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El unicornio

MIGUEL DELIBES DE CASTRO // VENTANA DE OTROS OJOS

*Profesor de Investigación del CSIC

Hace exactamente un año, en la Toscana, reapareció el unicornio. En esta ocasión se trataba de un joven corzo, que pudo ser fotografiado y que lucía un único y pequeño vástago en el centro de la frente. Una rareza, quizás consecuencia de un trauma. Nada que ver con el estilizado cuerno de los unicornios compañeros de doncellas en los tapices clásicos. Pero enseguida se pensó que tal vez fuera un animal anómalo como aquél quien originara la leyenda del unicornio, tan importante durante siglos.

Según parece, la primera referencia a los unicornios procede del griego Ctesias, que vivió en Persia siglos antes de Cristo y tuvo noticias de tales animales existentes en la India. Probablemente aquellos unicornios indios eran rinocerontes, y es sabido que al cuerno de los rinocerontes se le atribuyen en ciertas culturas propiedades medicinales. Mucho tiempo después, a través de los vikingos, comenzaron a llegar cuernos de unicornio a los mercados europeos. Eran marfileños, rectos, largos de más de dos metros y retorcidos sobre sí mismos en espiral, como un sacacorchos. Los antiguos habían mencionado grandes caballos con un solo cuerno (¿rinocerontes?), pero los ilustrados medievales imaginaron caballitos blancos virginales, con un estilizado cono en espiral sobre su frente. En el Renacimiento, ese cuerno "protegía de la flecha que vuela de día y de la pestilencia que recorre la noche", escribió Odell Shepard. Además, y sobre todo, era un talismán que inmunizaba frente al envenenamiento. Con tales virtudes no es de extrañar que su precio, vendido a trozos, superara en muchas veces el del oro.

Lo curioso es que quienes obtenían los cuernos en Groenlandia no sabían nada de la leyenda del unicornio, y los que pagaban enormes sumas por ellos ignoraban donde se originaban. Hubo que esperar hasta 1621 para que el flamenco Gerhard Mercator, conocido por la proyección que usamos aún hoy de la superficie terrestre en un sistema de meridianos y paralelos, identificara al narval ("el más hermoso de los nombres submarinos", para Neruda) con el animal portador del anhelado cuerno. El narval es un cetáceo moteado relativamente pequeño, exclusivo de las regiones árticas, que aún retiene mucho del misterio del unicornio. Los biólogos discuten la función del cuerno, en realidad un diente que, salvo excepciones, sólo portan los machos y nace en el lado izquierdo del maxilar. Los inuit piensan, en cambio, en una mujer ahogada que giró retorciendo su arpón.

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