Posos de anarquía

Cada okupación es un fracaso de nuestros gobernantes

Tercer día de disturbios en Barcelona, en el barrio de Sants. Ese es el titular detrás del cual se esconde una realidad social que tanto los poderes fácticos como sus sirvientes (medios afines) no sólo ocultan, sino que manipulan y tergiversan a discreción. Tras esa okupación de 17 años de un edificio en Barcelona y los actos violentos que se han dado (tanto de algunos manifestantes como de algunos Mossos d'Esquadra) lo que realmente se oculta es un fracaso del Ayuntamiento de Barcelona.

Partamos de una premisa clara: cada okupación de un edificio, ya sea para habitarla o para constituirla en un centro social, es un fracaso de los poderes y del sistema, pues manifiesta de manera cristalina cómo se ha dejado de lado a un parte del pueblo, precisamente a los más débiles y que más necesitan del Estado. Y este es el motivo último por el que las autoridades se empeñan con tanto esfuerzo en barrer a los okupados, criminalizándolos.

El caso concreto del Centro Social Autogestionado (CSA) Can Vies es un perfecto ejemplo de lo expuesto. El posicionamiento logrado por Barcelona como ciudad europea de vanguardia, como esa embajadora de España y uno de los principales destinos turísticos de nuestro país tenía factura oculta: la desigualdad. Y es que si algo se ha multiplicado en los últimos años en Barcelona es la inequidad, la aparición de más barrios dejados de lado por la Administración en favor de otros que sirven de escaparate europeo. Ejemplo de ello es, por ejemplo, la iniciativa Nou Barris Cabrejada Diu Prou.

La historia del CSA Can Vies viene de lejos. El edificio desalojado, propiedad de Ferrocarril Metropolità de Barcelona (FMB), se levantó en el último cuarto del siglo XIX. Algo que no se suele apuntar en las crónicas de estos días, es que con fecha del 10 de julio de 1984, FMB cedió el uso del edificio al sindicato CNT, pasando después esta concesión a su escisión CGT que, a su vez, lo abrió a otras entidades.

El establecimiento del CSA Can Vies como tal, llegó en 1997 y por eso se habla de okupación de hace 17 años, pero la pregunta que hay que hacerse es por qué se produce este hecho. La respuesta es clara: porque quien tiene que abrir espacios culturales y sociales para que los ciudadanos crezcan como personas, reflexionen y disfruten de la cultura no cumple con su misión. En este caso, el ayuntamiento de Barcelona, que históricamente ha faltado a su deber y cuyo actual alcalde de CiU, Xavier Trías, ha querido desviar la atención de su fracaso con escuadrones de Mossos, helicóptero incluido. Los recortes sociales y culturales en la ciudad, como sucede en toda España, van por barrios.

El CSA Can Vies se había convertido en un punto de encuentro del barrio, en un dinamizador de actividad y cultura que enriquecía a la vecindad y a todo el que quisiera disfrutar de este proyecto. Suponía la demostración más pura de que, en contra del deseo de los poderes fácticos a los que interesa la división del pueblo, éste se une, se solidariza y trabaja conjuntamente por un proyecto común. En definitiva, van contra el sistema porque les ha fallado, porque les quiere atar de pies y manos y pretende amordazarles para que no se dé otro #EfectoGamonal.

Como entonces sucedió en el barrio burgalés, la realidad delata a nuestros gobernantes y su ineptitud e indignidad. Cuanto más difíciles son las circunstancias -y esta crisis estafa ha puesto las cosas demasiado cuesta arriba-, en lugar de ponerse más cerca del pueblo, lo que hace el poder es separarse, pero sin ni siquiera moverse, más bien empujando al pueblo aplastándolo bajo su bota o, en el peor de los casos, con porras y pelotas de goma. Craso error. Los propios movimientos y agrupaciones vecinales reclaman la permanencia del CSA Can Vies por el valor que genera, porque parece absurdo que sea derruido alegando, como hace Trías, que el terreno que lo acoge está calificado como zona verde (como si en este santo país fuera difícil recalificar terrenos cuando se quiere...).

El pueblo se rebela, ya no acepta má fracasos del sistema y, mucho menos, que la autoría y propiedad de estos fracasos se le atribuyan al ciudadano. Se acabó. Y si no es posible cambiar el sistema desde dentro y, a juzgar por las reacciones que se están viendo desde los resultados de las últimas Elecciones Europeas, los de arriba no lo van a permitir, habrá que hacerlo desde fuera. En ese último escenario, todos tenemos algo que perder pero, ¿saben qué? Mientras las élites no ganarán absolutamente nada, los de abajo, aún perdiendo por el camino, sí que tienen qué ganar. Y mucho.

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