Buzón de Voz

Triste euforia

La muerte de Osama Bin Laden a manos de comandos especiales norteamericanos es ya considerada como el mayor éxito político de la presidencia de Barak Obama, lo cual no significa que pueda pasar a la historia como un acto de justicia. Acabar de un tiro en la cabeza con un individuo y arrojar su cuerpo al mar para evitar homenajes no puede defenderse como una forma justa de actuar. La Casa Blanca asegura que lo habrían capturado vivo "si hubiera sido posible", pero diversas fuentes oficiales admiten que la orden dada a los comandos era la de matarlo. Es una de las pocas certezas, porque son muchas las incógnitas abiertas sobre la operación y algunas de las cuales posiblemente no se cierren nunca. Si Bin Laden estaba localizado desde agosto en esa casa del norte de Pakistán, ¿no ha habido una sola oportunidad en ocho meses, con sus días y sus noches, de capturarlo con vida? ¿No era prioritario interrogar al líder de la más compleja organización terrorista del mundo después de haber torturado a centenares de inocentes en busca de pistas sobre su paradero? Las imágenes de euforia en Estados Unidos por la muerte de Bin Laden responden a la lógica de un sentimiento colectivo de venganza acumulado desde la barbarie del 11-S. Algunas de ellas eran estampas no muy diferentes a las que muestran a grupos fanáticos islamistas festejando un atentado. La fortaleza de la democracia no consiste en celebrar tiroteos nocturnos.

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