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El influjo marciano

UNIVERSO // JAVIER ARMENTIA

* Astrofísico y director del Planetario de Pamplona

Posiblemente el origen de la fascinación de Marte tiene poco más de un siglo de edad, cuando Schiaparelli realizó los primeros mapas de calidad de este planeta. Al astrónomo italiano le precedía una justa fama por sus mapas de mercurio. A mediados del XIX pocos tenían un mejor ojo de astrónomo. Y lo que vio Schiaparelli sorprendió a todo el mundo, especialmente a un millonario que vivía en Flagstaff, Arizona, Percival Lowell. En los mapas de ambos aparecieron canales, una densa red de conducciones que podrían llevar el agua de los polos al seco ecuador marciano.

No pensemos que eran idiotas: todo lo contrario, parecía cierto, y observar Marte a simple vista no es nada fácil. Ellos tenían además los mejores telescopios, y en aquella época Lesseps había maravillado al mundo con el canal de Suez y se comenzaba a hacer el de Panamá. Los marcianos eran mucho más avanzados, una antigua civilización, capaz de hacer no uno sino cientos de esos canales. Posteriormente, el debate se inclinó por la racionalidad: la inteligencia de los canales de Marte existía, pero estaba de este lado del anteojo. Aún así, llegaron las ficciones de la ciencia con un Marte habitado, las de Wells, Rice Burroughs, C. S. Lewis y otros.

El cine y la literatura sostuvieron, y siguen manteniendo, la atracción por el asunto de la vida en Marte, un lugar lo bastante parecido a nuestro planeta como para plantear un viaje tripulado. La NASA, con desmedida alegría, se encarga además de colar notas de prensa que avivan el tema. Marte mola.

Por cierto, Percival Lowell sufragó la búsqueda del noveno planeta, que condujo en 1930 al descubrimiento de Plutón. Ese planeta enano que ahora y con gran obcecación los astrónomos estadounidenses quieren devolver a la lista de planetas. Nada humano les es ajeno, ni el chovinismo.

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