Este es el segundo de una serie de artículos que pretende esclarecer cómo el patriarcado genera desigualdad entre las personas en función de su sexo (que no de su género, aquí una explicación de este error generalizado, que la mayoría de las veces se comete sin querer).
El sistema patriarcal se vale de muchos tentáculos para mantener esa discriminación y opresión hacia las mujeres, y no solo hoy, sino históricamente. Que los hombres maten y violen a niñas y mujeres de forma masiva todos los días no ocurre por casualidad, o por biología, sino por un sistema de creencias muy simple pero muy bien asentado y aceptado por la sociedad. ¿Cómo lo consigue el sistema? En el primer artículo nos centramos en un tentáculo muy importante, el mito del amor romántico.
Otra de las herramientas que usa el sistema para explotar, discriminar, robar y oprimir a las niñas y mujeres del mundo es el fomento de la enemistad entre ellas. Como decía Simone de Beauvoir: "El opresor no sería tan fuerte si no tuviera cómplices entre los oprimidos".
Pero, ¿cómo lo hace el sistema para que las de abajo estén, además de oprimidas, señalándose unas a otras en vez de al opresor? Pues a través de -otra vez- creencias sustentadas por la sociedad.
Antes de seguir, cabe decir que las creencias no siempre son malas, estaremos de acuerdo en que está bien que la creencia de los Derechos Humanos haya calado en la sociedad. Sin embargo, no es más que una creencia, una construcción humana. Y es que el mundo, a veces, se pone de acuerdo para aceptar conceptos. Hay otras construcciones que no nos vienen tan bien, como las religiones, especialmente si eres mujer, claro. El hecho de que los hombres se crean con el derecho de asesinar a sus mujeres, a quienes debieron amar, y que sea algo global e histórico, responde directamente a una jerarquía social basada en el sexo: los hombres son superiores a las mujeres: más admirados, más buenos, más capaces, más inteligentes, más nobles y, en definitiva, más humanos. Nosotras somos más astutas, más enrevesadas, más peligrosas, tenemos más dobleces, más mala baba, somos mentirosas, provocadoras y envidiosas. Esto está así en el imaginario colectivo. Luego, si miramos a nuestro alrededor, nuestras amigas no son así, nosotras mismas no somos así. Sí, puede que alguien en nuestro entorno sea así, pero sin lugar a dudas no solo son mujeres, y de ninguna manera son la mayoría. ¿Saben eso que dicen en la machosfera de que "todas putas menos mi madre y mi hermana"? Pues ahí lo tienen. Todas son putas menos las que tengo cerca y ya sé que no. El "puta" es intercambiable. Además, el "puta" casi nunca hace referencia al acto de prostituirse, sino que se refiere a las mujeres que viven su sexualidad libremente. También a aquellas que no tienen aún el control de su sexualidad pero van vestidas de una determinada forma, o un día se expresaron de otra. Putas somos todas, en realidad, ya lo saben ustedes.
Creencias, en definitiva. Con el "puta", nos damos cuenta del poder que tienen las palabras, ejercen un control bestial sobre las niñas y mujeres. ¿Cuántas cosas han dejado de hacer o decir las niñas y mujeres para evitar el juicio de "puta"? A lo largo de la historia ha habido muchas palabras con esa capacidad de sometimiento. Pero ninguna de ellas funcionaba en sentido inverso: ninguna palabra que los controlara a ellos. Solo las palabras que ponían en duda la masculinidad (la superioridad) de los hombres, como por ejemplo "maricón". Antes, no pegarle a tu mujer cuando "debías" podía conllevar este sambenito. Por supuesto, apoyar cualquier reivindicación de las mujeres, por más justa que esta sea, también conlleva esa palabra o sucedáneas. De hecho, los pocos hombres que fueron asesinados durante la caza de brujas por "brujos" no eran más que sus maridos, sus defensores, en su mayoría. Nos paramos aquí para recordar que el mundo entero se organizó para asesinar y quemar a mujeres por el delito de brujería, es decir, fueron asesinadas por literalmente nada, simplemente por ser mujer.
Una vez expuesto cómo las creencias calan en el imaginario colectivo y cómo se replican sin ningún análisis o crítica, sólo cabe añadir que las creencias sobre hombres y mujeres no solo están en las cabezas masculinas, sino también en las nuestras. Las mujeres también vivimos en la misma sociedad que ellos, nos enseñan las mismas personas, tenemos los mismos profesores en el colegio, las mismas madres y padres, vemos la misma tele, las mismas series y películas. Vemos las mismas relaciones de pareja, el mismo reparto de tareas, segregadas por sexo, vemos la división del trabajo, vemos quién tiene el dinero en casa y vemos quién decide en qué se gasta, vemos quién el dinero en el Gobierno y quién decide quién y cómo se gasta. Vemos quién tiene que tener cuidado en casa para no enfadar a quién. Vemos quién tiene más espacio y permiso para enfadarse y dar miedo, vemos a quién se le permite y se le respeta desde la ira hasta el descanso. También vemos quién debe mejorar su aspecto antes de salir de casa, quién tarda más en hacer qué, quién vive cómodamente, con ropa y rutinas sencillas que no le roban ni un minuto y quiénes necesitan 45 frascos de sustancias diferentes para verse de una determinada manera: la manera única que hay, la que desde niñas vemos a través de todas las pantallas.
