Yo migré por amor: la fuerza migratoria de la que jamás hablamos

Migré por amorDiana Moreno (@_diana_moreno_)

  • Para explicar por qué migramos se suele recurrir a motivos económicos, laborales o de seguridad. Olvidamos que el amor es la fuerza más movilizadora

¿Por qué migramos? Pocas cosas son más complicadas que descifrar por qué alguien toma la inaudita decisión de cambiar el lugar que había bajo sus pies por un lugar distinto, atravesar una frontera, trastocar su rutina y modo de vida. ¿Por qué lo hacemos? Para migrar hay tantos motivos como personas y, sin embargo, solemos pensar siempre en los mismos: búsqueda de empleo, motivos económicos y las terribles razones que hay tras la movilidad forzosa. Pero hay una razón muy común que siempre se obvia. Si le preguntas a alguien que ha cambiado de país (fíjate en esos programas del tipo Españoles por el mundo) que por qué vive allí, por qué se fue, por qué decidió quedarse, muchos dan la misma respuesta: "Me quedé por amor".

El amor (de pareja, pero también de familia, de amistad) es probablemente la fuerza más movilizadora. Literalmente: nos empuja a atravesar vallas, aduanas, fronteras y mares. Sin embargo, no se refleja en las investigaciones, no aparece cuantificado en los informes migratorios y a la hora de explicar la movilidad humana se suele recurrir a motivos económicos: la teoría de la expulsión y atracción, las diferencias salariales entre países, la sombra de los ciclos económicos negativos como elemento que expulsa a los jóvenes, etc. Pero en muchos de esos migrantes han influido, además, razones más íntimas.

Imaginemos un caso: una pareja que reside en alguna ciudad española. Uno de los miembros de la pareja consigue un buen trabajo en Helsinki. Deciden mudarse a Helsinki los dos. ¿Han migrado ambos por motivos económicos y laborales? Yo diría que no: un miembro de la pareja ha migrado por trabajo; el otro, por amor.

Hay un fenómeno bien documentado: las personas, a la hora de migrar, eligen específicamente ciudades donde saben que encontrarán un rostro conocido. Muchos académicos reconocen la importancia de las redes familiares y de amistad en la migración, y llaman capital social al conjunto de personas conocidas que puede ayudar a un inmigrante a mejorar en el mercado laboral del país de residencia, y hablan del bonding (fortaleza de los vínculos) o del bridging (la creación de puentes), etc. Sin duda, la decisión de cambiar de ciudad o país obliga a considerar muchos factores, y la proximidad a la familia o a alguien conocido es uno muy importante, no solamente por la ayuda siempre tan necesaria al aterrizar en un lugar nuevo sino, además, por esa cosa tan difícil de medir, la necesidad de contar con una "cara amiga". Creo que es un fenómeno muy bonito: una fuerza que arrastra a los cuerpos por el mapa al encuentro de los otros cuerpos con la intensidad de los apegos.

Y es que a los migrantes, que somos todos, que podemos llegar a ser todos, nos mueve el querer como un imán a las piezas metálicas en un tablero. Las razones laborales y económicas y de seguridad, sin duda decisivas, se acaban mezclando con las razones amorosas: migramos para seguir los pasos de nuestra pareja; migramos por desamor, para escapar de las ciudades demasiado cargadas de recuerdos; permanecemos en los países que no nos vieron nacer gracias al apoyo de una relación o de un grupo de amigos; retornamos porque extrañamos a la familia, o por un nuevo romance o desamor que nos impulsen de vuelta. Qué sé yo, la lista es infinita. Así migré yo, así permanecí migrante tres años (¿quién hubiera sobrevivido a la fría vida británica sin aquel maravilloso grupo de amigos?) y así migré de vuelta: movida por un caos orquestado de afectos, de ausencias y de amores.

Precisamente cerca de donde yo viví, en la Universidad de Sussex, la investigadora Yvonne Salt decidió que estas "migraciones amorosas" merecían una tesis doctoral, y de esta investigación surgió el Love Migration Project. "Habiendo vivido y amado en varios países, a menudo me he preguntado por qué se presta tan poca atención a este aspecto de la migración", explica Salt en su web. "Una de mis motivaciones para este proyecto es agregar una dimensión emocional a la investigación sobre la migración, ya que la vida personal figura con fuerza en la migración de muchas personas".

Así, como quien observa moverse a un puñado de piezas metálicas a las que desliza un imán, Salt fue analizando y recopilando historias de parejas migrantes que mostraran el papel del amor en esa decisión, para averiguar cómo las parejas entienden y experimentan sus relaciones en contextos migratorios. Entre ellas, la historia de la mujer que siguió a su pareja por varios países diferentes durante más de veinte años. O la del hombre que dejó su trabajo y buscó otro en el extranjero porque su mujer no estaba contenta en su propio país (un caso que quizá sería archivado en el apartado de "migración laboral" o "cónyuge de seguimiento", pero que tenía, qué sorpresa, el amor como factor impulsor). "Mucha gente migra porque se enamora", recalca Salt. "Las parejas pueden mudarse juntas y encontrar que esto cambia cosas en su relación. Sin embargo, otros se enamoran cuando emigran. Y aún hay quienes se mueven para alejarse de una relación que salió mal. Hay quienes buscan el amor mientras son móviles. Hay quienes se establecen una vez que encuentran a alguien especial. Y algunos no quieren involucrarse hasta que se hayan asentado".

Yo añado: también migra por amor quien abandona una situación de pobreza o desesperanza insoportable porque no la desea para su familia, o para sí mismo. También es el amor lo que hace a unos padres adentrarse en una patera aferrados a su bebé, o a una familia que huye de un conflicto pagar a un traficante, o a un chico cruzar medio continente solo, con su familia en la mente, con el objetivo de llegar a Europa y prosperar y enviarles dinero. Hay tantas razones para la migración como personas moviéndose, ahora mismo, a todas horas, y el amor es una de esas razones. Quizá, la más poderosa.