Otras miradas

Poli bueno, poli malo

Jonathan Martínez

 

Poli bueno, poli malo

El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo y la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. Imagen de archivo. Europa Press

Hacía mucho que no releía a Paul Auster. Yo andaba de paseo por Madrid y mi amigo Pablo me contó que iban a rendirle homenaje en el Círculo de Bellas Artes. Aquello tenía una pinta excelente, pues la editorial Seix Barral había invitado a Siri Hustvedt y a Enrique Vila-Matas para que llenaran el aire de nostalgias y literatura. El problema es que para entonces yo ya no estaría en Madrid sino en Bilbao, así que me consolé recorriendo las estanterías de una librería de la calle Génova y me hice con un ejemplar de Leviatán.

El arranque de la novela es de sobra conocido: en 1990, en una carretera de Wisconsin, un hombre salta en pedazos al estallarle la bomba que estaba manipulando. Entre el desastre de chatarra y ceniza, el FBI encuentra un papelito donde el difunto anónimo ha apuntado las iniciales y el número de teléfono del narrador. El narrador, Peter Aaron, termina frente a dos agentes del FBI que quieren desentrañar el misterio. Pero Aaron es novelista y necesita ganar tiempo para escribir a escondidas la historia de su amigo muerto.

Los policías de Leviatán tienen algo del arquetipo cinematográfico que nos ha inculcado la industria de Hollywood. Llevan gafas de aviador, por supuesto, y entonces Aaron empieza a verlos como actores de una película de bajo presupuesto. En un interrogatorio todo el mundo interpreta un papel. Hay un agente joven y otro viejo que parecen dos versiones de una misma persona. El joven juega al poli malo, apenas sonríe y abusa de una formalidad que linda con el sarcasmo. El viejo, al contrario, es campechano y permite que la conversación fluya en un tono amable y hasta confiado.

Es curioso comprobar de qué manera las ficciones que leemos dialogan con nuestra propia realidad. Yo caminaba por la calle Génova y de pronto, al alcanzar la sede del Partido Popular, reconocí la acera donde hace más de dos años se manifestaron los partidarios de Isabel Díaz Ayuso para pedir la cabeza de Pablo Casado. Casado había denunciado entonces lo que consideraba un contrato indecoroso a favor de Tomás Díaz Ayuso, así que aquel alboroto genovés bien podría considerarse una de las más célebres manifestaciones a favor de la corrupción en España. Todo era más honesto, por cierto, que el reciente sarao de Plaza de Castilla.

De inmediato imaginé a Casado y Ayuso como dos agentes del FBI con gafas de aviador y camisas de niños bien. Trataban de interrogar a Pedro Sánchez pero el asunto no avanzaba porque ambos querían jugar al poli malo, el madero macarra, el chulapo inclemente y perdonavidas. De modo que Sánchez se iba de rositas y los agentes peleaban entre sí hasta desangrarse porque el corral se había quedado demasiado pequeño para dos gallos tan grandes. Por fin, ensangrentada y con la testa de su compañero en la mano, Ayuso pidió que reemplazaran al agente Casado por algún muchacho dócil y atemperado que supiera hacer de poli bueno.

Estos días se ha dicho que Ayuso tiene acobardado al pobre Feijóo. Que José María Aznar y Miguel Ángel Rodríguez controlan la garita del partido mientras los numerarios de Génova se conforman con obedecer y agachar el pescuezo. Hay una gran dosis de verdad en esas afirmaciones. Sin embargo, Ángel Munárriz desliza una hipótesis más seductora. Así, la tensión entre Feijóo y Ayuso tal vez no sea una debilidad de los conservadores sino un esquema premeditado que copia al dedillo la proverbial simbiosis entre Rajoy y Aguirre: un gallego meloso al frente y una madrileña de rompe y rasga apretándole las tuercas a la zaga. En fin, el poli bueno y el poli malo.

Ya no puedo dejar de detectar ese mismo patrón por todas partes. Incluso dentro de la derecha parlamentaria, Vox actúa como un mamporrero de la Brigada Político-Social y el PP hace las veces de ese comisario empático y bonachón que te rescata del calabozo hecho un guiñapo y te aconseja que confieses por las buenas. Los dos agentes compadrean en los despachos de la DGS pero a la hora de la verdad se reparten los roles bajo un guión tan eficaz como estricto. Si apuramos la metáfora, ese es el papel que han desempeñado hasta hoy los artífices del bipartidismo. A nadie debería sorprender que González y Aznar anden ahora compinchados después de tantos años de teatral antagonismo.

No hay nada como un rostro fruncido a nuestro lado para que por contraste adquiramos la apariencia benéfica de un arcángel. Hace apenas unos años, los pocos medios que retrataban al emérito con las verdades del barquero se exponían al repudio social cuando no a la furia de los tribunales. Cómo sería la cosa que Rebeca Quintáns tuvo que firmar Un rey golpe a golpe bajo el seudónimo de Patricia Sverlo. Hoy hasta Eduardo Inda publica los audios de Bárbara Rey mientras rinde borbónicos honores en el besamanos del Palacio Real. Felipe VI es el poli bueno de una monarquía que sigue a pies juntillas la empresa sucesoria del patriarca.

Dicen los expertos en persuasión que el poli malo nos fuerza a rebajar nuestras expectativas durante una negociación determinada. En efecto, las pamemas de Donald Trump resultan tan lunáticas que hasta Kamala Harris podría parecernos una candidata razonable mientras las armas estadounidenses, demócratas o republicanas, descuartizan niños en la Franja de Gaza. Regreso por un momento a Leviatán y leo que Aaron opta por desempeñar su propio papel en el interrogatorio. En realidad se hace el tonto hasta que lo dejan en paz porque sabe que el poli bueno y el poli malo son dos caras de la misma moneda. Hay leviatanes de muchas cabezas. Ninguna de ellas es la buena.

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