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Bicentenario de Darwin

ORÍGENES // JOSÉ MARÍA BERMÚDEZ DE CASTRO

* Director del Centro Nacional de Investigación sobre Evolución Humana, Burgos

El 12 de febrero de 2009 se cumplirán 200 años del nacimiento de Charles Robert Darwin en Shrewsbury, Inglaterra. Este año, uno de los padres de la teoría de la evolución por selección natural recibirá multitud de homenajes. Y digo bien al hablar en plural; nunca se debe obviar a Alfred Russel Wallace, el científico olvidado, que llegó a las mismas conclusiones que Darwin. Su honestidad impulsó a Darwin a publicar de manera conjunta sus conclusiones sobre la evolución de las especies en la revista de la Sociedad Linneana.

El darwinismo, como paradigma de la teoría evolutiva moderna, goza de una salud excelente. Los avances en ámbitos científicos como la genética y la embriología han enriquecido, matizado y dado esplendor a una teoría científica centenaria. Por supuesto, no cabe esperar que la teoría evolutiva sea comprendida y aceptada por toda la humanidad. Con frecuencia me preguntan si cabe la posibilidad de compatibilizar la ciencia con la religión. Antes de contestar a esta pregunta, es importante dejar claro que existe una diferencia muy clara entre religión y religiosidad (o espiritualidad). Desde la religión se han llevado a cabo burdos intentos de añadir un toque de cientifismo a las creencias dogmáticas. El llamado diseño inteligente, por ejemplo, no es sino una torpe (aunque eficaz por el número de sus seguidores) postura defensiva ante el avance imparable de la ciencia.

Sin embargo, la espiritualidad es consustancial a nuestra naturaleza y de ahí que, con independencia de la religión, la gran mayoría de los seres humanos poseamos sentimientos comunes y muy similares. Los profesionales de cada religión dictan las formas, pero en lo profundo de la mente de cada ser humano se desarrolla la necesidad insaciable de la trascendencia, de un Dios protector, que guía y da sentido a su existencia, no siempre fácil. Resultaría fascinante averiguar cómo pudo aparecer la inseguridad y la necesidad de dioses protectores en la mente de especies tan poderosas como los neandertales o los humanos actuales.

Con independencia de lo que la ciencia pueda averiguar sobre el origen de la espiritualidad, no cabe duda de que su práctica honesta, alejada de la tiránica ritualidad, es fuente de salud mental. Las presiones emocionales y el estrés de la vida diaria encuentran un remedio eficaz en el pensamiento positivo de otra realidad imaginada y placentera. En ese sentido, ciencia y espiritualidad pueden darse la mano y convivir en armonía. La ciencia es una necesidad de conocer la realidad mediante la aplicación del método científico, que puede llevarnos a sentirnos indentificados con la naturaleza. La espiritualidad es otra necesidad que busca atajos en la mente para llegar a la misma meta.

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