Mi amiga, la retorcida

Ángel Martín y José Coronado. E.P.
Ángel Martín y José Coronado. E.P.

Tengo una amiga que me sigue haciendo el mismo juego que me hacía de pequeña. El "juego" en los 90 consistía en decirme, por ejemplo:

- ¿Qué prefieres: comer tierra o darle un beso a Fulanito?

- "Ninguna de las dos cosas", decía yo, con el morro torcido.

- "Si no eliges, te mueres", proseguía ella con los ojos muy abiertos, forzando una respuesta por mi parte, haciéndome bajar a un barro que me daba asco.

Y yo bajaba al barro, y me imaginaba las dos opciones. Las valoraba, como si contestar la opción menos asquerosa fuera determinante para el resto de mi vida. Y al contestar, mi amiga reía, vencedora, daba igual lo que yo respondiera. Ganar el juego era que yo validase su juego. Había veces que el miedo a la muerte inminente por no contestar a la pregunta no era tan fuerte, entonces yo ganaba el juego por no caer en su provocación.

Mi amiga sigue siendo mi amiga. ¡Cómo no! Después de haberme guardado durante décadas los secretos que implicaban mis respuestas a su juego. Date cuenta de que yo he besado hipotéticamente a casi todo el colegio, incluso besé hipotéticamente la taza de un WC para evitar besar a un niño al que odiaba con todas mis fuerzas. Aquello, ella también me lo guardó. Mi amiga retorcida me ha guardado mucho, aunque no nos engañemos, yo le he guardado a ella mucho más.

Pues bien, mi amiga nunca se ha cansado de este juego, y el otro día me mandó un whatsapp que decía simplemente:

- "¿Ángel Martín o José Coronado?"

- "Amiga, elijo muerte"

- "Venga, te lo pongo más fácil: ¿qué prefieres, un suavón o un ramplón?

Mi amiga, que sabe mi fobia a los suaves, a los que van de tímidos, que hablan más bajito que la media, que se ríen con los chistes de mujeres como si no las temiera, pero que cuando empiezas una relación con ellos sacan su verdadera cara de machirulo con galardones, creía que me estaba forzando la respuesta hacia los Coronado del mundo, que aquí son claramente los ramplones.

Pero, por mucho que los suavones (en este chat, símil de Ángel Martín, por si alguien tenía dudas en pleno quinto párrafo) me provoquen un profundo rechazo, porque ya una no necesita empezar una relación con un suavón para saber que, efectivamente, son un aliado del tipo el-que-tengo-aquí-colgado, un tío aparentemente integrado en esferas progresistas porque sabe vestirse de decente y repetir algunas consignas feministas), y por mucho asquete que me den, no podía desecharlos tan rápidamente porque la alternativa era decantarme por los ramplones, interpretados fielmente por Coronado en este caso.

- "Suavón o ramplón... pfff, no puedo elegir".

- "Claro, ahí está la dificultad". Me dice la catedrática del juego más escatológico que existe.

- "¿Y tú?", le pregunto. "¿Suavones o ramplones? Tienes que salvar a un grupo, o la que mueres eres tú".

- "Uy, por favor, qué oscura, ¿esto no iba de besar a alguien?".

Ninguna supo elegir finalmente, porque la vida adulta no te deja tanto tiempo como la infantil, y teníamos cosas que hacer.

Porque una cosa es cierta, si las mujeres maduramos antes es porque la sociedad nos exige hacerlo, nadie nos da dos opciones como en el juego de mi amiga, la retorcida. A ellos sí, ellos con 45 años siguen jugando a la play, mirando por el rabillo del ojo cómo la novia de turno o la madre de siempre se pasea por la casa con el cesto lleno de sus calzoncillos sucios. La vida, a ellos, les da todas las oportunidades, y ellos lo saben. No pueden no saberlo, porque es que su libertad de elección, de tiempo y de vida les llega gracias a nuestra falta de oportunidades, de tiempo y de vida. Tampoco hace falta ser Einstein para saber que si yo a ti, Pepito, te lavo los gayumbos, te hago la comida, limpio el alto de los armarios de polvo, lavo el wc por dentro, pienso el menú para ver qué se va a comer en casa, voy al súper, compro, cocino y sirvo, significa que tú puedes estar en Twitter diciendo gilipolleces sobre las feministas las 24 horas al día si te place. Luego friegas los platos y así yo puedo decir: "él me ayuda mucho". De esta forma, te crees tú, ganamos todos: tú vas por la vida de ser la suerte que he tenido yo, y yo voy de envidiada por la vida, suavón, que eres un suavón.

