Si en algo son expertos los del Partido Popular es en gestionar catástrofes. Las gestionan tan bien que las amplifican. Las miman, las alientan, las vitaminan, las ceban y las azuzan sobre los ciudadanos. Les profesan tanto amor que cuando no hay catástrofes, se las inventan, y le echan la culpa a Pedro Sánchez de todo lo tremendo que va a pasar y nunca pasa; si la catástrofe es real, la niegan, la ignoran y permiten que se expanda en ayusona libertad.
El martes por la mañana ya estaba yo enganchado a las redes sociales pendiente de València, como tantos periodistas. También a las radios y periódicos digitales, claro, pero esto de las redes te permite acceder a la voz y las imágenes de los protagonistas en tiempo real, pisando tierra y oliendo aliento. Es cierto que están llenas de odio y fakes, pero también de información. Su utilidad depende de tu capacidad para filtrarlas. Las reivindico porque el día de autos fueron una herramienta enormemente útil para pedir socorro, localizar a gente atrapada y salvar vidas. Por mucho que las prostituya Elon Musk, el pueblo las asalta cuando las necesita, y las sublima, por muy hortera que suene.
Desde tres días atrás, la Agencia Estatal de Meteorología ya venía advirtiendo del peligro de la DANA inminente. Por supuesto, no en la magnitud en que se ha dado. Eso es impredecible, se lamentan los más cualificados científicos. Pero la alerta roja de la Aemet, ese martes a primera hora, ya traía predicciones geográficas precisas, y esa suele ser una muy inquietante señal. Los partes meteorológicos iban confirmando que no iba a ser una jornada de lluvias y vientos melancólicos.
En no sé qué radio se hablaba de la DANA de 2019, que azotó la misma comunidad. Siete muertos y la cosecha de naranja, limón y mandarina arruinada. Mucho dinero perdido. Hambre para los jornaleros que esperaban las pagas de la recogida allá por finales de noviembre. Certeza de una navidad triste en los hogares pobres de la Vega Baja que se habían mantenido en pie. La DANA de ahora se predecía más al norte.
Creo que fue a media mañana cuando el president de la Generalitat Valenciana, Carlos Mazón, recibió el premio Aenor por su gestión sostenible del turismo. La presencia en la gala del molt honorable senyor sin duda bajó las pulsaciones de la gente, su preocupación. La mía también, y me fui a tomar un bocata relajante a la cantina.
A las 13h comparecía el president ante el pueblo: aquí no pasa nada, que a las seis escampa, nos vino a decir. Pero a través de las redes seguían llegando impactantes imágenes de aguas asalvajás. Mal rollo, pero a las seis escampa. Lo sabemos por quien tiene que estar más informado.
Y a las seis no escampó. Y nos dieron las diez y las once, las doce y la una, como en la espantosa canción de Sabina.
A las seis no escampó y empezaron a aparecer en redes imágenes tremendas de riadas y coches arrastrados, de gente en los tejados, de tornados. Mensajes de personas que suplicaban que se difundiera su localización, a ver si alguien cercano podía ir a rescatarlas.
A las ocho, la Generalitat ordenó la alarma telefónica. El pitido universal. Un vecino de Paiporta relató en la tele: "Cuando sonó la alarma, yo ya estaba subido al puñetero árbol, viendo a los muertos flotar en el agua".
Uno no comprende que Alberto Núñez-Feijóo base su estrategia de oposición en el fake incesante. Pero solo son palabras, ruido, ladridos inquietantes en la niebla. Sin embargo, si tu gobierno gestiona una catástrofe a base de mentiras, es susceptible de ser observado, al menos por los legos como yo, como sospechoso de homicidio imprudente. Privarte de información que alerta de que tu vida corre peligro no es solo una mentirijilla política por omisión. Es como dejar que un ciego entre confiado en el ascensor sin advertirle de que no hay cabina.
Carlos 'Monzón' mentía al recibir el premio, difundiendo una imagen de normalidad entre la ciudadanía y el empresariado valencianos. También mentía cuando pronosticó que escamparía a las seis, pues bastaba con abrir la página de la Aemet para dudar del optimismo del molt honorable. Y mintió mientras retrasó hasta las ocho la alarma telefónica: antes de esa hora ya flotaban cadáveres, y él tenía que saberlo. El Gobierno de Japón había enviado un mensaje a sus turistas el día antes. Que no salieran. Los trabajadores valencianos siguieron en sus puestos, como si no pasara nada. Grandes cadenas comerciales no permitían a sus empleados estar pendientes del móvil, aunque lo solicitaran, preocupados por sus familiares. "No se preocupe y siga trabajando, que lo ha dicho el president: aquí no pasa nada".
Consumada la tragedia, Alberto Núñez-Feijóo siguió mintiendo, aunque sus falsedades, para consuelo general, ya no podían costar más vidas. Difamó a la Aemet asegurando que había minimizado el riesgo, cuando encendieron públicamente la alerta roja (la más súper-enorme y gigantesca, para que me entiendas, Alberto) a primera hora de la mañana. Quizá es que el jefe de la oposición y líder del PP necesita que un meteorólogo de alta cualificación le arroje un cubo de agua fría a la cara para comprender que los científicos le están avisando de un peligro. Sería muy trumpiano. Cómico, si no produjera tanta ira y tristeza
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