Lo mismo que esas vecinas que recogen a una Virgen portátil, la albergan en casa unos días y luego se la pasan a otra vecina, en Génova han recogido a Soraya, que lleva la monja incluida en el nombre, para ver si les hace un milagro. En una especie de transustanciación parapsicológica, mientras Mariano va cobrando aspecto de mártir, a Soraya se le va poniendo cara de Virgen de los Remedios. Todo muy cristiano, como siempre, con golpes de pecho, contriciones, padrenuestros y promesas. La pregunta no es si Soraya es el mejor recambio de la sacristía: la pregunta es si hay otro. Entre los sobresueldos, los cuñados y la podredumbre, en el PP no queda mucho más de dónde tirar. Es más o menos la misma pregunta que se hacían los soldados desembarcados en medio del infierno de la playa de Omaha: "¿Cuál es el punto de reunión, sargento?". Y el sargento, pragmático como indica su cargo, respondía: "Cualquiera menos éste".
Mariano sufre mucho, dicen algunos ministros y allegados. Nadie lo diría. El suyo debe de ser un martirio opaco, como las tarjetas de Caja Madrid, un martirio de los que van por dentro, entre el café y la lectura del Marca. Cuando pidió perdón, se limitó a recitar el guión y por poco tiene que leerlo. Tanto tiempo en la oposición, entrenando para ser presidente, podía haberlo aprovechado para tomar clases de arte dramático, así al menos ahora tendríamos a un político del método. Mariano hace de presidente al estilo clásico, como lo haría Robert Mitchum: entrecierra un poco los ojos y echa a andar por el hemiciclo. A Mitchum una vez lo contrataron por una millonada para hacer una simple escena, el director gritó "¡Corten!" y el productor se echó las manos a la cabeza: "¡Pero si ese tío no ha hecho nada!". "Usted no lo ha visto", replicó el director muy tranquilo, "y yo tampoco lo he visto, pero la cámara sí lo ha visto". He ahí, resumido brevemente, el misterio del cine, la diferencia entre los actores que tienen que demostrar que lo son a cada fotograma y los que no tienen que demostrar nada. Una vez más ha quedado claro que en España también tenemos un problema de casting, porque Mariano presidente no lo parece y Mitchum no lo es. Por eso prefiere salir a través de una pantalla de plasma, para ver si la cámara capta algo que todavía no ha visto nadie.
Aguirre también pidió perdón pero fue mucho más lejos en su interpretación; entre sofocos y golpes de pecho elaboró un auténtico dispendio de emociones incrustado en un aria de zarzuela. Primero no conocía quién era ni uno solo de los implicados, luego ya los fue olvidando uno por uno y al final ya ni sabía quién era la señora esa que le mostraban en un espejo. Usted no lo ha visto, yo no lo he visto y la cámara tampoco. Aguirre, que pretendía ser la gran esperanza blanca del PP, se está quedando sin blancura, sin grandeza y sin esperanza. En cuanto Mariano le dé el status de circunloquio lingüístico ("esa presidenta de la que usted me habla") va a perder hasta el Aguirre. En la derecha abundan ya tanto los cadáveres políticos, los putrefactos y los corruptos que cualquier día resucita Gallardón antes de que le pongan la losa encima.
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