Podríamos echarnos las manos a la cabeza porque a la representación de una mujer le han golpeado el vientre y los genitales hasta destrozárselos, hasta dejarlos convertidos en un agujero que da miedo, sí, pero sobre todo produce una tristeza de larga duración. Tan larga que yo no me echo ya las manos a la cabeza ni a la entrepierna, algo que sería comprensible. Se trata de la representación.
Esto que voy a contar sucedió hace ya algunos años en Gijón, más exactamente en la acera que queda frente a la terraza del Hotel Don Manuel, junto al puerto, en una de las zonas más transitadas de la ciudad. Nos encontrábamos allí un puñado de autores y autoras celebrando la Semana Negra cuando apareció una pandilla de hombres jóvenes ataviados de esa manera grotesca con la que celebran las despedidas de soltero. No conozco la razón, pero Gijón era entonces –no sé si sigue siéndolo— uno de los destinos favoritos para tales juergas.
Uno de los hombres arrastraba una muñeca hinchable, uno de esos modelos tradicionales de plástico con el pelo pintado sobre la cabeza y la boca abierta en O que les dibuja en la cara un repugnante gesto de susto. Imagino que el agujero de la boca debe servir para introducir allí el pene en un primitivo remedo de felación.
He dicho "arrastraba" porque, efectivamente, el tipo la llevaba agarrada por el tobillo de manera que la cabeza iba rebotando en el suelo. Llegados a nuestra altura, aquel hombre dejó caer la muñeca y todos prorrumpieron en algo parecido a las risas, aunque también podrían ser gruñidos. Entonces, uno de ellos lanzó una patada contra el vientre de la muñeca. Animados por el gesto, los demás empezaron a hacer lo mismo, cada uno a la altura del cuerpo que le quedaba más cerca del zapato.
No fui la única persona que lanzó un grito. Inmediatamente varios de los asistentes llamaron también la atención de los celebrantes, que dejaron de patearla y se marcharon lanzando improperios contra nosotros, sin demasiada prisa, más bien creo recordar que con un avanzar desafiante, chulesco. Cuando volví la vista, la muñeca era ya solo un trozo grande de plástico que iba perdiendo volumen a la vez que se iba escapando el aire de su interior. La habían reventado. Recuerdo que la imagen me resultó aterradora. No era solo un plástico, no era solo un "juguete", era la representación de una mujer. A mí me dolía lo indecible en tanto que representación de una mujer. Y por la misma razón, porque representaba a una mujer, ellos la habían pateado hasta reventarla.
La imagen de una mujer representa a una mujer. En eso consiste, entre otras cosas, el arte. En representar. Una escultura de un hombre no es un hombre. El David de Miguel Ángel, por poner un ejemplo universal, no es un hombre. Es la representación de un hombre. En tanto que tal, cualquier representación puede parecer bella o resultar aterradora. Pensemos, por ejemplo, en la representación de un hombre siendo mutilado durante una tortura, o de un crío mientras es violado. Aun conscientes de que allí no se está violando a un niño, su mera representación nos resulta insoportable. No se trata de algo meramente simbólico. Para nosotros, lo que vemos, dicha obra, pasa a ser aquello que trata de representar, o sea pasa a ser la violación de un crío.
Vamos ahora al ninot de la mujer a la que han golpeado vientre y genitales hasta reventarlos. Por supuesto, no es una mujer, pero representa a una mujer. Quienes le golpean no lo hacen en tanto que ninot, sino en tanto que mujer. Es decir, no golpean a la obra, sino a lo que la obra representa. Algo tan simple como que no golpean a cualquier ninot sino al que representa a una mujer. Pero tampoco la golpean porque les moleste a priori que exista tal ninot. Para eso existen mecanismos tan sencillos como protestar, de la misma forma que las feministas han protestado contra el ninot de un troglodita tratando de arrastrar, garrote en alto, a una mujer por las bragas. No, lo que han hecho con la representación del cuerpo de una mujer desnuda, sencillamente desnuda, es patear el vientre y el coño de una mujer. Así de simple.
Podríamos, como he escrito al principio, echarnos las manos a la cabeza, de la misma manera que podríamos preguntarnos por qué, qué pasa por la cabeza de una persona para golpear el cuerpo de una mujer. Su representación, pero también el cuerpo mismo. Es una pregunta idiota. Sucede porque suele suceder, porque se tolera. Imaginémonos que, en lugar de eso, hubieran golpeado la representación de la cabeza de un crío hasta dejar su cara convertida en un agujero informe. A que no, a que no podemos imaginarlo. Patean el vientre de una mujer porque sucede, porque no es nada nuevo ni extraño. No voy a preguntarme a estas alturas por qué los hombres patean, golpean, violentan los cuerpos de las mujeres, a las mujeres. Sencillamente quiero dejar constancia de que no es algo extraño.
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