Posibilidad de un nido

No bebo, no consumo y lo presumo

Captura de pantalla de Rosalía en el videoclip de 'Omega'.

Aparecieron cuando yo era pequeña las primeras muñecas que hablaban. No solo lloraban o hacían pis o moqueaban. "Hablaban". ¿Y qué decían exactamente? "Mamaaá, mamaaá". O sea, primero lloraban y luego llamaban a su madre. Algo así: "Buaaa, buaaa, mamaaá, mamaaá". Una amiga con un sentido del humor envidiable desde bastante joven, modificó aquella frase y acabó convirtiéndola en un chiste familiar: "Buaaa, buaaa, mamaaá... ven, que papá está en el bar". Lo cierto es que compone un preciosísimo retrato de la época, a ninguna niña o madre le habría cabido en la cabeza que una muñeca llamara a papá. A ningún padre, tampoco. Creo que en algunos sectores esto ha cambiado, está empezando a cambiar, pero convengamos en que esto lo repetimos más como deseo que como realidad.

Me he acordado del chiste de mi amiga con la última canción/consigna de Rosalía, hay que ver cómo funciona la cabeza: "Ya no bebo, ya no fumo, no consumo y lo presumo". Yo tampoco bebo, tampoco consumo y también lo presumo. Mucho, lo presumo mucho. Va ha hacer pronto dos años que dejé absolutamente el consumo de cualquier tipo de bebida alcohólica y todo lo que las acompaña. Que cada una haga lo que decida con su cuerpo, pero desde entonces no me canso de contar el maravilloso resultado de dejar de envenenarme. O sea, que sí, que como Rosalía, yo tampoco bebo, tampoco consumo y también presumo.

Pasó el tiempo de jugar con las muñecas/hijas lloronas —en mi caso, de tan efímero no lo recuerdo— y nos plantamos en la adolescencia. La que no llegaba a la adolescencia ya algo abollada por la violencia machista, empezaba a recibirla entonces. Me resulta imposible disociar el consumo de alcohol y la violencia machista. El acoso de los chicos borrachos, el acoso de los hombres borrachos, el acoso de los conocidos o familiares borrachos, el acoso de los borrachos en las discotecas, el acoso de los borrachos en las fiestas de pueblo y similares... Estar borracho daba y da barra libre a los hombres de cualquier edad para acceder a su antojo al cuerpo y el espacio de una mujer, una chavala e incluso una niña. No estoy descubriéndole nada a nadie.

Pero había otra forma algo más compleja de acusar el golpe. Es un tema que he comentado con muchas otras mujeres. No sé si es un patrón común, pero desde luego no resultaba extraño allá por mi primera juventud. Llegaba un momento, siendo aún menores de edad, en el que algunas decidíamos plantar cara a los chicos con sus mismas armas. En fin, ser chicos. Estábamos ya hartas de lo que luego llegaríamos a definir como "ser personas de segunda" en todo: educación, ocio, deportes, sexualidad, afectividad, modales... En mi caso, además, suponía una forma de defensa, un parapeto y a la vez una idea —hoy conozco sus consecuencias— de ser como ellos; o sea, no ser menor, no ser menos. ¿Que ellos bebían? Nosotras, más. ¿Que ellos consumían? Nosotras, más. ¿Que ellos eran burros? Nosotras, más burras, más salvajes, más de todo. Había que beber como ellos, fumar como ellos, drogarnos como ellos, follar como ellos, dañarnos a nosotras mismas, al fin y al cabo, como ellos nos dañaban. En el centro de toda aquella acción desde la rabia, estaba el alcohol. No solo el alcohol, pero siempre el alcohol.

Y aún hay otra cuestión más, más honda, con mayor daño. Aquellas que hemos sufrido violencia sexual en la infancia y la adolescencia, pero también quienes sufren violencia habitual —sexual, física, psicológica...— puede suceder (y sucede) que se agarren a cualquier sustancia que aturda, que duerma, que ciegue, que deje inconsciente, que borre la memoria, para que el horror no sea tanto, para no recordar la uña que araña el corazón. Puede ser que hacerte daño sea una forma de no matarte, estar haciéndote daño para hacer algo, para no dejar de ser. Puede ser que añadir daño al daño sea una manera de vivir, como gritar, aunque no se te oiga, cuando la música está a punto de reventarte los tímpanos. Puede ser eso, y muchas más cosas.

Según datos de la Encuesta sobre uso de Drogas en Enseñanzas Secundarias ESTUDES 2021, los adolescentes empiezan a beber alcohol a los 14 años en España. Generaciones y generaciones han crecido sabiendo que papá estaba en el bar, y por eso la muñeca lloraba llamando a mamá. Ignoro cuántas habremos querido ser ellos por librarnos de ellos a base de matarnos. No puedo dejar de ligar el alcohol al daño infligido por los machos a las mujeres.

Y ya no bebo.

Y ya no consumo.

Y lo presumo.

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