Recomendación semanal: "Custodia compartida"

"Custodia compartida" (Jusqu'à la garde) es una de las películas más realistas que he visto a la hora de tratar la violencia que reciben mujeres y menores por parte no solo de sus parejas/ex parejas sino también de la Justicia.

Historias como la que representa esta película francesa las hay en todas las ciudades: un juez (o jueza, en este caso) aplica la custodia compartida bajo el criterio propio de quien no tiene ni idea qué es el patriarcado ni de cómo opera. No hace falta tener la más mínima perspectiva feminista para ser ni perito, ni fiscal ni juez, es decir, la tragedia ya está escrita.

Miriam (Léa Drucker) es una mujer que se separa del padre de su hija mayor y su hijo pequeño. La historia comienza así, en la vista con la jueza, sentada junto a él. La propia jueza lee una carta que el hijo menor (Julien) ha escrito en el colegio. La tensión y el miedo del niño, mezclados con el deseo de querer proteger a su hermana y a su madre de "ese" -tal y como él llama a su padre-, queda clara desde la primera línea. Pero, como tantas otras veces en la vida real, aquí tampoco es suficiente para que la Justicia saque de su vida para siempre al hombre a quien no quiere ni llamar "padre". La hija de Miriam, a punto de cumplir 18, no está juego: no quiere ver a su padre y no hay nada que se pueda hacer con ella. Pero, ¿un crío de 8 o 10 años? ¿Cómo no dejar que su padre participe de su vida? Tal y como dice el padre en la vista cuando es preguntado por el rechazo de Julien: "No sé qué ideas le habrán metido en la cabeza".  Y es que a veces no hace ni falta que un psicólogo magufo venga agitando un papel con el invento del síndrome de alienación parental (SAP), hay muchas formas de poner lanzar al aire esa pelota y que la batee quien quiera. En este caso, le da de lleno la misma jueza, que dictamina que el niño debe convivir también con su padre.

No aconsejo Custodia compartida a madres que estén lidiando ahora mismo con sus ex parejas por la custodia de menores. Yo no soy madre y esta peli me dejó metida en un hoyo. Cómo un solo tipo puede generar tanto daño, tanto trauma, tanto dolor no deja de impactar por mucho que lo veamos a menudo, porque sabemos que no juega solo, le sopla el sistema a su favor. Cada rueda de la maquinaria lo impulsa: que la Justicia no funcione a la hora de denunciar violencia psicológica o física, que las mujeres sientan que protegerse es cosa de ellas, que la sociedad las haga creer que "los trapos sucios se lavan en casa". También el hecho de saberse no creídas -tanto ellas como sus hijas/os- juega a favor del hombre. La invisibilización de diferentes formas de violencia como la psicológica o la económica forma parte del todo: una invisibilización que hace que muchas víctimas crean que, en vez de víctimas, se están "volviendo loca" o que "es cosa mía".

En la macroencuesta de la que hablábamos la semana pasada se vuelca que una gran mayoría de las víctimas de violencia machista que no denuncian a sus parejas o ex parejas se reparten entre dos tipos: las mujeres que dicen solucionarlo "yo sola" o porque "no tuvo mayor importancia". Sentirse responsable de los actos de ellos es algo que parece incombatible a día de hoy, al igual que la firme creencia que tenemos las mujeres de poder cambiar al maltratador si nos comportamos de otra manera a la propia, o si dejamos de hacer lo que le molesta, o si... y esa creencia no nos viene sola, desde pequeñas se nos enseña a ello: la Bella y la Bestia es un ejemplo claro de la romantización del maltrato en la infancia. Una película con una premisa inicial de una bestia que secuestra y encierra a una chica buena y con inquietudes da lugar a boda. Y es que ella es tan buena que consigue transformarlo a él, literal y hasta físicamente, en un príncipe azul. Y eso con un poquito de agua y una cultura basada en la misoginia, se traga perfectamente.

También vemos ese sentir en Miriam, la protagonista, cuando se ve obligada a mediar con el tipo en cuestión. Las víctimas no solo son ella y sus hijos, también su hermana, su padre... como ocurre también en la vida real. Un maltratador tiene muchas víctimas, y sin embargo, él sigue siendo el más protegido por el sistema. De la misma forma que vemos y oímos en nuestro entorno -o en la prensa, cuando el tipo en cuestión decide asesinar a la mujer, al hijo, a la hija o a la hermana de la mujer, etc.-, el maltratador tiene buena fama en sus círculos: es un buen hijo, es un buen padre, es un buen compañero de trabajo, es bueno hasta aparcando. Porque, si eres hombre, a poco que no vayas por la calle con un hacha y sonrías aquí y allí, ya eres el mejor. Padres que sacan a sus criaturas al parque, ¿qué son para la sociedad? Los mejores padres, claro. De esto dan cuenta las madres, a quienes se acerca todo el mundo para casi reprocharle esa "suerte".

Por eso el feminismo escuece tanto. Porque no alaba al hombre decente, igual que no alaba a una mujer por serlo. Porque no dulcifica el abuso de ningún tipo, y lo llama abuso. O agresión. O violación. Quien llama a las cosas por su nombre -en un mundo que va regando de flores sobre las violencias para que no sean vistas- es una enemiga del sistema. Pero cada vez somos más enemigas del sistema, cada vez hay menos y menos personas cantando loas a hombres por el simple hecho de ser hombres. Y presionaremos hasta el final para que el sistema se rompa, para que la Justicia haga justicia, para que se acabe el cuento de hadas en el que solo viven ellos.

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