El ramplón, al final, puede hacer las mismas cosas, y roban el mismo tiempo que cualquier otro hombre, suavón o no, la diferencia es la capacidad de mimetizarse en los ambientes en los que a él le dé la gana de estar. El ramplón suele ser más simple que un tobogán, y tú sabes desde el primer día que si subes por aquí, de cajón que vas a caer por aquí. No se lo curra mucho, lo cual es de agradecer, que yo siempre soy muy del "Señorcito, líbrame de las aguas mansas que de las bravas ya me libro yo".

Pero es imposible elegir entre los dos, porque al final, son lo mismo que el resto de machistas: hombres con miedo a las mujeres, especialmente a las que tienen plena consciencia de lo que eso implica. Hombres que, ante la pasmosa cifra de 84 niñas, adolescentes y mujeres asesinadas por hombres en lo que va de año, te cascan un vídeo gracioso sobre una guerra de sexos que debe acabar, pero no se refiere a que los hombres dejen de matar a las mujeres, sino que las mujeres dejemos de quejarnos ya, cojones.

Hombres que ante el hecho que supone la denuncia de violación cada 3 horas solo en territorio español, prefieren coger el micro y decir: a mí no me digas cuándo puedo dar mi opinión sobre el físico de ninguna mujer, que soy libre. Decirle si está guapa cuando yo lo considere apropiado, independientemente de que pueda violentarla, incomodarla, porque cómo voy a incomodar yo a nadie, si soy un hombre, por el amor de dios.

Hombres que son absolutamente incapaces de ponerse en más zapatos que los suyos y/o en los de quienes ellos consideran similares, es decir, ciudadanos de primera clase.

Hombres que defienden a otros hombres, que minimizan lo grave para agravar lo que no existe, como el famoso problema inventado de que las mujeres atacamos a mordiscos y en manada si un varón nos sube la maleta en un avión. Caballeros, ustedes habrán violentado con sus comentarios a muchas mujeres, pero dudo mucho que ni a uno solo de ustedes les haya afeado nadie jamás el subir una maleta. Ojalá les empiece a pasar a ustedes, la verdad, porque no se enteran de que cuando queramos su ayuda, ya se la pediremos. Yo, personalmente, me he bastado y sobrado toda la vida. Sin ir más lejos, he sido muchos años azafata de aviones, yo era la que los ayudaba a ustedes a meter las maletas en los aviones, porque resulta que la fuerza no es tan necesaria como la habilidad, no solo es subir, también es encajarlas, y ahí patinan ustedes como el que más. He subido y acomodado más maletas que todos ustedes juntos, señores, y muy poquitas veces lo han pedido. Lo habitual en los hombres era limitarse a dar golpes y empujar los maletines o bolsas hasta que acudíamos, los quitábamos a ustedes de en medio, y lo hacíamos nosotras.

Esa es otra parte de la historia que ustedes no quieren ni mencionar. Y es el elefante en el salón: ustedes, señores, pueden pedirnos a nosotras nuestra ayuda. A lo mejor el problema es que nadie se lo había dicho. "Me ayuda usted a subir este maletón, por favor".

Porque lo acabo de mirar, amigas, y es que Coronado tiene 66 palos, pero él en sus declaraciones da por hecho que si alguien necesita su ayuda va a ser "una chica" ("Me niego, por ejemplo, a no ayudar a una chica a subir el bolso a un avión. Si soy más alto y más fuerte, lo voy a hacer"). ¿Por qué en la imaginación de estos tipos siempre es una "chica" y nunca una anciana, una mujer invidente, un abuelo con sus nietas, un niño que necesita que le aten los zapatos? Porque siempre hablan de escenas donde pueden emplear la fuerza (jamás las habilidades), por qué siempre "una chica" y no cualquier otra forma de vida. Porque habla la masculinidad, habla el ego machito, habla el miedo a que le quiten el juguete que supone opinar sobre nuestro físico, nuestra cara, nuestra cintura, nuestras tetas, nuestro cuello, nuestro pelo. Es un juguete porque piensan que nos cambian el día, que tienen un poder irresistible sobre nosotras. Vosotras sabéis, amigas, que hay tipos que creen que pueden hasta sacarte de una depresión recordándote lo guapa que eres. Y ese derecho a opinar sobre cómo somos por fuera, tiene que ser por fuerza a nuestra cara, claro, porque disfrutan del poder que creen que tienen. Así que tú te lo tienes que comer, masticar y tragar calladita. Porque antes su deseo que tu necesidad.

Mi amiga se despidió con un "Tía, ya no podemos jugar a ‘Beso o Muerte’ como es debido porque tengo que ir a sitios como el pediatra".

"Tranquila, que suavones y ramplones tienen cada vez menos tiempo también, y encima el que tienen no pueden invertirlo donde quieren sin que les saltemos a la yugular. Vamos bien, retorcida, vamos bien".

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