La prensa italiana da noticia estos días de que el medio ex papa Ratzinger ha prestado su memoria para un libro/entrevista que saldrá en septiembre. Por fin nos enteramos de para qué queríamos dos papas (la discusión no es baladí: yo sigo sin enterarme de para qué queremos dos reyes). Y no lo digo con sorna (lo de los papas), pues al parecer no se trata de la previsible hagiografía en vida, sino de un testamento que volverá a poner de moda el veneno en la Ciudad del Vaticano.
Benedicto XVI hablará en su libro de corrupción en la iglesia, del blanqueo de capitales desde la Banca Vaticana, de intrigas, de "la plaga de la pedofilia" e, incluso, de un poderoso lobby gay trotando en falda bajo los arquitrabes de la Santa Sede, por si faltaba algo gracioso para rodar una comedia de situación. De ser mínimamente sincero, este libro se puede convertir en una obra magna de la teología, pues hace ya unos veinte siglos que venimos insistiendo a los católicos de que va siendo hora de repensar la iglesia.
La curia libertariamente más rácana tiene que estar trinando con este dúo de papas. El pontífice activo les ha salido medio hippie y el cesante, letraherido volteriano. A Rouco Varela y Ana Botella no paran de brotarles llagas, como a Francisco de Asís.
Que un papa nos hable de corrupción, blanqueo de capitales y logias de pedófilos vaticanos organizados y poderosos es, al menos, un esperanzador principio regenerador dentro de una de las sectas más putrefacciosas y sanguinarias de la Historia. Con este libro, quizá sea Benedicto XVI el que deba considerarse el papa progre, pues Francisco no ha pasado de la sonrisidad podemítica de sus frases y de sus lamentos bienintencionados pero hueros.
Uno piensa que la iglesia acabará diluyéndose por puro, aunque tardío, sentido común. Es absurdo pensar que un ser omnipresente necesite templos: nunca se librará de la lluvia. Pero, mientras, está entretenido ver que un papa nos retrata el Vaticano con la misma paleta podrida con que se dibuja cualquier país corrupto, terrenal y en pantalones. Condenar al Vaticano para salvar la fe no me parece mal como primer paso para reconsiderar que una iglesia pueda poseer un estado, o viceversa. Si no eres gran poeta místico, siempre que mezclas lo terrenal con lo espiritual un palomo te preña a una Virgen, al ministro del interior le aparca en prohibido un ángel de la guarda, y a Maduro se le aparece un pajarito. Por no contar lo que sucede en Norteamérica.
La iglesia española, y nosotros, tardaremos en olisquear estos vertiginosos cambios, pues aquí los curas no han digerido la contrarreforma por consejo de la generosa oligarquía, a la que siempre han servido con piadosa humildad. Pero por el Este las cosas están cambiando. Hemos pasado en 25 años de ver al Vaticano intentando boicotear El Padrino III, a ocupar a un papa en la redacción de El Padrino IV.
Tampoco se vaya a creer el atolondrado lector que está uno echando albricias como Galileo cuando el Vaticano casi lo rehabilita a finales del siglo XX. Al fin y al cabo, el propio Ratzinger dijo en 1990 al respecto que la "sentencia de la Iglesia contra Galileo en 1633 fue razonable y justa". De gente tan escasamente heliocentrista no se pueden esperar demasiados amaneceres. Pero, después de tantos siglos de inmovilismo científico, ético y criminal, cualquier baratija intelectual que salga del Vaticano con cierto aire abrileño se paga en oro.
Otra cosa es que se confundan y emputezcan los términos. Porque Ratzinger habla de un lobby gay, criminalizando a los gays, en lugar de decir curas pederastas o/y violadores, criminalizando a sus curas (que son sus criminales). Es como si violador de mujeres se pudiera asimilar sinónimo de heterosexual. El lobby heterosexual de violadores y asesinos de mujeres: mola tanto que dan ganas de pasarlo a siglas. A Bertín Osborne le daría un marichalazo de felicidad.
También está el debate de por qué los curas no suelen sufrir las penas de cárcel y el odio social de cualquier otro violador. Pero no obliguemos a la iglesia a caminar al ritmo de la racionalidad, la justicia y esas cosas. Sería poco cortés hacia los primeros en la lista de espera, como Galileo o Miguel Servet. Desde Galileo, el tango tardó cuatro siglos en descubrirnos que veinte años no es nada. No le metamos prisa a Dios, no se vaya a creer que es Messi. Vale lobby gay como enemigo de compañía, revolucionario ex papa Ratzinger.
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