Otras miradas

Contra los valores europeos

Jaume Portell

Periodista interesado en África y las relaciones internacionales

Jaume Portell
Periodista interesado en África y las relaciones internacionales

Uno de los aspectos más molestos de la llegada de Trump al poder es el renacimiento de la superioridad moral de la UE. Tras años de fracaso material, la propaganda se centra ahora en el mundo de las ideas: Europa nació con una serie de valores que no deberíamos olvidar, y debemos recordarlos cuando nos encontremos ante tiempos sombríos o crisis humanitarias. 'El maltrato de los refugiados es una traición a los valores europeos' es un enunciado muy repetido. El problema de ese enunciado es que es falso. Cuanto más tiempo juguemos a defenderlo, peores serán las consecuencias.

La extrema derecha ha ocupado el ágora pública sin problemas, y se proclama  políticamente incorrecta. Y en algunos sentidos lo es: se atreve a decir que el rey europeo anda desnudo. La izquierda vive una situación esquizofrénica: por un lado critica la UE con sus epítetos de autoconsumo (neoliberal, neoliberal, neoliberal); por el otro defiende la permanencia en ella casi sin fisuras. Cuando pierde ante la extrema derecha antiUE, concluye que los votantes deben ser racistas o simplemente idiotas. Y así hasta la próxima contienda electoral. En caso de crisis, derecha e izquierda apelan a la misma idea (los valores europeos) y proponen una misma solución (más Europa).

Pero Europa no tiene ningún motivo para alardear de valores. Y la situación actual no es una desviación de un humanitarismo primigenio. No hay que olvidar que la Revolución Industrial fue posible gracias a la desindustrialización forzada de la India, a la esclavitud de los africanos y a las materias primas del Nuevo Mundo conquistado con amor, civilización y – sobre todo- muchas armas. El colonialismo que se expandió por Asia y África fue la consecuencia directa de la necesidad de materias primas que alimentasen el crecimiento de la industria. Para justificar la invasión, la tortura y el asesinato, y a la vez mantener un discurso humanista, nos inventamos el racismo. ¿Cómo justificar que los descendientes de la Ilustración pudieran asesinar a hombres, mujeres y niños? Explicando que las víctimas no eran humanas. O que, si lo eran, pertenecían a un tipo inferior al que había que educar. Hasta hoy nos ha funcionado bastante bien.

El nazismo no fue más que la aplicación de esos principios en casa. El filósofo Aimé Césaire denunciaba que lo que realmente indignaba a los europeos del Holocausto era haber dado a gente blanca el trato reservado hasta entonces a los colonizados. A día de hoy todos sabemos qué pasó con los nazis y decenas de películas nos recuerdan el Holocausto. Menos gente sabe que, desde 1997, entre 5 y 6 millones de personas han muerto en el Congo, un conflicto que siguió cronológicamente al genocidio tutsi en Ruanda (800 000 muertos), y al que tampoco se prestó mucha atención. Explicamos todos esos muertos desde un prisma étnico y los lanzamos a la papelera de la historia. El kilo de negros muertos no pesa igual que el kilo de blancos muertos. Touché, Césaire.

Estén tranquilos, el fascismo y el racismo no han vuelto

El fascismo y el racismo no han vuelto a Europa. Por un motivo simple: nunca se habían ido. Elijamos por un momento la fundación de la UE. Ese momento celestial en que los políticos europeos, imbuidos de sentido de estado, decidieron que la guerra ya no sería una salida. Uno de ellos, Robert Schuman, votó a favor de dar plenos poderes al Mariscal Pétain, colaboracionista nazi en el gobierno de Vichy. Una serie de países decidieron que era el momento de promover la democracia y los derechos humanos en el mundo. Aunque África, seguramente, no era el mundo. Allí los miembros fundadores (Bélgica, Francia) tenían colonias donde se explotaba en su nombre. En Alemania Occidental, miembros del partido nazi fueron rehabilitados y colocados en puestos de importancia. Y qué decir de las empresas: el nazismo fue la mejor forma de desarrollo capitalista para Alemania. BMW, Volkswagen o IG Farben (ahora Bayer) difícilmente habrían encontrado trabajadores tan baratos como los judíos hacinados en campos de concentración. Los alemanes, a diferencia de belgas y franceses, no tenían mano de obra colonial a la que explotar ya que habían perdido sus posesiones durante la I Guerra Mundial. La economía de los miembros fundadores descansa sobre los hombros de judíos y negros esclavizados hasta la muerte. Hoy todas esas empresas son respetables instituciones que crean empleo.

