El ministerio de Defensa ha convertido una fiesta contra la que yo ya estaba en contra en una aún peor: la del día del orgullo de ser español. Yo no estoy orgulloso de ser español. Diría, incluso, de que muchas veces me avergüenzo de ello.
Sentirse orgulloso de algo que es puro azar es absurdo, una soberana estupidez. Nadie elige dónde nace, aunque es evidente que esto marca nuestras vidas. Imagine, usted que hoy se siente tan español, que hubiera nacido en Siria. Tal día como hoy, vería cómo todas esas personas que sólo en un desfile militar se gastan 420.000 euros, tan orgullosas ellas de ser españolas, le impiden asilo a pesar de huir de las garras de la guerra y el terrorismo, a pesar de estar en el cupo de refugiados que esta España orgullosa se había comprometido a acoger, repartiéndose a quienes huyen de esta atrocidad como si fuera pescado en una lonja. Yo, por eso, me avergüenzo de ser español.
Tampoco me siento especialmente orgulloso de ser español cuando hemos sido pioneros en la violación del Derecho Internacional con las devoluciones en caliente, algo por lo que ya nos ha condenado el Tribunal de Estrasburgo. Tampoco por las torturas de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado por las que los organismos internacionales como Amnistía Internacional e, incluso, la ONU nos sacan los colores cada año.
No me siento orgulloso de ser español por los CIE, por la pasividad ante los asesinatos por violencia de género, por el machismo, por cómo campan a sus anchas l@s fascistas, por cómo la pobreza energética se lleva por delante tantas vidas y la banca practica la usura legalizada. Me avergüenza ser español cuando no se percibe reacción ciudadana al constatar que la corrupción política y empresarial ha esquilmado el país, cuando nadie se plantea cómo es posible que mientras España padece la mayor miseria desde la posguerra el número de millonarios crecer a un ritmo de cerca de 800 más al año...
La lista de hechos que no me hacen sentir español es interminable. Incluso, un día como hoy, me revuelve el estómago. Aún recuerdo cuando Rajoy echaba la culpa a quienes eran desahuciad@s acusándoles de no haber sabido gestionar su economía doméstica, por gastar más de lo que se tenía. La conmemoración del 12 de octubre en 2016 nos costó más de 800.000 euros. Este año ni lo sabemos, porque Defensa sólo ha cuantificado el desfile, que cuesta 420.000 euros. Si las Fuerzas Armadas quieren mayor reconocimiento, que hubieran destinado ese dispendio a tod@s l@s español@s que prometieron proteger y que hoy no necesitan ver pasar tanques, sino llevarse un mendrugo de pan a la boca. Yo, al menos, las respetaría más.
Y si no me siento orgulloso de ser español, ¿qué hago en este país? Pues vivo aquí porque este país me gusta su clima, su gastronomía, porque he vivido años fuera y lo he extrañado, porque de quien sí me siento orgulloso es de algunas personas, esas que hacen que este país me guste aún más. Para mí una bandera es un trapo que ni siquera me infunde respeto porque no se usa ni siquiera para limpiar, sino para tapar todas estas desvergüenzas. Casualmente, cuanta más basura tienen algun@s que tapar, más grande es su bandera.
Que no cuenten conmigo. El día del orgullo de ser español, para mí, es un despropósito, una pataleta pueril, una auténtica gilipollez. Quienes más luchan por la justicia social, quienes más se esfuerzan por el bien común son l@s que tampoco celebrarán esta patraña, son l@s que de veras hacen de este país un lugar en el que me agrada vivir. Afortunado que soy.