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La piedra de Galileo

EL ELECTRÓN LIBRE // MANUEL LOZANO LEYVA

* Catedrático de física atómica molecular y nuclear de la Universidad de Sevilla

Hay un debate en la ciencia que es relativamente reciente pero que cada vez se hace más virulento. Hasta hace poco se formulaba en términos de antagonismo entre la investigación básica y la aplicada. Después pasó por la relación universidad-empresa, y hoy día la fórmula mágica es I+D+i, o sea, investigación (básica, aplicada o vete a saber qué), desarrollo (se supone que lo que eran antes los inventos) e innovación (sacrosanta palabra referida al continuo acercamiento de los productos tecnológicos al mercado). No hay investigador supuestamente idealista que no se rasgue las vestiduras clamando por la bendita ciencia cuya bandera es el saber por el saber. Tampoco hay político que no advierta de que los fondos se han de destinar a objetivos relacionados con la producción. A unos y a otros les vendría bien estudiar la historia de la ciencia y la tecnología modernas. Elijamos dos ejemplos deliciosos del sinsentido de ambas posturas.

La crítica extendida respecto a Thomas Alva Edison es que nada aportó a la ciencia sino que fue sólo un afanoso industrial. El fonógrafo, las centrales eléctricas, las bombillas y sus más de mil patentes se suelen considerar inventos ingeniosos para ganar dinero. O sea, que fue un campeón para los políticos de entonces y, sobre todo, los de ahora. A duras penas se aceptó como descubrimiento el llamado efecto Edison, que consiste en la emisión de electrones por filamentos calientes. Lo que hacían sus lámparas. La crítica al magnate de la tecnología se agudiza porque no sólo no interpretó bien el fenómeno sino que no le prestó mayor atención por no vislumbrar provecho económico alguno. Lo que menospreció fue el pilar de la electrónica e infinidad de descubrimientos como los rayos catódicos. Así que los paladines del D+i deberían pensarse dos veces su desconfianza hacia la I.

Para los enardecidos de la I, o sea, de la excelsa lectura del libro de la naturaleza escrito en lenguaje matemático, seguramente Galileo es uno de sus ídolos. Al menos para mí lo es. ¿Sabe el lector por qué el grandioso Galileo no aportó nada al magnetismo? Porque con su amigo Sagredo no supieron cómo sacarle partido a un pedrusco de kilo y medio de magnetita que era capaz de levantar una bola de hierro de cuatro kilos. Lo engastaron en un bonito armazón de madera noble y trataron de vendérselo a algunos nobles para que lo utilizaran como regalo de boda de Cósimo de Medici. ¡Qué gran símbolo de atracción y fuerza para un matrimonio! Como no lo consiguieron, Galileo pasó de largo por el magnetismo.

Desengañémonos, sólo hay una posible división en la investigación: la bien hecha y la chapucera. Raro sería que la curiosidad, el rigor y el tesón comunes a Edison y Galileo no aumentaran el bienestar general.

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