"A veces observo mi vida
Y aún no sé si es drama o comedia
La niña hoy no puede lavar
Porque es que tiene que bailar"
Rigoberta Bandini
La música y el baile son, con la risa, las principales herramientas naturales de la generación de amor comunitario. Son innumerables los estudios neurológicos que explican los efectos físicos de la música en las personas. Endorfinas, serotonina y dopaminas son las principales sustancias que nuestro cuerpo segrega cuando entra en contacto con la música. Estas sustancias canalizadas a través de movimientos rítmicos, es decir bailes, producen una sensación de felicidad y plenitud. Esta experiencia vivida de forma colectiva acerca a las personas que la comparten generando fuertes vínculos sociales.
La autora Barbara Ehrenrich señala en su ensayo Una historia de la alegría: el éxtasis colectivo de la antigüedad a nuestros días que el éxtasis colectivo fue una practica habitual del ser humano hasta la Edad Media. El poder de unión y la fuerza que otorga la música y el baile colectivos a las comunidades representaba una amenaza para los frágiles señores feudales. Entre las múltiples acciones de control que se pusieron en marcha en aquella época se encuentra la demonización de la música y el baile, que pasaron a ser actos paganos. Esta demonización ha transcendido a nuestros tiempos. El éxtasis colectivo es indispensable para componer una sociedad unida y feliz. El odio y el miedo, por el contrario, sirven a intereses de control de estructuras débiles y egoístas, como las que reinan en nuestras sociedad actualmente.
Tener 36 años, ser mujer y ser primera ministra de un país occidental es casi imperdonable en el mundo heteropatriarcal en el que vivimos. A Sanna Marin se le pide que sea perfecta, dentro de un marco dictado por unas sociedades envejecidas, machistas e individualistas. Un marco que, sin duda, es el responsable de nuestra decadencia, que fluye entre insultos, abandonos, vacíos y tristezas. El debate sobre los vídeos personales de la primera ministra bailando se han centrado en la legitimidad de la privacidad de cargos públicos, dejando de lado la parte más profunda del tema que es ¿por qué razón es malo que una persona baile, cante, abrace o bese en un entorno de éxtasis colectivo? No se percibe cómo negativo que una autoridad pública pierda los papeles, insulte o se enfade en público. Se aceptan los discursos de odio. Tampoco sería noticia que Sanna Marin planchara, fregara o limpiara, como la niña de la canción que ha tuneado Rigoberta Bandini, pese a que es mucho mejor para su país y para todos los que la rodean que baile mucho, y bien rodeada de gente.
Nadie puede poner en duda que nos encontramos en un punto de giro de nuestra historia. Estamos tocando con la punta de nuestros dedos el final de un tiempo, lo queramos o no. Las señales son inequívocas. Por desgracia, en estos últimos años todo el proceso está siendo controlado con el miedo. Estamos inmersas en una narrativa de la distopía que nos lleva a pensar que si hacemos "cosas" podemos estar mucho peor. Este virgencita que me quede como estoy nos está llevando a asumir retrocesos inaceptables en nuestros derechos humanos. La ventana de overton se está estirando por el lado de la intolerancia, el racismo, el machismo, el puritanismo haciéndonos creer que tenemos que elegir entre bailar y gobernar. Y, al final, Sanna Marin, en lugar de decirles a todas que le coman el higo, como diría Amaia, se hace un test de drogas para demostrar que su éxtasis era puro, que no legítimo.
Necesitamos más amor y menos odio, más baile y menos plancha, más alegría y menos miedo. Necesitamos tomar las calles con música y nuevas ideas. Tienen que volver las utopías y los abrazos. Todas las personas tenemos que ser Sanna Marin, y no avergonzarnos por ello. Es la única forma de transitar sanamente por estos momentos convulsos que nos ha tocado vivir para renacer, como lo ha hecho siempre la humanidad, con la plenitud que nos merecemos.
Recomendación, si te ha gustado este artículo no dejes de leer este breve ensayo, te inspirará: Narrativas migratorias del amor: de la solidaridad a la comunidad
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