JAVIER SÁDABA
Acaba de hacerse pública la sentencia de un juicio que ha durado años y que se ha gestado a la sombra de los distintos vaivenes e intereses políticos. Ha sido conocido como el macroproceso 18/98. Lo comenzó el juez Baltasar Garzón y se supone que, una vez finalizado, ha quedado descabezado lo que sería el entorno de la punta más violenta del independentismo vasco. En el juicio se condena a más de 500 años a 47 personas, todas vascas, acusadas de pertenecer, de una u otra manera, a ETA. No he leído la fundamentación de la sentencia ni pertenezco al gremio de expertos en la materia.
Los doctores, por tanto, tienen la interpretación jurídica y para ellos es, por tanto, la tarea. Lo que me ha sorprendido, o mejor, lo que no me ha sorprendido es el saludo alborozado de tanto difundidor de consignas, denominando a dicha sentencia "histórica". Es de suponer que si en vez de 500 años hubieran sido 5.000, la sentencia se consideraría aún más histórica, y así hasta el infinito. Bonita forma de acoger con imparcialidad y neutral honestidad un juicio. Un juicio, como indiqué, lleno de trancas y barrancas. Lo normal, algo en nuestros días ideal, es que se hubieran ofrecido argumentos y contraargumentos, de modo desapasionado. En vez de ello, todo un huracán de loas condenando al silencio a quien se atreva a poner una coma.
Todavía me ha sorprendido, o no me ha sorprendido, que personas obligadas a cuidar con mimo y celo el lenguaje hablen de "entramado" y de "entrañas" (al final va a parecer un asado argentino). Este lenguaje metafórico, en vez de aclarar, confunde. Porque diluye los conceptos y posibilita que se haga pasar el gato de una determinada ideología por la liebre de la violencia. Yo conozco a alguna de las personas condenadas y, estoy convencido, tienen que ver con la violencia lo que tendría que ver un padre franciscano o, si se quiere apurar más, un padre capuchino.
Y por acabar con las sorpresas, me sorprende que alguien piense que con este tipo de escarmientos se resuelva un problema o se cierren las heridas. La violencia es reprobable, sin duda, y los errores que haya podido cometer el campo, numéricamente nada despreciable, del independentismo es probable que no sea pequeño. Pero el asunto no es ése. O, al menos, no es sólo ése. El asunto es que por muchos mazazos que se den existe un subsuelo de reivindicaciones. Y tales reivindicaciones han de ser atendidas con todo el espíritu y la paciencia que la democracia, que no sea sólo se palabra, exige. Todo lo demás es echar leña al fuego. Entiéndase bien, en modo alguno se trata de justificar actitudes del todo improcedentes en una sociedad que, por imperfecta que sea y lo es, tiene cauces e incluso laberintos para que las cosas puedan cambiar. De lo que se trata es de saber ser demócratas. Y lo que hay que conseguir es radicalismo, y no fundamentalismo, democrático.
Los partidos políticos estatales, en su mayoría, se han alegrado de la condena. No lo han hecho los vascos. Todo lo contrario. Piensan, más bien, que estamos ante una injusta penalización de ideas. Y es que tales partidos, con sus virtudes y sus defectos, pertenecen, de una u otra manera, al subsuelo antes citado. Naturalmente que en esta finta a favor de los condenados habrá mucho de oportunismo. Por desgracia, este vicio parece consustancial a cualquier partido político. Aun así, han comprometido, al menos, su palabra. Me gustaría saber qué es lo que van a decir partidos, grupos o movimientos de la izquierda clásica y que podríamos considerar más real. Y es que no se ve por qué partidos como IU no deberían estar de acuerdo con las protestas y críticas procedentes de Euskadi. Desgraciadamente los partidos, me gustaría equivocarme, pronto pasan de ser de izquierda a colgarse del brazo de los que se autotitulan de izquierda. Cuando los problemas pueden quemar, hay que dar la cara, saber estar a la contra o romper la corrección política, corren a hacer la ola con los que mandan. Es una pena. Cuando las elecciones aprietan, se suele ser ciego a las propias convicciones y quedarse bizcos de tanto mirar a una y otra parte para conseguir votos. Y es que los votos son la materia de la que se nutre la conservación del poder. De ahí que se pongan todos, o casi todos, en fila. En fila hacia lo que otorga poder. Y no hacia la verdad, y las necesidades de la gente. Una labor imprescindible de cualquier movimiento emancipatorio consistiría en mostrar sinceramente al ciudadano que muchas veces hay que desnudarse y confesar que no sabemos por lo que optar o que es mejor no votar.
A Sabino Ormazabal le han caído 9 años de cárcel, no mucho menos de las penas a las que acostumbra a condenarse a asesinos o violadores confesos. A Iñaki O’Shea le han premiado con uno más. Me precio de ser amigo de ambos, aunque en los últimos tiempos he tenido más contacto con Sabino. Jamás vi en él concesión alguna a esa violencia que la sentencia dice condenar y que el ojo del juez, corregido y aumentado por los bienpensantes obedientes a lo que en el momento convenga, ha escudriñado. Me imagino que lo que acabo de escribir no servirá de excusa para que se me acuse de formar parte de ningún entramado. A no ser que a alguien se le ocurra, y candidatos a tales ocurrencias hay muchos, crear un nuevo concepto jurídico: la existencia del entramado del entramado.
Javier Sádaba es catedrático de Ética de la Universidad Autónoma de Madrid
Ilustración de Enric Jardí
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