Han sido muchos los lectores que me han escrito durante la jornada electoral esperando que el día 22 escribiera analizando los resultados electorales en Catalunya. Sin embargo, hoy me siento absolutamente incapacitado para ello. Me siento cobarde, impotente, hipócrita. Anoche, mientras muchas personas, con ciertos partidos políticos al frente, celebraban el triunfo de su visión sobre un pedazo de tierra, llegaba a Rincón de la Victoria, el pueblo en el que vivo, una patera con 56 inmigrantes subsaharianos.
Al tiempo que las luchas territoriales -porque, en el fondo, los nacionalismos (autonómicos o estatales) son eso- marcaban la jornada en España, 56 personas llegaban a la costa tras pasar un auténtico infierno. Asustadas, con frío y, al mismo tiempo, aliviadas por llegar a tierra firme, por creer que dejan atrás la miseria, la violencia que un día les empujó a dar una última batalla por la vida.
Ayer mismo, mientras en Catalunya se libraba otra batalla, la electoral enmarcada por ver qué visión sobre el terruño se impone, en Rincón de la Victoria se presentaban los Presupuestos para 2018, plagados de las típicas obras de año electoral -en este caso, preelectoral-, sin dinero real con que pagarlas y con la clara intención de atraer votos agradecidos.
¿Y las personas? Es la misma pregunta que me he hecho durante toda la campaña catalana, la que me hago con esos Presupuestos municipales del pueblo al que arribó anoche esa patera. A esos 56 inmigrantes, entre los que se encontraba una mujer embarazada, poco les importa si Catalunya es o no una república independiente o si en Rincón de la Victoria priorizan la ampliación innecesaria de una plaza sobre las políticas sociales.
Esos 56 inmigrantes ni siquiera sabían que el pueblo al que llegaron es el segundo más rico per cápita de toda la provincia de Málaga. Todo eso les da igual; sólo quieren calor, comida para el cuerpo y para el espíritu... un mínimo de solidaridad. Sin embargo, en lo único en lo que están acertados es en que todo eso da igual. El Gobierno español terminará por meterlos en una cárcel como la de Archidona -con menores entre ellos-, antes de organizar uno de esos vuelos de deportaciones masivas en los que, incluso, sedan a las personas para que no opongan resistencia.
Anoche me acosté en mi cama con más sentimiento de culpa que nunca. Anoche la sensación de que me ocupo y preocupo por la gente que tengo más cerca no fue suficiente para calmar el desasosiego que me produce sentir de cerca el miedo de quienes salen del mar... de quienes sobreviven al mar. Anoche nada parecía suficiente y, al mismo tiempo, demasiadas cosas me sobraban, con las campañas y los presupuestos que se olvidan de las personas... que son, a fin de cuentas, quienes dan valor a un pedazo de tierra.
Anoche me acosté con la perturbación de que las personas no importan, o no lo suficiente, porque hoy, con la playa ya desierta de supervivientes de la vida, fuerzas del orden, Cruz Roja y muchedumbre móvil en mano, la escena apenas será un recuerdo, que en Nochebuena se habrá esfumado por completo. Las personas no importan; esa idea me martiriza más que de costumbre.