Ayer comenzó el debate sobre el proyecto de ley de Presupuestos Generales del Estado (PGE) y hoy se votan las enmiendas a la totalidad. Una vez más, ha vuelto a evidenciarse la inmadurez de nuestro Parlamento. La Cámara Baja -del Senado, mejor ni hablamos- es reflejo de la bisoñez de nuestra democracia que, como buen adolescente, se cree mayor de lo que realmente es, con un espíritu fanfarrón que nos lleva de bofetón de realidad en bofetón en realidad.
Cualquier persona con algo de espíritu crítico, con una mínima capacidad de sacudirse sus colores políticos, verá que no hay por dónde coger a nuestros representantes en el Congreso de las Diputadas y Diputados. Los vetos cruzados de que hacen gala unos y otras son motivo de vergüenza ajena, un auténtico torpedo a la esencia de la democracia y un insulto al parlamentarismo.
Tanto desde la izquierda como desde la derecha, estamos asistiendo a vetos de partidos políticos en lugar de abordar el fondo de la cuestión, que no es otro que las cuentas de un país que ha de hacer frente a la mayor crisis socio-económica desde la posguerra.
Pocos argumentos se han escuchado acerca de los presupuestos, lo que, dada la naturaleza perezosa de buena parte del hemiciclo, nos lleva a pensar inevitablemente que ni siquiera se ha realizado un estudio pormenorizado de los mismos. Resulta mucho más cómodo zanjar la cuestión de un plumazo con argumentos manidos, muchos de los cuales ya ni se sostienen por mucho que aún sirvan para agitar el avispero del electorado.
Las cuentas son las cuentas y es lo que se ha de valorar. Condicionar el apoyo de un partido a que otro quede excluido de los que votan favorablemente es tan pueril como insultante para la ciudadanía, convirtiendo la Cámara Baja en un Parlamento de infancia. En otras cuestiones, no parece importar tanto a Unidas Podemos coincidir en el voto con Ciudadanos o al PP y Vox con EH-Bildu. Lo hemos visto en innumerables ocasiones.
¿Qué hay de las contrapartidas? Pues, sencillamente, son otra muestra de la inmadurez de nuestra democracia, porque cualquier negociación en torno a los presupuestos debería quedarse en los presupuestos. Entonces sí, los vetos a partidos tendrían un sentido, porque el vetado habría condicionado el voto a dejar su impronta en las cuentas, pero lamentablemente no es el caso. En muchos de los vetos escuchados no se hace referencia a las cuentas y sí a otras posibles contrapartidas que ni siquiera han sido admitidas o, incluso, formuladas. Un despropósito.
Con este panorama a un lado y otro del hemiciclo, es complicado convencer a nuestra juventud desencantada con la política de que ésta es necesaria para corregir el rumbo del país. Se nos van acabando los argumentos mientras vemos cómo entre unos pocos se reparten las migajas que van quedando de España.