El racismo, siempre tan flexible, ha construido un discurso que resucita instintivamente al leer las líneas anteriores: "¡Ya basta de culpar al colonialismo! ¡Ya basta de culpar siempre a Occidente por lo que hizo en el pasado! ¡Ya basta de culpabilizarnos por todo!". Tales sucedáneos ideológicos requieren ignorar que la economía colonial (venta de materias primas, compra de productos manufacturados) resistió a todas las independencias políticas ficticias, que las potencias europeas (en especial Francia) garantizaron que los países quedaran en manos de dictadores, y que los tratados de la UE refuerzan todavía más esa tendencia. Hoy, ahora, mañana. El africano que se rebele será torturado por los policías entrenados y armados por Europa (con dinero de la cooperación). El político africano que se rebele hará compañía a Sankara y a Lumumba en el cementerio, o irá directo al TPI de la Haya después de ser sustituido por un títere cuyo currículum en derechos humanos sea similar, como sucedió en Costa de Marfil en 2011: Gbagbo, fuera; Ouattara, amigo de Sarkozy y exFMI, dentro.

El apoyo al fascismo y al terrorismo constituye otra de las líneas maestras del proyecto europeo. La venta de armas a yihadistas en Siria o Libia es el ejemplo más cercano, por no hablar de las fructíferas relaciones con Arabia Saudí o las monarquías del Golfo. Libia, hoy estado fallido, se ha convertido en puerta de entrada para miles de refugiados e inmigrantes. En Ucrania, el apoyo a grupos neonazis mientras se celebraban los 70 años del fin de la II Guerra Mundial en Bruselas fue otro hito del europeísmo. Que Svoboda ocupara puestos de responsabilidad en un gobierno o que Pravy Sektor - una milicia que defiende la limpieza étnica- tenga apoyo del gobierno ucraniano proUE no es propaganda prorrusa. No hay que ser un esbirro de Putin para darse cuenta de que a Europa las limpiezas étnicas le importan poco si eso puede ayudar a sus intereses geoestratégicos. Fue François Miterrand quien dijo, después de armar a hutus genocidas en Ruanda, que un genocidio en esos países no es demasiado importante.

Otra demostración de los genuinos valores europeos es Hashim Thaçi. Considerado terrorista por el Departamento de Estado de EE UU, desapareció mágicamente de la lista a mediados de los 90 después de recibir armas y apoyo logístico del mundo occidental. Después de cometer hazañas como vender órganos de prisioneros, se convirtió en primer ministro del Kosovo independiente y ahora es su presidente. Tras poner el país a los pies de los acreedores europeos, Kosovo tiene un 60% de paro juvenil y es líder regional en tráfico de opio. En esto último aprovecharon su know-how previo, ya que el KLA (Kosovo Liberation Army), grupo al que Thaçi pertenecía, era uno de los principales dinamizadores del negocio. Todo ello no impide que el presidente kosovar sea recibido por la Comisaria de exteriores europea, Federica Mogherini, en Bruselas.

En el Este de Europa afloran los partidos de extrema derecha. El partido gobernante de Polonia rechaza a los refugiados y persigue el aborto y la libertad de prensa. El idolatrado Lech Walesa es homófobo. Algún día Europa tendrá que reconocer que su operación anticomunista en Polonia fue una cruzada conjunta con el fundamentalismo católico. No es la primera ni será la última historia de monstruo hinchado por los valores europeos. El penúltimo ministro de cultura croata es un simpatizante de los ustashe, croatas pronazis que exterminaron a serbios y judíos en campos de concentración durante la II Guerra Mundial. Nadie podría imaginar la aparición de un estado con tintes reaccionarios cuando Europa apoyaba en los 90 al croata Frandjo Tudjman, admirador de Franco.

Hasta el momento, el racismo ha sido un pretexto para ganar dinero. La investigación de la jurista Claire Rodier, 'El negocio de la xenofobia', explica como el aumento de gasto en seguridad beneficia a un pequeño grupo de empresas (incluida la española Indra). El mecanismo es sencillo: la UE convoca concursos de investigación adjudicados a las mismas empresas que luego construirán las infraestructuras de seguridad. El aumento de gasto militar no ha disminuido el número de llegadas, simplemente las ha redirigido hacia otras rutas más peligrosas: pero eso, más que un problema, crea más y mejores negocios. El racismo y el miedo son business friendly.

Europa, el barrio pijo del mundo, juega a ofenderse. Creía que podía hacerse con todas las riquezas del planeta sin que los habitantes de esas regiones se movieran; impuso a dictadores y les vendió armas para que controlaran sus respectivos gallineros. En casa, difundía propaganda sobre los 80 años de paz en Europa. Nunca repudió el racismo, lo usó para justificar la explotación. Por eso resulta tan cínica la apelación cíclica a los valores europeos, a recuperarlos. Afrontémoslo de una vez: los valores europeos son el beneficio a toda costa y el saqueo. La violación, la imposición, los golpes de estado, las guerras, la venta de armas, las invasiones y el terrorismo son los auténticos valores europeos. Siempre lo han sido. Solo cuando seamos conscientes de ello podremos repudiarlos y crear algo distinto. Hasta entonces, podemos pedir 'más Europa' y ver cómo, efectivamente, nos la sirven en bandeja.

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