La existencia de la prostitución es un tema que suele ser debatido desde perspectivas legalistas o económicas, obviando a menudo las profundas implicancias éticas y sociales que conlleva. Solemos escuchar pretextos muy manidos como "lo hacen porque quieren", "prefieren esto a limpiar escaleras", "ahí ganan más dinero que de camareras", "debería legalizarse y el PIB del país crecería", etc. ¿Quién no ha escuchado estos "argumentos"? Y ahora más que nunca, ya que el PSOE prepara una ley "abolicionista" de la prostitución. Lo pongo entre comillas porque realmente no abolirá nada, pero ese tema si quieren lo dejamos para otro artículo. Este en concreto pretende ser más bien una reflexión en contra del sistema prostitucional, ya que, como han podido comprobar, el lobby proxeneta se está rearmando y promocionando la explotación sexual como el colmo de la libertad sexual y la solución si no te gustan los trabajos duros pero te encanta el dinero. En definitiva, el lobby proxeneta ha puesto en marcha una campaña de engaño y normalización que va desde dar charlas en universidades a meter artículos en prensa, pasando por postear en redes sociales mensajes hirientes contra las mujeres que defienden la abolición de la explotación sexual.
Se habla del derecho de las mujeres a dedicarse a lo que quieran, porque sería demasiado descarado que en realidad de lo que se trata es de los derechos de los hombres a acceder al cuerpo de las mujeres, lo deseen ellas o no. Ahí radica la primera mentira. Quien habla de la "libre elección" de las mujeres prostituidas ha tragado con una realidad repugnante: que los hombres se creen con el derecho de comprar cuerpos que penetrar y violentar, cuerpos de seres humanos que no desean ser penetrados cada día decenas de veces por puteros de todos los olores y sabores posibles. Ningún argumento a favor de dicho privilegio masculino tiene validez moral por mucho que se disfrace de "hay mujeres que lo prefieren así". La prostitución daña la salud psicológica y física de las mujeres explotadas, las supervivientes están hartas, cansadas, de explicar cuál es la realidad dentro de esos cuartos, de esas calles, de esos hombres. Por algún motivo, los defensores de la prostitución (inmensa mayoría de hombres, por supuesto, pero lamentablemente alguna mujer también nos toca soportar) no quieren que las mujeres prostituidas que hablan sean las que se han liberado del sistema, sino las que aún están dentro. Pero dentro del sistema, las mujeres explotadas y las víctimas de trata son indistinguibles. Una víctima de trata no puede decir que lo es, porque está siendo gravemente chantajeada: no solo peligra su integridad, sino la de sus hijos y familiares aquí o en el país de origen. Para un putero, también son indistinguibles, no tiene forma de saber si la mujer que ha comprado para penetrar durante 20 minutos ha llegado allí ella sola o ha llegado engañada y extorsionada. Al putero le da lo mismo, se va a correr igual. Y eso es lo que perpetúan quienes defienden que la prostitución es un trabajo como cualquier otro, que al putero no le falte una mujer que destrozar.
Poner el foco en que la prostitución es un mero intercambio de servicios sexuales previo pago no solo afecta a las supervivientes, a las prostituidas y a las víctimas de trata, sino que impide que las mujeres consigamos poner los cimientos de una sociedad igualitaria. Mientras haya una sola mujer o niña convertida en esclava sexual, ninguna de nosotras va a ser libre. Si la sociedad ve normal, natural, deseable, defendible que los puteros puedan comprar mujeres para hacer con ellas lo que jamás podrían sin dinero, las niñas y mujeres no somos libres, no estamos a salvo. Porque el imaginario colectivo en relación con el sexo femenino no discrimina: las mujeres somos o no somos, al igual que los hombres son o no son. Los hombres tienen poder sobre las mujeres, tienen privilegios sobre nosotras y viven una vida radicalmente distinta a la nuestra. Los hombres no son vistos como objetos que nosotras podemos comprar para usarlos y tirarlos, sencillamente porque la prostitución masculina es casi inexistente, y quien la mantiene residual pero viva es precisamente los hombres. Las mujeres no concebimos ir a un lugar con un ánimo festivo donde hay hombres económicamente vulnerables, con hijos en su país de origen y una historia de abuso previo en muchos casos... hombres con su documentación probablemente secuestrada por su explotador, para penetrar sus agujeros después de otra, y sabiendo que hay cola para hacerle lo mismo. Es sencillamente impensable para nosotras. Y quien use el "yo conocí a una mujer una vez que sí" es primo hermano del "hay algunas que ponen denuncias falsas", no hay mucho que rascar con esa gente.
Es fundamental entender que la prostitución no existe en un vacío social, sino que se alimenta y perpetúa a través de un entramado de desigualdades estructurales, donde el sexo, la clase social y la etnia juegan roles fundamentales. No existe la "libre elección", y cualquiera que hable de ella jamás elegiría meterse en un cuarto lleno de fluidos para ser usada en jornadas eternas de penetraciones y enfermedades que se acaban cronificando por exposición a la violencia. Pero es que no nos hace falta seguir explicando que la libertad de elección para las mujeres prostituidas no existe, porque aunque existiera, aunque quisiéramos regular la prostitución solo para esa figura de la "puta feliz", que elige los puteros y cobra un pastón por hora, no podríamos hacerlo. Porque jamás debe legalizarse la posibilidad de comprar cuerpos de mujeres, de la misma forma que nadie puede donar un órgano por mucho que lo desee. Ni siquiera una madre puede donar un órgano a una hija que lo necesita para sobrevivir. Está fuera de debate. Igualmente debería estarlo el alquiler o venta de cualquier parte del cuerpo de las mujeres, ya sean vientres de alquiler o prostitución.
Se hace demasiado evidente que las del segundo sexo somos ciudadanas de segunda para absolutamente todo, y siempre en detrimento del primer sexo. ¿Hasta cuándo vamos a tener que leer defensas vergonzosas de un sistema que mata, que hace enfermar, que destroza la salud y la vida de las mujeres prostituidas y que es tan violento que afecta a todas las niñas y mujeres? ¿Hasta cuándo vamos a permitir que sea un "debate"? ¿Hasta cuándo vamos a normalizar las posturas que solo benefician al putero y al lobby proxeneta? ¿Por qué los derechos de las mujeres y las niñas siempre son debatibles?
Lo peor es que los debates sobre nosotras y nuestros cuerpos no van a menos, al revés, van a más. No terminamos nunca de cerrar "debates", como por ejemplo este, pero el sistema nos está abriendo otros por la espalda. Así que sí, mientras no tenemos claro si los puteros deben o no deben tener acceso a mujeres vulnerables, la duda se extiende ya a qué es realmente una mujer. El único consenso que parece haber es el de siempre: qué es un hombre y cuáles son sus deseos, que siempre consiguen convertir en derechos.
Pues nosotras estamos cansadas de ser eternamente debatibles, pero bueno, quizás pronto sea también un derecho humano de los hombres no dejarnos descansar.
Comentarios
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