El detonador

Se casa mi hermano

 

Pues sí, a mi hermano le ha llegado la hora: se casa. Será un bodorrio en toda regla, con cientos de invitados, un menú de varios platos cuyos nombres ocupan dos líneas, familiares desconocidos que llegan desde puntos inimaginables, champán sin descanso y una cuidada y exquisita elegancia (a mí me pondrán un chaqué, no digo más).

No recuerdo si me propuse voluntario o sencillamente cayó por su propio peso, pero me tocó encargarme de la música para el baile. Lo que en principio parecía una idea apetecible no ha tardado en convertirse en una especie de pesadilla obsesiva cuya traslación a la realidad lo resume esta imagen: anoche, a las dos de la madrugada, estaba sentado delante del ordenador con tres cedés enganchados en tres dedos, un boli en la boca, seis pilas de cedés sobre la mesa, un amasijo de folios desordenados, tres listas de reproducción de Spotify a medio hacer, dos documentos de word con sendas clasificaciones de canciones (uno de ellos sin guardar, lo que lamenté más tarde) y no menos de 15 ventanas de Youtubes abiertas. En ese instante sonaba Raphael.

¿Cómo decirlo de otra manera? Hola, me llamo Jesús Miguel, un día organicé el baile de una boda y ahora necesito ayuda.

En primer lugar, aclarar que yo no pincho (lo que me faltaba). La gente del restaurante nos dejó bien claro que la fiesta viene con DJ incorporado (el marido de la dueña, para ser más exactos) por la módica cantidad de 1.200 euros (como lo oís, ni que fuera Jeff Mills).

Así que lo primero era contactar con nuestro DJ estrella y ver de qué cuerda iba para llegar a un acuerdo que nos dejara a todos contentos.

El tal DJ no es Jeff Mills, pero por la cantidad de veces que le llamé hasta que se dignó a cogerme el teléfono lo parecía. Finalmente di con él: "Yo pincho lo que me digáis. Cualquier género, cualquier artista, de cualquier época... Y si me decís que no pinche algo, yo que sé, a Bisbal, pues no lo pincho ni aunque me lo pida el novio".

En ese momento entendí que los 1.200 euros eran para eso, para que cumpliera órdenes, más o menos como todos en nuestro trabajo. Me pareció razonable. "Como si queréis pasarme la lista entera, canción por canción". Me empezó a caer bien.

Le confirmé que le enviaría una lista minuto a minuto de lo que tenía que sonar (y por supuesto, de Bisbal ni hablar). Me dijo que él se ocuparía de buscar las canciones ("Llevo muchas bodas a las espaldas, lo tengo casi todo").

Me intrigó saber de dónde sacaba la música. "Entre iTunes y Spotify me apaño", me respondió, todo digno. Para que veas, Teddy.

Aún así, conocedor de cómo está el percal y sin infravalorar su condición de DJ experto en bodas, le advertí de que le llevaría un CD con algunas canciones que no encontraría en Internet, empezando por algún tema tradicional leonés (cosas de mi hermano).

La conversación se fue animando y nuestro querido DJ, ducho en estas lides, pidió instrucciones sobre cómo actuar ante determinadas situaciones. Por ejemplo: ¿qué hacer con las peticiones?  

Es un tema delicado, sin duda: al fin y al cabo, no es el típico pesado que da el coñazo en una discoteca cualquiera. Es que puede ser mi padre el que se acerque a la cabina (algo que espero no ocurra, por otra parte).

Acordamos que en un principio se haría el sueco, dando largas con un "sí, sí, luego...", pero si alguno era demasiado insistente le pondría la canción (salvo que estuviera en la lista negra de Bisbal, donde también figura el Pakito Chocolatero, El Canto del Loco y el tema de Marta Sánchez y Carlos Baute).

Cuando ya nos íbamos a despedir, bajó el volumen de voz y con tono confidencial me dijo: "No es por poner en duda tu gusto musical, pero ha habido casos que me han pasado el repertorio y luego ha sido un fracaso. Si en algún momento de la noche la cosa se va para abajo, dímelo y en veinte minutos te pongo a bailar hasta a la abuela de 90 años". Sentí algo cercano al miedo, pero al mismo tiempo me transmitió una seguridad casi maternal. Amén.

La cuestión es que necesito cien canciones, ni una más, ni una menos, para que la fiesta no decaiga. Las premisas son las siguientes: que sea música bailable, para todos los públicos pero con gusto, dejando a un lado la pachanga chunga y las canciones festivas demasiado evidentes, pero con algún resquicio para que también se pueda cantar algún desvarío.

Venga: decidme que canción no puede faltar. Y no me seáis obvios: Camilo Sesto, 'Rescue Me', Gloria Gaynor, Astrud, Billie Jean... Curraoslo un poquito, anda.  

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