Los piratas tienen buena prensa, salen guapos en las películas, nos caen simpáticos como personajes de ficción, hasta que uno cae en manos de piratas auténticos o se decide a volar con Ryanair, por ejemplo. Entonces se acabó la simpatía y empieza la sesión de tortura china. El portavoz de la compañía irlandesa (un payaso que siempre está sonriendo, como si tuviera gracia) asegura que es muy divertido volar con ellos, siempre y cuando tu idea de la diversión sea que te arranquen los pelos de los huevos uno a uno durante cuatro horas.
Volar con Ryanair debería estar considerado deporte de alto riesgo, igual que el alpinismo sin cuerdas o el buceo entre tiburones, una apuesta a vida o muerte junto a otro montón de imprudentes pasajeros que se juegan la vida sin saberlo en aviones sin suficiente combustible, revisados al tun tun y dirigidos por un botarate que parece primo hermano del Joker, el chungo, el que se escapó de la incubadora. La cantidad de incidentes de alto riesgo que han protagonizado estos descerebrados da no ya para una película, sino para una teleserie de cinco temporadas donde sólo falta que los pilotos hagan apuestas para ver si logran aterrizar manejando los mandos con el culo. Si un día, Dios no lo quiera, un avión de Ryanair se estrella, los muertos van a darse de hostias por arrancar el arpa del fuselaje para tocar en las nubes mientras los teletipos de medio mundo empezarán a repetir aquel título magistral de García Márquez: "Crónica de una catástrofe anunciada".
Dejando aparte la seguridad, el otro punto fuerte de Ryanair es la incomodidad: difícilmente se encontrará un ejemplo mejor de aquel viejo refrán de "lo barato sale caro". Un sencillo salto ida y vuelta a Londres me costó varias sesiones de fisioterapia y quiropráctica, eso sin contar analgésicos y daños psicológicos. La culpa no es de ellos, claro, sino de los diversos organismos que les dan alas (nunca mejor dicho): más de 600 millones de euros en concepto de ayudas por parte de la Unión Europea sólo por transportar personas como si fueran cerdos. En sus mejores momentos, una sesión de espera, empuje y estrujamiento en un vuelo de Ryanair oscila entre un curso acelerado de faquirismo y un vagón de pasajeros rumbo a Treblinka. Hay gente que dice que le gusta viajar con ellos porque sale económico, sí, pero también hay gente que ha jugado a la ruleta rusa y todavía tiene los sesos en su sitio. En España Ryanair sigue funcionando porque el ministerio de Fomento fomenta el crimen organizado y también porque hay ciertos aeropuertos donde ni siquiera cagan las palomas.
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