Nadie dijo que sería fácil

Nadie dijo que sería fácil
Manifestación feminista bajo el lema, ‘La prostitución no es un trabajo, ¡Abolición ya!’, en Madrid.
Carlos Luján / Europa Press

Las feministas, cada año que pasa, sentimos una fatiga profunda. Una fatiga no solo física, también emocional y mental. Cada año lleva dentro miles de titulares y artículos y tuits y posts... que minimizan los feminicidios, la violencia sexual, el acoso, la humillación, la feminización de la pobreza... Cada año lleva dentro incontables vidas de criaturas y mujeres que se acaban porque así lo decide un varón. Cada año lleva dentro leyes o bien incompletas e ineficaces, o bien absolutamente desquiciadas, gobierne quien gobierne. Cada año el feminismo se convierte en cualquier cosa, incluso la violencia sexual puede ser feminista si es "consentida", se torna casi un acto revolucionario y antipuritano. Cada año el feminismo se vende en formato camisetas de grandes cadenas que cosen mujeres pobres en sweatshops asiáticos. Cada año hablan más y más hombres de qué es el feminismo y de la experiencia de ser mujeres que las propias mujeres. Cada año se suman más empresas con infrarrepresentación de mujeres al purplewashing el 8M. Cada año el feminismo tiene más y más significados, cada año más alejado del tesoro de nuestros tres siglos de teoría feminista.

Al sistema le conviene que todo esto ocurra, claro. Le conviene que todo sea feminismo para que nada lo sea. Le conviene que sea algo tan amplio que incluso la violencia -en cualquier de sus formas- pueda ser vendida como "empoderamiento". Esta fatiga que sentimos no es solo el resultado de pelear contra el patriarcado, sino también de ver cómo nuestras demandas, que han sido fruto de luchas largas y dolorosas, son constantemente trivializadas y desvirtuadas. Llevar años en la pelea contra el sistema significa enfrentarse a una batalla constante: contra un sistema patriarcal que nunca deja de adaptarse, que absorbe nuestros avances para luego devolvernos -en el mejor de los casos- una versión comercial de nuestro movimiento. Digo el mejor porque a veces engulle nuestras reclamaciones y nos escupe prostitución empoderante, criaturas que deben ser hormonadas y sometidas a cirugías, mujeres que se exponen incluso a la muerte para gestar criaturas para extraños... Todo lo que refuerza al sistema es feminismo, según el sistema, y lo que nos libera es... bueno, habrá que debatir qué es.

Estamos mentalmente saturadas de explicar que la prostitución no es un "trabajo cualquiera", y no, no se hace porque se quiere. En palabras de Carol L, superviviente del sistema prostituyente: "Con la cantidad de mujeres que me he cruzado, con todos los años que estuve dentro de la red prostitucional, desde los 17 a los 30 años, ni una me ha dicho que estuviera allí porque quería". Estamos jodidas, estamos mal... porque vemos cómo todos nuestros intentos de luchar por nosotras mismas, por las más vulnerables y por las que están por venir, se liquida en cinco minutos, por ejemplo con una sentencia que permite mentir en el registro, mentirle a una criatura que nació de la pobreza y vulnerabilidad de una mujer, y dar la razón a dos personas que compraron un bebé, práctica ilegal en España. Estamos agotadas porque, por si fuera poco, la ministra de Igualdad, se limita a lamentar la violencia contra las mujeres, como si en ella y en el Gobierno del que forma parte, no residiera la capacidad de eliminar la instrucción de 2010, que es la puerta trasera de los vientres de alquiler, es la que permite inscribir en España a las criaturas compradas en países con legislaciones laxas en cuanto a los derechos de las mujeres. Este agotamiento no viene solo de luchar contra el patriarcado, sino de tener que combatir también dentro del feminismo mismo, donde las líneas entre el activismo y la cooptación se vuelven cada vez más difusas. Antes la lucha feminista la dictaba la calle, ahora lo dictan políticas sin ningún recorrido en la lucha feminista, celebrities que se abren Onlyfans para inflar sus ingresos e invitados de First Dates que hablan con la -e.

Hace tiempo que el feminismo se ha convertido en una palabra de moda, un eslogan que las marcas imprimen en sus objetos como imprimen la cara de Tupac Shakur, un violador que fue condenado y estuvo en prisión por la salvaje agresión a una de sus fans. Tenemos desde camisetas que dicen "Feminist" en inglés, que es más chic que el español, hasta campañas de publicidad que celebran "la diversidad", así, sin más, ¿qué diversidad? ¡Cualquiera! ¡Toda! ¡Celebremos! En realidad jamás piensan, por ejemplo, en las personas con discapacidad, que no son nada glamurosas. El feminismo ha sido vaciado de su poder y transformado en algo que puede ser consumido sin incomodar a nadie. Y si te niegas, si lo denuncias, tú eres la única de toda la fiesta que NO es feminista.

Este uso del feminismo como herramienta para justificar la violencia y la explotación es desmoralizante, agotador, porque convierte nuestras luchas en su opuesto, a las feministas en antifeministas, a las mujeres en machistas, locas, perversas. Y sin darnos cuenta, el sistema ha dado un giro de 360º, muchas vueltas para quedarse exactamente donde estaba: cuidado con las mujeres, son malas, son mentirosas, hay que tener mucho cuidado con ellas y lo que dicen. Hay que callarlas, cancelarlas, despedirlas, y con una fiereza que deje en pañales a la risión que fue la "cancelación" de los agresores del #MeToo, que de hecho están todos trabajando y recibiendo premios.

El agotamiento de ser siempre la resistencia nos va dejando secuelas cuantos más años cumplimos. Mientras que esas otras formas de "feminismo famoso", absolutamente compatibles con el capitalismo y el patriarcado, son celebradas y promovidas, nosotras seguimos siendo las aguafiestas, las amargadas, las que se oponen al "progreso". Luchar contra un sistema que parece capaz de absorber y transformar cualquier crítica en algo que lo fortalezca es extenuante. Además, la violencia constante a la que nos enfrentamos —desde las amenazas en redes sociales hasta la invisibilización en los espacios públicos— contribuye a ese agotamiento, a ese estrés que parece cronificarse. Las feministas nos enfrentamos a un odio implacable, ha sido así siempre, y sigue siendo así.

La lucha feminista es una tarea ardua y agotadora, especialmente en un contexto en el que el feminismo ha sido convertido en un producto más del mercado. Sin embargo, nuestra lucha sigue siendo fundamental, porque busca una verdadera transformación social, no una adaptación al sistema patriarcal. Y aunque el activismo nos deje exhaustas, no sabemos rendirnos, solo lo hacemos parar a descansar. Las activistas podremos estar sin aliento, pero no sabemos dejar de serlo. Y convencemos, y seguiremos peleando para aglutinarnos, para organizarnos más y mejor, para resistir, para ir ganando batallas. Porque nadie nos dijo nunca que ser feminista fuera fácil.