Manuela Carmena cabreó primero a media España negándose a colgar una pancarta de Miguel Ángel Blanco en la fachada del ayuntamiento de Madrid, y después cabreó a la otra media España rectificando en parte y sacando la problemática pancarta en una manifestación. Se pone ya aburrida la política española, de tan intelectual que está.
Somos un país aficionado a construir trincheras con pancartas, banderas, frágiles pensamientos y otros materiales lábiles, y por eso nos herimos tan fácilmente. Ahora acabamos de pintar otra línea Maginot que nos divide, serigrafiada con el perfil de Miguel Ángel Blanco. Si servidor no fuera esclavo de la objetividad y ateo, escribiría que a Miguel Ángel Blanco todo esto le tiene que estar jodiendo profundamente.
No sabemos gestionar la paz. La paz no consiste en competir a ver quién homenajea mejor a sus caídos, quién lleva más coronas y más globos a sus funerales, quien reparte más pañuelos entre las viudas. Las víctimas del terrorismo etarra han sido tan manipuladas en estos 40 años que ya no las reconocemos como hombres y mujeres que vivieron y murieron por algo, sino como naipes en la mano de cualquier tahúr político.
Se está aireando estos días que Cristina Cifuentes se negó a participar en homenajes a las víctimas del 11-M, que el hoy predicador catódico Manuel Cobo comparó a aquellos muertos con las "putas de Montera" siendo vicealcalde de Madrid, que el PP utilizó la Fundación Miguel Ángel Blanco para desviar dinero a la Gürtel. Al final, entre tanto desconcierto funerario, unos y otros regresan a sus trincheras dejando al muerto sin enterrar, olvidando su cadáver en medio del campo de batalla, condenándolo a otra muerte diferida hasta nuevo aniversario, si no lo devoran antes los cuervos del olvido.
En cierto modo, lo que ha sucedido estos días nos viene a demostrar que Miguel Ángel Blanco no es más que otro cadáver arrojado a las cunetas.
El problema es que la última democracia española está cimentada sobre un pacto de falsos olvidos, como los procesos de paz entre mafias. El PP, genéticamente plagado de verdugos, necesitaba sus víctimas, y las creó alrededor de los asesinados por la banda terrorista ETA. La manipulación que llegó a hacer de ellas para deslegitimar las conversaciones de paz impulsadas por Zapatero --bajo mandato del Congreso-- fue bochornosa y degradó la imagen pública de las asociaciones de víctimas hasta estigmatizarlas en bandos. Los bandos de siempre. Una de las dos españas y tal.
Ahora se arrogan la potestad de determinar cómo, cuándo y a quién se homenajea. Yo no sé si Manuela Carmena hizo bien o hizo mal no colgando la pancarta en honor al concejal de Ermua. Pero sospecho que la función de un alcalde no consiste en posar de homenaje en homenaje al albur de los caprichos de cualquier demandante de memoria (en este caso, el muy digno y poco previsor Movimiento contra la Intolerancia, que podría haber redactado su propuesta con anterioridad suficiente para buscar un consenso).
Mientras todo esto sucedía, en las teles nos repitieron que la repulsa al asesinato de Miguel Ángel Blanco unió a todos los españoles. Ya se nota. Ya.
Comentarios
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