Una vez le preguntaron a Ron Jeremy cuál era el sitio más raro dónde había echado un polvo y dijo: "En Valladolid". Y explicó que no fue exactamente un polvo, sino una violación en masa: "Las mujeres me acosaban por la calle, algunas hasta se sacaban las bragas por la cabeza y me las arrojaban a la cara. Tuve que salir corriendo mientras cientos de mujeres frenéticas me perseguían gritando guarradas y obscenidades increíbles. Una de ellas me lanzó un sujetador como si fuese un tirachinas y por poco me salta un ojo. Pensé que no iba a salir vivo de allí".
Jeremy, la mayor estrella del porno mundial, es un hombre gordo, feo y bajito al que jamás le ha fallado su herramienta de trabajo. Nunca jamás hasta aquel día fatídico en Valladolid: "No sabía que mi trabajo fuese tan conocido en Castilla-León. Al final, una docena de mujeres posesas me arrinconaron contra un ascensor, abrieron las puertas, se metieron dentro y dieron al botón de parada. Yo empecé a rezar porque, aunque estoy acostumbrado a toda clase de depravaciones, orgías y espectáculos cerdetes, nunca había visto esa cantidad de mujeres en tal grado de excitación. En el porno hay mucho de teatro, ¿sabe usted? Se bromea, se acaricia, se toquetea, incluso se habla un poco para romper el hielo, pero éstas no. Éstas estaban enloquecidas, parecían ménades a punto de devorar a Orfeo".
Desde entonces Ron Jeremy ha cogido pánico a los ascensores y no ha vuelto a rodar jamás una escena pornográfica que tenga lugar en una de esas terribles jaulas metálicas. Ni siquiera se atreve a entrar solo en un ascensor: "Una vez en Los Angeles monté en uno en un rascacielos, me vi solo frente al espejo y no sé qué me pasó por la cabeza pero pensé que iba a violarme yo mismo. Creí que había vuelto a Valladolid. Qué miedo pasé". La ascensorofobia de Jeremy es bien conocida por los psicólogos vallisoletanos, que están hartos de tratar pacientes con el mismo síndrome. "En Valladolid es moneda corriente, ya se sabe: un hombre solo e indefenso entra en un ascensor cuando en el último momento se cuela una mujer, da al botón de parada, empieza a desgarrarse la ropa, a chillar y a exigir que le haga un hijo entre el tercer piso y el ático. Parece una broma, sí, pero es una verdadera tragedia. No se imagina la cantidad de machos vallisoletanos que han cambiado el gimnasio por subir y bajar escaleras a pata. Entre nosotros, los profesionales, ya tenemos una estadística hecha. La llamamos la lista de Schindler".
Al final fue un golpe de suerte lo que salvó a Jeremy. Cuando ya estaba tirado en el suelo del ascensor y mientras las mujeres le arrancaban la ropa a bocados, de repente sintió un tirón en el pelo que le hizo aullar de dolor. "Pensaban que iba disfrazado y que llevaba una peluca. Resulta que me habían confundido con el alcalde de Valladolid. Me libré por los pelos, bien lo puede decir".
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