Posibilidad de un nido

Extenuación

Extenuación
Mujer apoyada en una mesa. Ron Lanch / Pexels

Es como si se hubiera parado la máquina. Por ejemplo, una lavadora. El reposo exhausto de la ropa pegada a las paredes del tambor tras el centrifugado. Eso pienso al mirarnos a las mujeres. Han sido unos años intensísimos de lucha, estos últimos. Algo explotó y brotaron los daños, la evidencia de millones y millones de dolores de todos los tamaños. Daños apilados sobre daños. La evidencia, eso es, el relato. Todo estaba ahí desde siempre. La diferencia es el enorme esfuerzo que supone explotar y echarnos a narrar: Esto somos, esto hemos vivido, esto sois, así os comportáis, así respondemos. 

Ahora siento un silencio sutil, no un silencio total, un murmullo desconcertado. Y el agotamiento, como las sábanas, las camisetas, los calcetines tras el centrifugado, después de vueltas y vueltas. Nuevas, en cierta manera, renovadas, pero expectantes ante esta calma extraña que es como la del tsunami, que da un miedo parecido. 

Alrededor vociferan los salvajes, bailan sus burdas danzas macho, blanden sus armas. Es como si frente a ellos, a los nuevos bárbaros cundiera el pasmo entre nosotras. Por no atinar en la respuesta, probablemente, y también, mucho, porque estamos agotadas. Nos ha agotado la violencia constante, la respuesta rabiosa contra nuestros pasos, la indiferencia de aquellos que se llamaban decentes. No es la rana en el agua que va calentándose cada vez más, como repiten los voceros fáciles. Es pura extenuación. 

Las hay cansadas, las hay deprimidas, las hay rabiosas, las hay sometidas, las hay empecinadas, las hay que son capaces aún de fingir optimismo. Pero todas ahí, dentro del tambor, recién limpias y sin fuerzas para salir a tendernos al sol.

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