David Torres

Acabo de publicar CARTAS A LAS NOVIAS PERDIDAS, una novela en la que una familia se reencuentra entre la memoria y el alzhéimer a través de los tenebrosos recuerdos de las mazmorras de la Dirección General de Seguridad y los claroscuros de su propia historia.

Siempre he pensado que una novela es como un matrimonio más o menos largo mientras que una columna es un lío de una noche. Fui finalista del premio Nadal en 2003 con El gran silencio y he ganado también e Ateneo de Valladolid por Cartas a las novias perdidas, el Hammett de la Semana Negra de Gijón y el Tigre Juan por Niños de tiza, así como el premio Logroño por Punto de fisión, de donde toma su título esta trinchera.

Como se ve, con mis novelas he hecho lectores y amigos, y con mis columnas más bien al contrario. Pero está bien así, porque siempre he pensado que un escritor ha de luchar contra el poder, sea del signo que sea, aunque la señal de su triunfo resulte tan minúscula como una picadura de mosquito en el culo de un elefante.

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