"La decepción es la contrapartida natural de la predisposición de todo ser humano a tener proyectos y aspiraciones grandiosas"
Albert O. Hirschman
El 20 de febrero de 1819, hacia el ecuador del reinado de Luis XVIII de Borbón, el Ateneo de París asistió a una de las alocuciones políticas más célebres que se recordaban en la capital gala, posiblemente a la altura de la que ofreció Robespierre casi treinta años antes, cuando enunció el aún hoy lema de la República francesa: "Libertad, igualdad, fraternidad". Irónicamente, su autor, Benjamin Constant, era un enemigo feroz de los Jacobinos, al punto de haber sido muscadin (es decir: fustigador de los simpatizantes del gobierno de la Montaña, que sufrieron serias represalias después del golpe de Estado del 9 Termidor) a finales de siglo. En su conferencia, "La libertad de los antiguos frente a la de los modernos", Constant explicaba que la libertad de los antiguos se había cifrado en los asuntos colectivos: en la Atenas de Efialtes y Pericles cualquier ciudadano podía, en virtud de la isegoría, asistir, opinar y votar en la Asamblea. Sin embargo, el giro del pensador suizo es fascinante, una vez que en su opinión la libertad del siglo XIX ya no iba a pasar más por el cuidado de los asuntos colectivos, sino por el de los personales.
En la vieja pelea entre el ámbito público y el privado, el segundo golpeaba más fuerte. He ahí lo que Constant llamó "nuestra feliz revolución", frente a la de 1789.
Más de un siglo después, Hannah Arendt hizo girar una de las partes más sustanciales de su obra alrededor de la misma oposición. En caso de la pensadora alemana, que escribe cuando los agravios del trabajo asalariado ya habían hecho de él "la cuestión social" por excelencia, se da una doble asociación: la esfera política era la de la libertad, ya que en ella los ciudadanos y las ciudadanas nos hacemos cargo de lo que es común; y la esfera económica era la de la necesidad, ya que en ella los consumidores y las consumidoras nos hacemos cargo de lo que es propio.
A resultas de lo cual, si hacemos caso de lo que planteaba Arendt, la libertad ya no radicaba en el lugar donde la había ubicado Constant, sino en el lugar del que la había expulsado. Solamente somos libres en él porque nos asociamos y decidimos sobre lo que nos afecta; en su opuesto nos limitamos a ganarnos y a sostener la vida.
Ya exiliado en Estados Unidos, Albert O. Hirschman fue una figura clave para que la autora de La condición humana lograra abandonar Europa cuando Hitler había alcanzado el poder en Alemania. Y además publicó una obra en la que se hacía eco de la discusión que nos ocupa: Compromisos variables. Interés privado y acción pública, que vio la luz en 1982 y que ha sido recuperada durante la pasada primavera por la editorial Siglo XXI. En ella, la pregunta más candente no es si la libertad es característica de la economía o de la política (según su autor, lo más probable es que lo sea de las dos), sino cuál es la razón que hace que los seres humanos, ciudadanos y consumidores, ciudadanas y consumidoras, basculen entre la primera y la segunda.
La respuesta que ofrece el pensador de origen alemán no es el egoísmo o la generosidad, soluciones más características de los pensadores contractualistas de los siglos XVII y XVIII (sirva pensar en Hobbes y Rousseau, con su arquetípica y respectiva creencia en la maldad y en la bondad humanas), sino la decepción. Efectivamente, Hirschman opina que lo que hace que a veces nos volquemos más en asuntos colectivos es el agotamiento o el vacío que generan los asuntos propios; de la misma forma que lo que hace que a renglón seguido volvamos a volcarnos en asuntos propios es la frustración o el hartazgo que generan los asuntos colectivos.
Es un esquema que admite una lectura desde la situación política española. En virtud de la misma, podremos valorar la vigencia de lo que, alterando ligeramente el título de la novela de Umberto Eco, vamos a llamar el péndulo de Hirschman.
La vigencia del péndulo
Los años que han pasado desde el 15-M han sido especialmente generosos ilustrando el ciclo planteado en Compromisos variables. De todos los posibles, si nos centramos uno de sus grandes protagonistas, Pablo Iglesias, averiguaremos que, además de militar desde su adolescencia en las Juventudes del Partido Comunista, pasó de dar clases en la Complutense a presentar un programa de debate político, antes de fundar y liderar un partido. Luego de ser elegido eurodiputado primero y parlamentario después, logró una Vicepresidencia en el Gobierno de coalición. Al cabo de unos meses, sin embargo, la victoria de Isabel Díaz Ayuso en las mismas elecciones autonómicas en las que Iglesias había presentado su candidatura hizo que el líder de Podemos renunciara al acta que había logrado en la Asamblea de Madrid y a su cargo de Secretario General de su partido. Según es sabido, ahora dirige Canal Red, es socio de la Taberna Garibaldi y ha vuelto a dar clases de Ciencia política.
Salta a la vista que Canal Red o la Universidad no se adscriben a la esfera privada, pero la retirada de la primera línea de la política vino alentada por la decepción con la esfera pública (o al menos con una versión de la misma). El asedio en la puerta de su casa, los embates por parte de los medios o la pérdida de valía electoral fueron elementos suficientes para que, según ha afirmado con posterioridad, ansiara salir de allí para ocuparse de su familia y de lo que considera su vocación: comunicar.
Además del caso de Iglesias, a finales de abril nos sorprendió un suceso estrechamente vinculado que respondió, una vez más, al péndulo de Hirschman.
