Las mujeres buenas

Las mujeres buenas
Dos mujeres de espaldas mantienen una conversación.- PIXABAY

Una de las cosas que, como feminista, más me cuesta trabajar conmigo misma es la expectativa del nivel de bondad que espero de las personas de uno u otro sexo. Es decir, siempre espero de las mujeres más calidad humana que de los hombres. Es un aprendizaje patriarcal muy potente marcado sobre todo por el nivel de paciencia y bondad que la sociedad ha esperado siempre de mí y de mis pares y, a la vez, por la nula expectativa que se tiene de los hombres. Esto conlleva por necesidad dos consecuencias extendidas en el mundo: "Agárrate cuando no alcances el nivel de bondad y paciencia esperado, mujer", y el sacrosanto: "Es un hombre, ellos son así".

El castigo para nosotras cuando no somos ni pacientes o bondadosas, como sabemos, puede ir desde el enfado o el señalamiento a la muerte. Estas muertes, que no es muerte, es asesinato, hay países en los que disfrutan del beneplácito público de las instituciones: lapidaciones, crímenes de honor no punibles, etc.

Otra consecuencia de esta disparidad en las expectativas diferenciadas por sexo es la ovación que se llevan ellos cuando son simplemente decentes, en contraposición al ostracismo donde podemos acabar nosotras cuando no alcanzamos la excelencia. Solo hay que ir a un parque infantil y ver las loas que reciben los padres que van, sencillamente, a cumplir con su responsabilidad para con su criatura. En ese mismo parque, días después, la reacción con la madre puede ser muy distinta. Desde el "qué suerte tienes" al aparentemente casual: "¿Dónde estabas el otro día?".

Por una parte, es normal enfadarse si una persona no nos es leal o si nos trata mal. Es sano darle una patada en el culo a gente así y quitarlas de nuestras vidas. De hecho, el feminismo te ayuda a ello, porque te anima a practicar el autocuidado, a pensarte y a pensar en tu entorno deseado, a valorar o desechar a quienes te rodean, etc. Pero no es de eso de lo que hablo. Hablo de la intensidad de nuestro enfado para con los "malos" versus las "malas", y por tanto, lo probable o improbable de nuestro perdón con uno u otra. Perdón que no es necesario ni buena idea muchas veces, pero del que ellos se benefician a menudo. Y resuena entonces lo de "es un hombre, ellos son así".

Dos de las mayores suertes en la vida son no ser envidiosa y no ser rencorosa. He visto de cerca muchas veces el peso de la envidia y del rencor en la gente. Si es una mujer quien adolece de una o de ambas puede convertir su vida en miserable, pero si es un hombre quien alberga estas emociones, las que se convierten en miserables son las vidas de su entorno. Por supuesto son actitudes deconstruibles, pero no nos enseñan a deshacernos de ellas. En estas personas, hombres o mujeres, es más fácil ver -por profuso- qué sexo está más veces escrito en su libro de los agravios. A poco que cojamos cualquier ejemplo de nuestro entorno sabremos que son nombres de mujeres los que más se repiten. Y ahí resuena la sentencia histórica de "las mujeres tienen más maldad que los hombres" y la excusa "es que los hombres son así".

Nos han vendido que la maldad máxima la poseemos las mujeres. Y eso no se borra ni cuando ellos nos convierten en víctimas. El constructo diferenciado por sexo permanece ahí, y la experiencia de violencia que hemos sufrido a manos de ellos, nos dicen y repiten, es simplemente las acciones de "un loco" o "un pervertido" o cualquier excusa que ya estamos hartas de oír. Mala suerte, digamos, por haber dado con uno de esos pocos hombres que pueden ser casi tan malos como una mujer.

En lo cotidiano este aprendizaje lo reproducimos en nuestras pequeñas esferas. Los enfados con una amiga por cosas rutinarias, desprendidas de verdadera maldad o inquina, son más comunes e intensos que los dirigidos a los amigos, incluso a los novios o maridos. Esperamos mucho más de las mujeres de nuestro entorno. Más paciencia, más lealtad, más bondad, más de todo. Todas hemos visto o vivido cómo se aparta para siempre a una mujer que se ha portado mal una vez mientras se permanece al lado de un hombre que se ha comportado mal muchas. "Es un hombre, ellos son así".

Incluso empapada de feminismo 24 horas al día, yo me sorprendo a veces cayendo en cosas relacionadas con esto. Quizás no tan intensas o claras como las que nombro arriba, feminismo mediante, pero sí noto que sigo esperando más de las mujeres. Sigo exigiendo, para mis adentros, más calidad humana. Y la traición a esas expectativas, me duelen. Mantengo el enfado a raya -feminismo mediante, otra vez- pero el dolor ahí está. Me duele más. Y no es solo por "entre nosotras deberíamos ser mejores para darle en las narices al sistema", que también, sino algo más antiguo y profundo, algo parecido a "tú no deberías nunca haberme dicho esto o hacerme aquello porque esperaba más de ti, simplemente por tu sexo".

Luego, esta misma reflexión, yo la sufro de otras mujeres. Porque como toda actitud misógina, se te acaba volviendo en contra. A veces, incluso antes de que acabe el día. Las mujeres que han crecido con hermanos esto lo tienen bien presente, muchas veces por parte de sus propias madres o padres.

A la bondad y la paciencia se le une el "ser responsable". Y eso también es algo que nos ataca desde niñas. Por algún motivo, se nos ha achacado la capacidad de ser muy responsables y de serlo antes que ellos. Porque sí. Porque somos así. Punto. Y de un niño o adolescente se espera una muchas trastadas, pero no de las niñas o adolescentes. Como todos los aprendizajes patriarcales empieza en la niñez. Ellos traviesos, trastos, kamikazes, alborotadores, destroza-cosas, cuidadores de nada. Ellas buenas, responsables, organizadas, sensatas, quietas, hacendosas, sin manchas en la ropa, cuidadoras.

A poco que un niño no sea un polvorín y tenga cierta sensibilidad es el mejor niño del mundo. A poco que una niña descuide sus cometidos (acordados tácitamente) es una niña problemática a la que hay que poner freno. No es de extrañar que los datos que vuelcan los estudios referentes a la infancia, de cualquier índole, lo reflejen con claridad: las niñas piensan ya a los seis años que los niños son más listos, hay muchísimas más niñas que quieren ser niños que viceversa, existen brechas a la hora de diagnosticas trastornos a niñas y niños.

Al final, está claro que toda la amalgama de actitudes misóginas patrocinadas por el patriarcado, por pequeñas o grandes que sean, acaban generando falta de autoestima, malestar y violencia en las de siempre, las niñas y mujeres.

Revisar nuestras expectativas y cómo nos comportamos cuando no se ven cumplidas es una tarea que debemos hacer también las que más nos alejamos de las creencias del sistema. Por ser justas con el resto, pero también por serlo con nosotras mismas.

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