A lo largo de mi ya viejuna e infértil trayectoria periodística, he tenido oportunidad de entrevistar a millardos de escritores, periodistas, humoristas, historiadores, músicos, observadores, científicos, lectores, cátedros y vagabundos, y al final siempre acabas hablando con ellos, aunque no venga al caso, de libertad de expresión. Los artistas y los buscavidas somos gente que nos preocupamos por esas caprichosas menudencias. Serán manías de vago.
La libertad de expresión es muy mala de medir. Sin embargo, dicen los viejos más viejos que yo que la libertad de expresión, en época franquista, no se podía alcanzar desde la ciencia, ni desde el periodismo, ni desde la literatura, ni desde la historia. En las épocas de represión informativa más dura, solo había un medio a través del que burlar la censura: el humor.
Los fascistas, los represores en general, tienen un defecto común, según mi párvula experiencia. Carecen de sentido del humor. No entienden los chistes. Descomprenden la ironía y a veces incluso el sarcasmo. O sea, que te puedes reír de ellos aunque después te vayan a asesinar igual. No es mucho consuelo, pero a mí me gratifica.
Yo no he sido nunca fascista, pero no por razones ideológicas, sino porque pienso que debe de ser aburridísimo vivir sin sentido del humor. Y yo he venido a esta vida a amar y divertirme, no a odiar y estar muy serio.
Sin embargo, en esta democracia plena, vemos cómo se persigue judicialmente el humor. Recuerdo el secuestro de la revista El Jueves cuando publicó una caricatura de Letizia fornicando con Felipe VI (lo de VI no es el número de polvos, sino una convención dinástica). Sucedió en 2007, que es un poco después de la prehistoria. El juez de la Audiencia Nacional Juan del Olmo ordenó el secuestro de la revista satírica. La retiraron de los kioskos. Si Felipe y Letizia se observaron caricaturizados, es problema suyo, pues nunca se citaron sus nombres ni sus membresías. Si ellos quisieron sentirse semejantes a sus caricaturas no es para llamar a un juez, sino a un sexólogo. Pues su polvo, en que se creyeron caricaturizados, no parecía muy placentero.
El humor se parece tanto al amor que yo casi nunca los distingo. Y por eso recibo con humor y amor (sinécdoque) la denuncia contra los Abogados Cristianos que impulsa la revista Mongolia.
Mongolia ha lanzado una campaña para querellarse contra esos frikis inquisitoriales llamados Abogados Cristianos. Esta gente, financiada con mucha pasta de la ultraderecha, se dedica a denunciar a medios y periodistas que se ríen de ellos. Entre otras muchas cosas, nos reímos de ellos porque son risibles. Yo los he conocido. Me he enfrentado a ellos judicialmente. Ganan a menudo. Son patéticos. Irracionales. Ni siquiera entiendes por qué te denuncian. Y luego están los jueces. Que aceptan las demandas de estos frikis. Que te condenan por un chiste. Por una verdad. Por una caricatura.
Los de la revista Mongolia han comenzado una campaña de micromecenazgo (¡BASTA YA DE ACOSO JUDICIAL ULTRACATÓLICO! — Verkami) para enfrentarse a estos Abogados Cristianos. Que defender el humor y la sátira tenga que pasar por los juzgados me resulta suavemente inquietante. No entiendo que los jueces acepten las estupideces de esta gente para abrir procesos contra el humor. Quizá el micromecenazgo no debería ser para denunciar a los Abogados Cristianos (que si los conocéis os dan la risa, a pesar de que luchen contra el humor). Quizá esos micromecenazgos deberían emplearse para denunciar a esos jueces, mayoría, que se empeñan en gastar dinero público en defender causas absurdas de fascistas descocados o cocados que luchan por impedir la risa libre. La risa que es de todos. La risa que se necesita tanto en estos tiempos de poco amor. No hay que ir a cazar a los frikis de Abogados Cristianos: hay que ir a por los jueces que les dan cuna. Mientras los jueces no sientan la amenaza del pueblo, el miedo seguirá de nuestra parte. Quedémonos quietos, si os place. Pues siempre nos quedará el humor perseguido, que quizá sea una forma de risueña resignación. Pero yo soy un soldado de la risa, y me batiré en combate junto a Mongolia. Y risueñamente perderemos. Pero no pasa nada. Aunque nos condenen la risa, yo me quedo con ganas de hacer más democráticas travesuras. Y apoyo con todo mi corazón a la revista Mongolia, que tanto humor y amor y lucha me trae al kiosko. Perderemos, por supuesto. Pero enterraremos calaveras más sonrientes que ninguna.
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