Posibilidad de un nido

La culpa de las señaladas

 

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La violencia digital sale muy barata en este país. Vamos, sale gratis. ¿A cuántas mujeres conoces a las que han acosado, agredido o amenazado en redes sociales? ¿Ha pasado algo? Pues eso. En el caso de las mujeres con presencia pública, además, esto viene de serie. Basta que tengas una voz, una cara, un cuerpo, para que uno te señale, y ahí empieza el infierno. He contado mi caso demasiadas veces. He contado cómo me señaló la Policía Nacional, más concretamente el SUP, y después dos o tres periodistas rijosos y violentos, y después varios miembros de VOX, y después... Todos mostrando mi cara en fotos y vídeos. No soy la única, somos muchas. Entonces empezaron a perseguirme por la calle, a empujarme, me tiraron al suelo, me escupían, amenazaron de muerte a mis hijos, dejé de salir con ellos a la calle, y así hasta que llegaron a la mismísima puerta, la señalaron con una cruz, y tuvimos que mudarnos a otro piso, a otro barrio. Pero no quiero hablar de eso, eso da para un libro, sino de la culpa.

Hace poco participé en la organización de la cita en Colón contra la presencia de los líderes del fascismo global en Madrid el pasado 19 de mayo. Grabé además un vídeo para este mismo periódico. Entre los muchos individuos que acompañaron a VOX aquel día estaba el presidente argentino Javier Milei. Para resumir, sucedió lo siguiente: alguien allá colgó esa grabación en tuiter y empezaron a sumarse los insultos procedentes de Argentina con los que ya circulaban por aquí. Nada demasiado nuevo. Entonces, de pronto, sin saber de dónde me venían, empezaron a llegarme amenazas de muerte, promesas de tortura, menciones brutales a mi familia, textos y fotos atroces. Fue un aluvión, algo completamente inesperado. Una ya lleva mucho rock’n’roll al lomo como para saber qué consecuencias tiene cada uno de sus actos, pero esta vez fue un puñetazo en mitad de la nada. Tardé algunos días en enterarme de la razón: Javier Milei, presidente de Argentina, me había señalado con un tuit. Allí estaba yo. No solo mi nombre, también mi cara, mi cuerpo, mi voz. Se puede imaginar lo que ha seguido, siempre pasa lo mismo.

Y ahora llega el momento difícil de verdad. ¿Qué hacer con esto? Eso me pregunto, y pregunto también a mis alrededores. ¿Qué hago, qué carajo hago con todo esto? Por supuesto, no puedo irme a una comisaría a denunciar al presidente de Argentina. Además, el señalamiento en redes para que otros te agredan no consta en nuestro Código Penal. "Mejor protégete y déjalo pasar". Esa es la respuesta más común. "No te metas en más líos", "no hables"... Pero una no debería permanecer en silencio ante un ataque orquestado, una agresión multiplicada. Ante ninguna agresión, en realidad. Si no lo contamos, ¿cómo sabrán que eso está sucediendo? ¿Cómo dejarán de sentirse solas, víctimas únicas, las demás acosadas? ¿Cómo entenderemos la violencia constante contra las mujeres, contra nuestras voces en el espacio público? Pienso que no deberíamos callarnos nunca. ¿O sí? ¿Sería mejor?

Pienso una cosa y la contraria, y no lo sé. Solo tengo claro que, si me callo, la culpa me muerde el ánimo y seguirá haciéndolo durante mucho tiempo. Pero si hago lo que estoy precisamente haciendo en este momento, sucederá lo mismo. La culpa por haberme convertido otra vez en diana me va a roer los tobillos. Y las miradas de quienes callan en voz alta un "Ya te dije que no hablaras otra vez". Y lo que puede sucederme, ese "tú te lo has buscado" que no dicen pero se les lee en los ojos.

Es la culpa de las señaladas. En una sociedad que no castiga a quienes, como Milei, como los voceros ultras, ponen en marcha la máquina de la violencia, la víctima acaba siendo la culpable. Lo sabe el cuerpo, que no encuentra acomodo, el cuerpo señalado.

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