdad y la democracia forman parte de una triada fundamental a la que no podemos renunciar. Mi objetivo es que tengamos mejores herramientas para democratizar el mundo que habitamos, que no es poco.
Comentarios
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