Con estos mimbres, y teniendo en cuenta que las mujeres sin un hombre están desprotegidas, incompletas y solas, ya que somos más débiles, más frágiles, más inútiles, etc., pues solo había que azuzar un poco el avispero en el que nos metieron hace ya mucho tiempo. ¿Cómo? comparándonos entre nosotras, por ejemplo. ¿Quién es más bonita que quién?, ¿quién es más obediente que quién?, ¿quién se porta mejor?, ¿quién es más sensual sin llegar a merecer un "puta"?, ¿quién se conforma mejor como ama de casa?, ¿quién ríe más los chistes a los hombres?, ¿quién no se ofende nunca?, ¿quién tiene menos necesidad de hacer preguntas o de formarse una ideología política?, ¿quién es la auténtica madre amorosa, cocinera, lectora de cuentos, siempre sonriente y comprensiva, que trabaja todo el día en la casa y de noche está deseosa y aún enérgica para ser penetrada por su marido? ¿Quién se "cuida" más? ¿Quién se "arregla" más y mejor? ¿Cuál de todas es la que parece tener más miedo a volverse invisible a los hombres? Hay que premiar a éstas en detrimento de las otras, hay que ensalzarlas y piropearlas, hay que alabarlas, aun sin dejar nunca de presionarlas, para que no se relajen. Que no engorden, que no paren de sonreír, que no dejen de ser amables incluso ante la violencia, que no se involucren ni mínimamente en política, que no empiecen a salir a la calle con la cara lavada, que su ropa siempre sea adquirida pensando en replicar la imagen de mujer perfecta que se nos ha enseñado desde niñas. Es una carrera eterna la de las mujeres, que sabemos que a poco que fallemos en algún punto, bajaremos escalones en el escalafón patriarcal del sometimiento. Y allí lo que hay son las otras mujeres, las que se cansaron de agradar, de sonreír, las que quizás no lo hicieron nunca, las parias que bajaron al infierno a base de juicios rápidos: mala madre, mala esposa, bollera y puta como insultos definitivos, egoísta, vaga, guarra, y el siempre socorrido "loca" o "histérica", etc. Abajo están las que el ojo del hombre no ve, la que pasa desapercibida y no obtiene la recompensa del macho (entendiendo como macho desde el adolescente deslumbrado por tu escote hasta el viejo que se alegra siempre demasiado de verte para lo poco que os conocéis).
Nos han incentivado a ser más guapa que otras, más exitosa que otras, a ganarles a otras pero siempre y únicamente en el campo de la belleza y/o el amor: conseguir que un hombre nos elija por encima de otra/s es el premio gordo. La competición en el deporte no era posible para nosotras porque el deporte ha sido siempre para ellos, estando prohibido para nosotras incluso por leyes.
Gracias a los avances del feminismo, las mujeres nos hemos ido dando cuenta, hemos parado y hemos dicho: no, esto no es justo. De hecho, hemos dicho: conmigo que no cuenten, en el infierno se está calentita, hermana. Y gracias a cada ola feminista, las mujeres hemos ido abriendo los ojos, hemos visto lo que han hecho históricamente con nosotras, enfrentándonos entre nosotras, creando envidias que eran imposibles de forma natural, porque las mujeres -también gracias al género- somos más empáticas, tendemos más puentes, sorteamos el conflicto. Esa confrontación entre nosotras solo tiene sentido en sistemas como el nuestro, donde la mirada es masculina y el imaginario profundamente machista.
La enemistad entre nosotras, de hecho, no le ha salido demasiado bien muchas, muchísimas veces, al sistema patriarcal. Todas las veces que las mujeres se saltaron esa supuesta competencia eterna, ese odiarse, ese mirarse con lupa para encontrarse defectos, ese desear la validación masculina más que las demás y ese eterno querer mejorar en belleza a la de al lado... todas esas veces que las mujeres fueron más listas, que se unieron, consiguieron (y conseguimos, y conseguiremos) querernos, a nosotras mismas y a las demás, admirarlas, tejer redes juntas y colaborar. Y esa nueva mirada, que traía además mucho más confort y alegría que la mirada masculina que habían aprendido, significó para muchas una nueva forma de entender la vida. Sobre todo porque juntas, organizadas y conversadoras, es como se dieron cuenta de que, oye, los hombres son los que están sacando rédito de nuestro cuerpo, nuestra labor diaria, nuestra crianza, nuestro trabajo, nuestra mente, nuestro descanso...
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Cada vez, por suerte, somos más a este lado, pero aún no todas las suficientes. El 40% de los jóvenes decían que el feminismo había llegado demasiado lejos, pero no se guíen por lo que opine la nueva hornada de la derecha, el feminismo habrá llegado demasiado lejos por una cuestión de números, porque no es un dato especulativo, sino muy medible: cuando en el mundo ningún hombre viole a una mujer, cuando ninguna niña sufra la mutilación de sus genitales, cuando ninguna adolescente o mujer sea expulsada por impura de su casa y tenga que vivir en un chamizo mientras dure el periodo, cuando ningún hombre se crea con el derecho de humillar, golpear, aterrorizar o asesinar a ninguna niña, adolescente o mujer. Entonces podremos celebrar que el feminismo ha llegado, no demasiado, sino tan lejos como era posible.
Comentarios
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