Darse cuenta

El otro día, una oyente del podcast nos proponía pararnos a reflexionar sobre cómo estábamos comportándonos con nuestro cuerpo en cuarentena. ¿Nos estábamos depilando, sabiendo que nadie nos vería? ¿Qué estaba pasando con el maquillaje y nuestro cabello?

La intención era clara: darnos cuenta de que cuando sabemos que nadie nos va a mirar no sólo hoy, sino tampoco mañana ni pasado... nuestra rutina para con nuestra imagen cambia.

Le estuve dando vueltas después de ver también publicaciones de compañeras feministas en redes a este respecto. Todas giraban en torno a la misma idea: si no te estás depilando durante el aislamiento es una prueba de que la depilación no se hace para una misma sino para la sociedad.

Creo que es una premisa tramposa, ya que hay incontables mujeres alrededor del mundo que se depilan y maquillan para estar en casa por muchísimos motivos: el juicio de su pareja, aburrimiento o, por ejemplo, la razón que más confusión puede crear: por gustarse a sí mismas.

Todas sabemos que hay muchas mujeres que, además de hacer sacrificios corporales y mentales por la mirada exterior, lo hacen también por no verse "mal", "desmejorada" o directamente "horrible" ante sus propios ojos. Probablemente estas compañeras sigan los mismos rituales de base de maquillaje, depilación, rímel, etc. El quid de la cuestión no es tanto cómo estamos comportándonos en cuarentena, sino el porqué lo hacemos fuera o dentro del encierro. ¿Por qué nos "mejoramos" físicamente a nosotras mismas?

Y en ese "mejorar" nuestra imagen está el problema. Ahí es donde se esconde el patriarcado. Nuestra cara lavada, nuestro vello en el entrecejo, en el bigote, nuestras cejas, ingles y piernas pobladas, nuestras tetas sin sujetador, etc. están "mal". Claramente no lo están, así somos nosotras, cada una con sus más y sus menos, pero así somos. Es literalmente así: nosotras somos exactamente lo que vemos al espejo después de no tocarnos para "mejorar" nada: mujeres con vello, con pelos, con tetas que con el tiempo tienden a caer, con ojeras a veces, con flacidez dependiendo de la edad.

Partiendo de la base innegable de que así somos, todo lo que hagamos para evitar esas realidades tienen un trasfondo que nada tiene que ver con una mejora real. Porque "mejorar" un aspecto es algo completamente subjetivo y atado siempre al siglo y la moda actual. No es medible ni objetivo como, por ejemplo, mejorar unas instalaciones para que no se caigan o mejorar un dispositivo para que consuma menos. Las mujeres nos gustamos más a nosotras mismas con las ingles depiladas porque estamos en 2020, si estuviéramos en 1715 nos tacharían de majaderas. Nos gustamos delgadas porque estamos en este momento de la historia y no en la Europa del siglo XVII. Y así un largo etcétera. Por lo tanto, todo lo que hacemos para vernos "mejor" a nosotras mismas no son reflejos impresos en nuestro ADN sino acciones que realizamos basadas en el dónde y cómo hemos nacido y crecido y, sobre todo, qué tipo de cuerpos nos han enseñado que son los modélicos desde que éramos niñas.

Grandes pancartas colgando desde edificios, anuncios en televisión señalándote qué está bien y qué no, nuestra madre boquiabierta mirando a Claudia Schiffer, los miles de flashes dirigiendo tu mirada aquí y no allá en cada alfombra roja, los papeles que conseguían las actrices dependiendo de su físico, las mofas que se dirigían en el colegio y el instituto a aquellas que no entraban en el canon. Todo nos modela. Nosotras acabamos adoptando la mirada patriarcal de forma inconsciente al igual que lo hizo nuestra madre, al igual que los matones del colegio o que los directores de cine que acaban repartiendo papeles.

Yo también me veo más guapa con rímel. Y también me veo fea cuando cojo más peso y monísima cuando lo pierdo. Es difícil escapar a la mirada generalizada: la que dicta el patriarcado hoy y ahora. La que hemos mamado.

La cuestión no es tanto sentirnos mal con nosotras mismas, o juzgadas, porque nos depilemos hasta el último pelo. Tampoco sumisas por necesitar maquillaje para aceptarnos, sino conscientes de por qué nos vemos así. El feminismo pretende despertar nuestras conciencias, que nos hagamos preguntas, que consigamos respuestas y que nos demos cuenta de nuestra realidad.

Darse cuenta es liberador. Darnos cuenta de que los problemas que creíamos personales son políticos, de que las agresiones y violencias que creíamos experiencias aisladas son comunes, de que no diste con un "loco" sino con un hijo sano del patriarcado, de que no estabas en una relación tóxica sino saliendo con un maltratador. Darnos cuenta es vital para nuestra emancipación. Nadie nos pide que dejemos de depilarnos o de usar tacones, sino entender que no son gustos personales casuales: si a la inmensa mayoría de nosotras nos gustan nuestras piernas peladas y brillantes no es algo fortuito, es algo construido. Y es necesario entender quién lo construye y para qué. No es ningún secreto que el patriarcado consigue tenernos controladas y entretenidas mientras nos odiamos a nosotras mismas. No sólo con el mito del amor romántico nos han anestesiado, también inoculando esta obsesión por nuestros cuerpos.

Muchas dejan de depilarse, de maquillarse, y empiezan a verse con otros ojos. Siempre hay diferentes formas de afrontar la opresión, y esa es una. Pero hay más, muchas más maneras de actuar tras ese "darnos cuenta" como, por ejemplo, enseñarle una mirada diferente a tu hija, a tu sobrina, aliarnos para denunciar a las industrias que nos usan para forrarse, reunir el valor de darle un portazo al que nos sugiere que nos "arreglemos" (palabra que es una declaración de intenciones) más, etc.

En resumen, darnos cuenta nos hace más libres. Y eso es el feminismo: el movimiento que lucha por nuestra liberación.

Escucha el último programa de Radiojaputa.

Cada lunes un nuevo capítulo en publico.es