Durante varios miles de los eternos años que está durando esta legislatura del PP, Mariano Rajoy achacó sin pudor intelectual las catástrofes y perversiones humanitarias de su gestión a la herencia recibida de los socialistas. Ahora que el PP ya casi no reitera el argumento por cansino, lo de la herencia socialista se le echa encima a Pedro Sánchez. Como una losa de mármol neoliberal, que es un mármol muy pesado. En agosto de 2011, Pedro Sánchez votó a favor de la reforma del artículo 135 de la Constitución, anteponiendo la estabilidad presupuestaria de las administraciones a su obligación de velar por los derechos humanos. Y en esto de los derechos humanos, que suena muy apocalíptico, no exagero. Tal y como está redactado, dicho artículo obliga a dejar morir a un hombre o no dar educación a un niño para no pasarnos de presupuesto. Salvo situación de catástrofe, recesión económica o emergencia extraordinaria "que escape al control del Estado".
En estos días ha estado Pedro Sánchez sugiriendo que, si gobierna su PSOE, arrancará de nuestra Constitución el folio que Angela Merkel le dictó a Zapatero: "Estoy dispuesto a reconocer y corregir algún error que cometimos en el pasado más reciente. Me refiero a la reforma del artículo 135 de la Constitución". Después ha matizado que se le malinterpretó, y que no va a arrancar la página de Merkel. Que con una goma para borrar tres o cuatro frases basta. Finalmente, ha cospedaleado en plan diferido arguyendo que lo malo no es la ley, sino la aplicación que de ella está haciendo el gobierno de nuestra centrada ultraderecha. Mi inteligencia, aunque modesta, se siente un poco ultrajada. Un artículo de la Constitución se escribe o no se escribe, se vota o no se vota. Aquella reforma salvaje y feroz contra los derechos más básicos fue propuesta por José Luis Rodríguez Zapatero y votada por Pedro Sánchez. Y Pedro Sánchez no sabe ahora qué hacer con aquel recuerdo.
Ayer en el Congreso se debatió la modificación de dicho artículo a propuesta de Izquierda Plural y el Grupo Mixto. No del PSOE, aunque se unió sabiendo que la mayoría del PP convertía el debate en charla desde el minuto cero. Pero ni siquiera así pudo el PSOE ocultar sus vergüenzas. Hasta los diputados tienen memoria. Todos los portavoces reprocharon a Pedro Sánchez su oportunismo. Tan unánimemente lo vilipendiaron que por un rato el PSOE parecía el partido del gobierno. Y Joan Tardá clavó la puñalada más hermosa de la tarde en el pecho del PSOE, y en el de Pedro Sánchez: "Con el daño que han hecho al estado de bienestar, deberían pedir perdón".
Y es que es eso, coño, Pedro. El PSOE tiene que reconocer que en sus 22 años de gobierno ha hecho socialismo solo a ratos. Cuando venían bien dadas. Yo sospecho que los españoles ya estamos maduros para jugar al socialismo, que es una ideología que se ve en la calle y se oye en los taconeos obreros de las aceras. Si quiere recobrar credibilidad, el nuevo PSOE tiene que renunciar a adorar al viejo PSOE, insultar a un banquero y vagabundear con la gente por las calles. Y Pedro Sánchez está obligado a decir explícitamente que renuncia a Satanás, como se recita en los bautizos: que repudia aquel voto suyo a la reforma del artículo 135 de la Constitución, que es un atentado contra el socialismo y contra el obrero, que vienen a ser muy confundibles.
Si no lo hace, Pedro Sánchez lo mismo se nos queda en candidato Dorian Gray: bello en apariencia y podrido en el lienzo. Y el lienzo serán las elecciones, que es donde el pueblo te retrata. Aunque antes están las primarias para elegir candidato socialista a la presidencia. Que no tiene por qué ser el secretario general. Esas primarias pueden ser un momento de gran intriga si Pedro Sánchez sigue tan blandito, tan continuador, tan felipista, tan viejo PSOE. Se respira en los bares que hasta la izquierda española más moderada, o sea la del PSOE, necesita un poquito de rock and roll, una pincelada de malditismo y un grito munchiano. Un grito hacia dentro. De los que ladra uno contra sí mismo. Los curas, que ahora están muy de moda de cintura para abajo, lo llaman acto de contrición.
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