Otras miradas

Nadie hablará de Spanbauer cuando haya muerto

Paco Tomás

El escritor Tom Spanbauer en una imagen de archivo.
El escritor Tom Spanbauer (dcha) en una imagen de archivo.

La vida, como una de esas cajas de broma que al abrirlas salta el payaso, disfruta con el sobresalto que sucede al imprevisto. Le da caché al vulnerable privilegio de existir. Eso sucedió cuando el lunes 30 de septiembre me di de bruces con una imagen y un texto en la cuenta de Instagram de la editorial Random House en España. "Aunque ya no podemos contar con la compañía de Tom, nos deja un legado increíble. ¿Lo habéis leído? Un maestro de maestros, definitivamente". Y en la imagen, un retrato en blanco y negro del escritor Tom Spanbauer, con la mirada del que se construye desde la herida. Con la imagen romántica del hombre portuario, Spanbauer me mira como si lamentase tener que darme la mala noticia de su muerte. "Tom Spanbauer. 1946-2024".  

Lo primero que hice fue buscar la confirmación de la noticia en un medio de comunicación. A veces la realidad necesita datos para poder ser aceptada. No encontré nada. Silencio. Ni rastro de la muerte de Tom Spanbauer. Ni siquiera este medio, desde el que estoy escribiendo esta columna, publicó un breve. Ni siquiera los grandes medios, los que presumen de un prestigio de décadas en sus cabeceras, los que le entrevistaron en varias ocasiones para sus elitistas suplementos culturales, escribieron una frase. Solo haciendo espeleología digital llegué a un pequeño medio estadounidense que explicaba que Spanbauer había fallecido el 21 de septiembre. Nueve días antes del post de Random House. 

Primero me asoló la pena. Los referentes nos duelen como si fuesen miembros de nuestra propia familia. De hecho, lo son. La familia lógica que te arropa cuando la biológica no sabe, no puede o, puta mierda, no quiere. Las personas LGTBI+, como Tom Spanbauer, lo sabemos bien. El escritor Chuck Palahniuk (El club de la lucha), alumno del taller de escritura de Spanbauer, escribió en X que su muerte le había dolido más que la de su propio padre, fallecido veinticinco años antes. Sangre de nuestra sangre. Lágrimas de nuestras lágrimas.   

Pero después, me invadió la rabia. ¿Qué o quién decide qué autor, qué creador, es digno de un obituario, de un recuerdo de su obra? ¿Quién dispone, en una redacción, qué legado es memorable? ¿Es la hostil actualidad la que decide la relevancia de una muerte? ¿Hay que informar del final en el fragor doloroso de la pérdida porque, de lo contrario, la muerte se torna obsoleta? ¿La muerte desactualizada tiene menos interés mediático? Las personas LGTBI+ sabemos que nuestro mayor enemigo es el silencio. Ese que nos invisibiliza, que nos niega el espacio, que nos ignora, que nos arrincona en la intimidad sellada, que nos mata en vida y nos oculta en muerte. 

Habrá quien piense, no lo dudo, que un autor que publicó cinco novelas en veinticinco años tampoco es como para detener rotativas. Niego la relatividad que se nutre del balance de beneficios. Rechazo la falsa democracia del mainstream. Confío en la parsimonia de la creación. Creo en ti, major Tom.  

No soy el único al que la segunda novela de Spanbauer, El hombre que se enamoró de la luna (1991), le cambió la vida. La escritora Alana S. Portero me dijo: "Sin Tom Spanbauer, no hubiera dado el paso de escribir, o lo hubiera dado más tarde". El actor Rulo Pardo me dijo: "Cuando leí El hombre que se enamoró de la luna, no sentí que estaba leyendo ese libro sino que ese libro me estaba leyendo a mí". El compositor Víctor Algora me dijo: "No recuerdo haber leído algo tan bello sobre la sexualidad y sobre la conexión con la naturaleza". 

De pequeño, me di cuenta de que lo que me gustaba era escribir y contar historias. No sé si elegí ese camino por voluntad propia o por eliminación. Huir de la áspera sensación de no encajar en la norma nos condujo, a tantas personas LGTBI+, hacia la cultura refugio, buscando, entre renglones, estrofas y secuencias, la anhelada identificación. Pero un hijo escritor no es lo que deseaba una familia obrera de los años 70. Era inconcebible. Así que abandoné mi sueño de escribir ficción. Hasta principio de los 90, cuando leo El hombre que se enamoró de la luna. Para mí, ese libro es como una epifanía. Es una revolución interna que me devuelve el deseo impetuoso de escribir.  

Tom Spanbauer era profesor de escritura. Impartía unos talleres basados en lo que denominó "escritura peligrosa". Entender la escritura como algo sanador. "¿Qué es lo que más te duele?" era la primera pregunta que le hacía a su alumnado. A partir de ahí se iniciaba un reconocimiento de la herida y se daba el difícil paso de decidir escarbar en ella. Coge tu corazón roto y conviértelo en arte, que decía Carrie Fisher. El arte de la vulnerabilidad. Todos los años, cuando inauguro una agenda nueva, lo primero que hago es escribir en ella dos frases de Spanbauer que son mi verdad: "La ficción es aquella mentira que suena más verdadera que la realidad" y "escribo porque no puedo hablar y llorar al mismo tiempo". 

Leed cualquiera de sus 5 novelas. Os lo pido por favor. No solo la icónica El hombre que se enamoró de la luna -durante un tiempo, Almodóvar tuvo los derechos de la novela para llevarla a la gran pantalla- sino Lugares remotos (1988),La ciudad de los cazadores tímidos (2001), Ahora es el momento (2006) y Yo te quise más (2014).  

Con esta columna solo pretendo ocupar una parte del silencio que ha rodeado la muerte de Tom Spanbauer. Que su fallecimiento, con 78 años, aparezca en una búsqueda rápida en Google. Que nadie dude de que ya no está, de que no habrá nueva novela sobre sus años en Kenia. Que nadie ignore cómo nos salvó la vida, cómo nos la cambió, cómo nos ayudó a ajustar cuentas con nuestro pasado para destronar la culpa y la vergüenza de nuestra biografía. Gracias, maestro. 

A día de hoy, diecisiete días después de su muerte y ocho días después del post de Random House, no ha aparecido, en ningún medio de información general, un obituario de Tom Spanbauer.  

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