El azar y la necesidad

"Estic fins els collons de tots nosaltres"

Estanislau Figueras, primer presidente de la República Española, estalló en cólera durante una reunión del consejo de ministros y gritó en catalán una frase célebre:  "Estic fins els collons de tots nosaltres", estoy hasta los cojones de todos nosotros. La ingeniosa frase refleja perfectamente el caos reinante en el primer experimento republicano español. Los republicanos no supieron hacer frente a sus conflictos internos y, desunidos, fomentaron la migración de muchos liberales moderados a las filas de los carlistas, alzados en armas desde el reinado de Amadeo I. El final de la Primera República es conocido, Pavía, un general progresista de sablazo fácil,  envió una dotación de la Guardia Civil a desalojar el Congresos de los Diputados. Acto seguido el general Serrano, erigido en dictador republicano,  formó una suerte de coalición que preparó  el retorno a la monarquía borbónica de manos de Alfonso XII, hijo de la odiada Isabel II,  un adolescente enfermo y sin preparación alguna.

Hace unos días, Giorgio Napolitano, en su discurso de aceptación de la presidencia en el parlamento italiano, vino a decir lo mismo que Estanislau Figueras, pero ampliando el objetivo de su crítica. Napolitano se mostró harto de todos,  acusó a los partidos políticos de no responder desde hace tiempo  a las inquietudes y necesidades  de los ciudadanos,  y a la vez,  denunció lo que llamó campañas demoledoras que intentan canalizar la insatisfacción y la protesta contra la política y los partidos, a la postre, contra la democracia.

En nuestro país hay quién alimenta esa espiral de insatisfacción hacia la clase política desde los medios de comunicación más cavernícolas con el objetivo de cargarse el status quo actual, pero no para hacerlo más democrático, si no para forzar una deriva más autoritaria y derechista del presente gobierno.  Se practica el insulto, se descalifica de la forma más abyecta, se criminaliza al opositor y a sus ideas, se miente descaradamente y sin ningún tipo de rubor. Por poner solo un ejemplo, se llega a afirmar, como hizo el periodista Hermann Terstch en un twitt el otro día, que la mayoría de democracias habría aplaudido el fusilamiento de Companys, en un ejercicio de calculado odio, de incultura histórica, de desfachatez supina, no para informar, sólo para herir, para encolerizar, para irritar. ¿Es esa la misión de un periodista ? El  mal que causa el ejercicio irresponsable del derecho a la comunicación, de quién confunde la información con la impresión de panfletos, no es tan solo la desinformación y radicalización de los acólitos, es la lógica reacción en contra de los que se sienten agredidos. Es la inoculación de un virus de odio y cólera a todo el tejido social  en un momento propicio al contagio, en un momento de crisis profunda, en un momento de extrema sensibilidad.

Esos modos tabernarios, de café de poca monta, se contagian también a los medios de izquierda, a los políticos de todo signo, al vecino de enfrente, a la sociedad en general. Se alimenta una espiral de odio sin sentido, un torbellino de inputs que  sacan de quicio, que irritan y que colmatan la tasa diaria soportable de absorción de indignidades. Basta. Hago mías las palabras de Estanislau Figueras, "estic fins els collons de tots nosaltres", para describir la profunda desazón que siento cuando observo y sufro en mis propias carnes la marcha de este país.  Desazón y desilusión  que darán paso a la desafección, al hartazgo y, a última hora , a la deserción. Deserción como la que acabó ejerciendo Estanislau Figueras: el presidente dejó escrita su dimisión en la mesa de su despacho, se fue paseando hasta la estación de Atocha, cogió un tren y dejó pasar una a una todas las estaciones hasta llegar a París. Estoy harto de todos nosotros y creo que  hay razones sobradas para estarlo.

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