Punto de Fisión

El traje nuevo del rey

Lo más sorprendente de las revelaciones de Wikileaks sobre el rey es que no nos sorprenden. En cualquier otro país se descubre que el futuro jefe del Estado trabajaba de correveidile y de chivato al servicio de una potencia extranjera y se caga la perra. Se resquebrajan los muros del poder, se caen hasta los palos del sombrajo, se descoyunta el eje terrestre, arde Troya. Aquí eso no nos pilla de nuevas porque ya habíamos visto a Juan Carlos yendo y viniendo entre jeques árabes, banqueros engominados, princesas de pega, osos ebrios y elefantes de todos los colores.

Un español es un señor que ya lo ha visto todo, hasta al príncipe de todas las Españas llevándole un café a Kissinger. Un español entra a un bar, se sienta en el taburete, apoya los codos en la barra y soporta el tonelaje inmenso de la realidad como el que oye llover. Entonces abre el periódico y la actualidad, respetuosamente, le orina encima.

Un presidente del gobierno que se aparece a través del UHF. Un ex tesorero que juega al mus con la justicia. Una ministra a la que le crecen deportivos en el garaje. Un conductor homicida promocionado a patadas hacia arriba. Un yerno olímpico que confundía las arcas públicas con su propio bolsillo. Un presidente autonómico en una foto de recuerdo sonriendo junto a un narcotraficante. Una amiga íntima del monarca que trapicheaba secretos de estado por el extranjero y a la que pagamos a escote la reforma de su residencia en El Pardo. Y ahora, para rematar la faena, un borbón al servicio de la Casa Blanca en plena crisis con Marruecos. Ponme otro carajillo, Manolo, que invito yo.

En España no hay monumento al soldado desconocido porque aquí nos conocemos todos. La frase está atribuida al conde de Romanones, que sabía más por español que por aristócrata. Pero lo sorprendente, repito, es que no pase nada, que nadie diga nada. Aquí el rey se pega un planchazo de boca contra el cemento y saltan diez periodistas diciendo que no, que se ha puesto a hacer flexiones. Llevan ya tantas décadas de adulación bajo la bota que tienen la lengua adormecida de tanto lamer suelas.

Con la exclusiva de Público, el rey ha quedado más campechano que nunca. Le han hecho un traje que le sienta como su misma piel: no falta ni una prenda que quitar, ni una coma que poner. Desnudo de la corona a los pies pero, igual que en aquel bonito cuento para niños, todos los cortesanos comentan lo bien que le sienta la vestimenta, lo regio que va en pelota viva por ahí.

 

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