Pedro Sánchez escribió una "Carta a la ciudadanía" en la que afirmaba que durante cinco días valoraría su continuidad al frente del Gobierno. ¿La razón? Él lo resumió en la expresión "máquina del fango" (valga recordar que se la debemos al citado Eco), repetida hasta la saciedad desde la publicación de la carta en redes. Fue Santiago Gerchunoff, fiel lector de Hirschman y responsable del prólogo de la obra que nos ocupa, quien advirtió en su cuenta de X la relación existente entre el gesto del presidente y el esquema del pensador alemán. Al igual que le había sucedido a Pablo Iglesias, Sánchez sintió que su esposa y él venían siendo objeto de un hostigamiento judicial, mediático y político; ante el cual se plegó sobre su esfera privada. Su firma, "Pedro Sánchez" en lugar de "El Presidente", da prueba de ello.
Por mucho que en su caso no alcanzara a culminarse, una vez que Sánchez ha seguido al frente del Consejo de Ministros, es obvio que la secuencia se repetía.
Y a pesar de que el péndulo de Hirschman funciona, sería igualmente oportuno cuestionarse si adolece de puntos ciegos que, más allá de lo relacionado con las principales figuras de la política española, nos afectan más a las personas de a pie.
Sus puntos ciegos
El autor de Las pasiones y los intereses sitúa en pie de igualdad a los dos ámbitos que nos ocupan. Da la sensación de que para él el ámbito privado es una zona con sus pros y sus contras, pero sin más condiciones, exactamente igual que el ámbito público: ahora es posible ubicarse en el primero, luego saltar al segundo. Y al revés.
Sin embargo, cabe preguntarse si dicha igualdad es real más allá del papel, ya que quizás la decepción no es la única razón que nos hace elegir entre los dos campos.
Ahora nos centraremos en uno de los efectos que ha producido un fenómeno que se cita una sola vez en Compromisos variables: el capitalismo. En lo que sigue me gustaría explicar por qué el surgimiento y la extensión del mismo han supuesto un aumento del espacio privado y, a la vez, un estrechamiento del espacio público. De ser así, la paridad entre las dos esferas sugerida por Hirschman sería cuestionable.
En el capítulo XXIV del primer volumen de El capital, que versa "Sobre la acumulación originaria", Marx explica que los seres humanos que vivieron durante los siglos XV y XVI se vieron paulatina pero violentamente privados de sus medios de vida y fueron obligados a prestar su energía y su tiempo a cambio de un salario. El punto de partida ya no iba a ser la seguridad de la persona que cuidaba la tierra y vivía de ella, sino el abismo de quien dependía de un empleador para salir adelante.
Si el ámbito privado es el regido por la economía, ello suscitó un ensanchamiento de sus lógicas, una vez que la mayor parte de los seres humanos varones ya no podía vivir sin venderse, mientras que sus esposas daban a luz y se ocupaban del hogar: ellos en la producción, ellas en la reproducción; las dos caras de la misma moneda.
Unos siglos después, el ámbito privado experimentó un segundo episodio de gloria.
Según ha explicado Antoni Domènech, el liberalismo (una voz que el castellano ha legado al vocabulario político después de las Cortes de Cádiz de 1812) surgió contra el período de la Revolución francesa liderado por los Jacobinos, durante el cual se aspiró a consolidar el protagonismo de la ciudadanía. De hecho, es común oír que uno de los errores de la Montaña fue pensar que un Estado podía gobernarse igual que una ciudad-Estado. La respuesta del primer liberalismo habría pasado por combatir el proyecto democrático y republicano capitaneado por Robespierre y los suyos gracias a la siguiente operación: el confinamiento de la esfera política en la Corona y los Parlamentos (Monarquía constitucional, sufragio censitario) debía servir para dar alas a la esfera económica, que al final pasó a regir la vida colectiva.
La conferencia de Constant a la que aludíamos al principio no fue una casualidad. La libertad ya no podía radicar en la política porque la política era asunto de unos pocos y la libertad había pasado a radicar en la economía porque la economía era un asunto de muchos y muchas: los obreros de fábrica, las amas de casa, su prole.
A salvo de los avances cosechados, la situación que vivimos hoy en día es similar a la planteada: la mayoría seguimos viéndonos en la obligación de trabajar para ganarnos la vida y nuestra experiencia política más familiar sigue siendo el voto.
En consecuencia, sospechamos que el ámbito privado y el público no se sitúan en el mismo plano, según sugería Hirschman; por el contrario, la fuerza del primero es mucho mayor que la del segundo. Quizá se deba a ello el hecho de que el autor alemán planteara que el primer extremo hacia el que basculaba su péndulo fuera el privado: desde allí se volcaba hacia el público, para volver luego hacia el privado.
Una vez que su relación no es de igual a igual, la pregunta que nos asalta a raíz de lo sugerido por el autor de La retórica reaccionaria gira alrededor de la decepción, el corazón de su exposición, solo que ahora centrada en los asuntos públicos. Después de todo, ¿cabe la posibilidad de decepcionarse con la esfera política ahora que la crisis climática es más grave que en cualquier época del pasado, que la continuidad de la existencia de multitud de seres se encuentra en verdadero peligro? Sin olvidarnos de los feminicidios, de Gaza o de la fosa común del Mediterráneo.
En V., una obra que publicó en 1963, Thomas Pynchon hace decir a Fausto: "Arrodillarse es un lujo en los tiempos que corren". Quizá, si volviera a publicarla en 2024, le habría hecho decir que el lujo es decepcionarse, porque la situación exige concentrar esfuerzos en lograr que el péndulo siga parado en la acción política hasta que demos la vuelta a la situación, antes de volver a vencerse sobre el interés privado.
Comentarios
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