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El ajedrez y los dados

EL JUEGO DE LA CIENCIA // CARLO FRABETTI

* Escritor y matemático 

En memoria de Bobby Fischer,
artista del ajedrez

Tenía razón Einstein al decir que Dios no juega a los dados. Se equivocaba, sin embargo, como nos equivocamos todos, al invocarlos como símbolo del azar, pues en puridad no son aleatorios. Precisamente por eso no puede Dios jugar a los dados, pues para él (si existiera) su lanzamiento no entrañaría sorpresa alguna, y sin sorpresa no hay juego. Y ni siquiera hace falta remontarse a las divinas alturas: tampoco Superman podría jugar honradamente a los dados, pues, con sus sentidos agudísimos y su fulminante capacidad de cálculo, podría deducir la jugada antes de que dejaran de rodar. Incluso podría, con su supercontrol, lanzar los dados de forma que saliera lo que él quisiese (igual que algunos prestímanos y tahúres pueden hacer que salga siempre cara al lanzar una moneda).

Para los simples mortales, los dados son un juego de azar porque no podemos calcular ni controlar sus complejas evoluciones al rodar sobre el tapete; pero dichas evoluciones obedecen las rígidas leyes del determinismo. El azar de los dados es solo aparente: es un seudoazar derivado de la insuficiencia de nuestro conocimiento de las condiciones iniciales (puede que algún colega replique que la teoría del caos restablece la aleatoriedad de los dados; sí, pero solo en la práctica, y esta es una reflexión epistemológica).

Sin embargo, en el ajedrez, inadecuado paradigma de los juegos no aleatorios, sí que interviene el auténtico azar. Su combinatoria es tan inmensa –hay unos veinte septillones de posiciones distintas compatibles con las reglas del juego– que la mente humana no puede ni soñar con abarcarla, por lo que no es un juego de estricta lógica, como muchos creen, sino también una actividad intuitiva, creativa, artística. Y donde intervienen la intuición, la creatividad, el arte, interviene el azar. Un azar que serendípicamente suele favorecer a los mejores (como dijo Tigran Petrossian cuando era campeón del mundo de ajedrez, los buenos jugadores tienen suerte), pero azar auténtico. Porque si existe el libre albedrío –la libre imaginación–, la mente intuitiva-creativa-artística no es una mera máquina determinista, y de unas mismas condiciones iniciales no se desprende siempre una misma respuesta. Si somos libres, ni siquiera un Dios omnisciente podría conocer de antemano nuestra próxima jugada.

(Pido disculpas a mis lectoras y lectores por posponer la continuación de Weltanschauung en función de este apresurado homenaje).

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