Cada vez quedan menos ciudades hogar y más ciudades de paso. Se ha perdido el norte: en lugar de tratar de hacer de las urbes un lugar más habitable, estamos construyendo placeres de usar y tirar, espacios efímeros con los que llenar carencias artificiales, lugares que a medida que se marcan en Google Maps y Trip Advisor, se borran del corazón.
Siempre me ha costado echar raíces, pero esa tendencia a ser culo de mal asiento no ha estado nunca reñida con coger cariño a algunos de los lugares en los que he dado con mis huesos. Sin embargo, cada vez resulta más complicado, porque los amores fotocopiados son como una mala resaca: desagradables aunque, si rebuscas, encuentres pequeños atisbos de placeres indelebles que, siempre resultan insuficientes.
Si hubo un tiempo en que las franquicias tomaron las urbes, ahora son éstas las que franquician un mismo modelo de ciudad, que se replica como una pandemia cuyo número de víctimas ya se cifra en millones. Si uno despertara de golpe en mitad de una avenida principal, dudaría si se encuentra en Madrid, Barcelona o Málaga. Los comercios, los bares y restaurantes, los mupis de publicidad, los maceteros... incluso, l@s turistas -pareciera que el casting hubiera sido realizado por la misma empresa- son de tal similitud que vista una, vista todas.
Aquellas ciudades recogidas y amables para el corazón se han esfumado; las hemos cambiado por agujeros negros que engullen identidades, costumbres y personajes, y nos escupen clones con datáfonos que nos chupan hasta la sangre. Hemos vendido el alma al diablo a cambio de especulación, cultura musealizada, libertad atada en corto, arte institucionalizado y costumbres con olor a naftalina.
Afortunadamente, contra estas ciudades de paso, contra el franquiciado de este modelo de urbe, surgen grupos que se rebelan, que no están dispuestos a que su hogar sea un CTRL+V y a otra cosa mariposa. Este pasado fin de semana, una plataforma ciudadana salió a las calles de Málaga a protestar, a decir que no a las barbaridades que han convertido a este capital andaluza en otro parque temático. Tomando el relevo de Málaga o Barcelona, Málaga No Se Vende grita, grita con todas sus fuerzas para tratar de detener la sinrazón codiciosa que llena algunos bolsillos y aniquila el espíritu de tod@s.
Málaga No Se Vende es literal, no se vende a ese modelo que nos quieren imponer con préstamos de usura, ni a esos falsos profetas que ahora aplauden con la boca chica esta iniciativa y que, sin embargo, son maestros de la especulación, pisacuellos insaciables y holgazanes del amor que pagan pasiones a crédito. Días atrás leí columnas de opinión tan fotocopias como el modelo de ciudad del que se benefician sus autores: dando una de cal y otra de arena como si fuéramos idiotas, como si no nos diéramos cuenta que soplar y sorber a un tiempo es imposible.
Málaga No se Vende ha de cobrar más fuerza y, como este movimiento, el resto que está germinando en otros puntos de España, cada uno con su idiosincrasia, con su alma. Las ciudades de paso nunca debieron existir, no han de perdurar. Luchen porque su espacio, ese que está a la venta con usted dentro, descuelgue el cartel de SE VENDE. ¿No sería bonito que, visiten la ciudad que visiten, se apoderen de ustedes las ganas de quedarse a vivir para extender el disfrute particular de cada una de ellas? ¿No sería maravilloso medir el nivel de vida en sonrisas en lugar de Likes? Luchen por ello... y no lo tuiteen.