Cuando conocí el caso de la mujer que me propongo contar, lo primero que hice fue hablar con Irantzu Varela. La mujer es clara, luminosa, como si le acabaran de retirar una capa fragante de polvos de talco, y pacifica a las bestias. Podría ser de otra manera, podría parecer una guerrera o resultar oscura, pero ella es así como digo. Es lo que tienen las personas que existen efectivamente, que no son personajes ni estereotipos. Un día le conté que cuando éramos pequeñas me daba miedo. De niña, temía cruzarme con ella de una forma parecida a como ves acercarse una nube negra y sabes que ahí dentro se trenzan la tormenta, los rayos y la construcción de los monstruos."¿Que te asustaba, dices?", me respondió. "¡Si era yo la que tenía miedo, un miedo atroz!".
No me tenía miedo a mí, sino al mundo. Avanzaba a zancadas, con la cabeza por delante, las manos en los bolsillos de los pantalones, y a su paso las niñas nos íbamos retirando un poco. Las que no éramos sus amigas.
Un día me contó que la acorralaban en el baño del colegio, un colegio de monjas, que la agredían y amenazaban con rajarla por ser distinta. No creo que a esa edad ella supiera que era distinta, ni por qué lo era. En aquel entonces aún teníamos cuerpo de niña, ideas de balones y todo consistía en conseguir no hacer los deberes. Después, ya mayor, la insultaban por la calle, la echaron de algún bar, las agresiones no han cesado nunca.
Sentí esa vergüenza que te nubla y paraliza. Luego llamé a Irantzu Varela. Le conté del espanto que, después de haber escuchado aquel relato, me obligaba a andar como todavía avanza aquella mujer, embistiendo. Me preguntaba cómo podía ser que yo jamás hubiera pensado que las lesbianas reciben el mismo trato que los hombres homosexuales, exactamente el mismo, que les pegan, les insultan, las señalan en público, desde niñas les patean en los baños, las acorralan.
Siento al escribir estas líneas la misma vergüenza, y por eso mismo me detengo a escribirlas.
Hace dos días, un hombre golpeó en la cara a la activista Irantzu Varela, le propinó varios puñetazos. El hombre, vecino suyo y exarquitecto municipal de Basauri, lo hizo acompañado de su mujer y su hija, una niña. "Lesbiana de mierda, nos has contagiado a todos, apestada". Eso le espetó, entre otras cosas. Cuando ella lo denunció en las redes sociales, la primera reacción del Ayuntamiento de Basauri consistió en pedirle que rectificara, porque el tipo ya no ejercía en el consistorio municipal. Lo primero no fue una preocupación, un apoyo, un ofrecimiento de amparo.
Así, así suceden nuestras cosas.
Miserables, miserables.
Podría escribir una columna sobre cómo nos agreden constante, brutalmente y a diario, a las mujeres llamémosle "públicas". A las que ponemos la jeta, el cuerpo. De eso se trata. Poner el cuerpo, sí, poner la palabra y la cara. Podría, pero ahora quiero hablar de las lesbianas.
Recuerdo que llamé a Irantzu Varela porque su opinión era la que me interesaba: "¿Por qué no he pensado, Irantzu, en que la agresión a las lesbianas es comparable a las agresiones a los gais y otros ataques físicos a lo distinto?". Han pasado más de seis meses desde esa pregunta y aún no había decidido cómo escribir este artículo. Una nunca sabe cuándo se abre la ampolla.
Ha hecho falta que le partieran la cara, joder. Ha hecho falta que un hijo de su puta seca calavera le clavara el puño en el labio, en el pómulo. Qué desastre.
Varela me regaló varios apuntes, se hizo conmigo preguntas (de eso se trata) y charlamos al respecto. Perdura esto en mi memoria: "Porque las mujeres estamos acostumbradas al maltrato". Un mazazo, un nuevo golpe de vergüenza; a mí, que me he preciado de conocer las cosas de la violencia machista. Qué carajo voy a conocer, me digo ahora, me dije entonces. Las lesbianas denuncian menos porque las mujeres estamos más acostumbradas al maltrato machista. Qué horror.
Doy marcha atrás y pienso en la mujer que pacifica el horror en la memoria de las patadas recibidas. Irantzu Varela me ayudó a entender mi vergüenza, que voy cubriendo de testimonios. A ella, como a la niña que luego ya es mujer recortada en recuerdo de baños a patadas, le han partido la cara.
Somos muchas. Todas.
Somos todas. Lesbianas.
Todas somos lesbianas.
Todas somos Irantzu.
Solo queda contarlo.
Comentarios
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